Al presentar su programa presidencial, Michelle Bachelet instaló en el centro de la agenda nacional un liderazgo que propone una alternativa de reformas profundas que enfrenten la desigualdad existente en el país y se haga cargo de la necesaria renovación de la institucionalidad y del sistema político, a fin de afianzar la estabilidad democrática y conseguir un Chile de todos.
El corazón de este Programa reformador es la reforma educacional, su objetivo es lograr que desde la sala cuna hasta la educación superior exista una enseñanza de calidad, que sea universalmente gratuita.
Con ello se alcanzará un propósito democrático y civilizacional decisivo: que nadie quede atrás, excluido o discriminado por que en su hogar no hubo el dinero suficiente para pagarle los estudios.
Para el mundo popular y la clase media pasarán a ser un aporte fundamental en sus potencialidades de movilidad social, como corresponde a una sociedad genuinamente democrática.
Asimismo, el programa compromete una reforma tributaria y constitucional y se asume la relevancia que tiene hoy la tarea del restablecimiento de la calidad de la salud pública después del deterioro sufrido durante el actual gobierno.
Lo esencial es el propósito inclusivo y reformador que tienen estas propuestas en un momento que Chile así lo requiere.
Más aún, cuando la derecha se encuentra agotada por sus conflictos internos y no está en condiciones de garantizar los niveles de coherencia y solidez que se necesitan para asegurar la gobernabilidad del país.
Tampoco entregan ninguna certeza las candidaturas populistas que se han presentado a estas elecciones presidenciales.
En suma, hay que movilizarse para ganar en la primera vuelta y entregarle más fuerza y potencialidad transformadora a su futuro gobierno y lograr, en consecuencia, que las metas de cambio y justicia social sean plenamente alcanzadas.
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