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EL AÑO QUE VIENE CAE Y NOS VAMOS
Por Valeria Artigas Oddó (*)
El año que viene cae y volvemos decían mis papas (o algo así) cuando recién partimos de Chile rumbo a Argentina a finales de 1973. Lo mismo dijeron el 74. Y también el 75 cuando hubo que irse de ahí, más lejos, a Venezuela. Lo dijeron un par de veces más en el 76 y el 77. Después ese optimismo se desvaneció y ya no lo dijeron más, había que asentarse de una vez en alguna parte y dejar de vivir en tránsito.
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Y nos instalamos en Caracas. Los muebles dejaron de ser los cajones del embalaje cubiertos de mantas y pasamos a tener casa de verdad, con sillones, mesas, sillas y cuadros. La vida se nos armó más estable y no hubo que irse más. La vida devino con otro acento, pero la condición de chilenos no quiso abandonarnos nunca.
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Ya en 1988 Venezuela era nuestra casa, habíamos armado una familia sustituta variopinta y colorida, y la ciudad de Caracas era nuestro territorio. Yo tenía 19 años, estaba en la universidad y me sentía bastante cómoda teniendo esta identidad híbrida. Pero vino el plebiscito y todo se remeció. Después de muchos años el vaticinio de mis viejos era realmente posible. Nos llegaban los vídeos en VHS de la campaña y llorábamos emocionados en familia frente a la tele. Era muy frustrante no estar acá con los abuelos, los primos, los tíos participando en la calle con banderas de arcoiris después de tantos años de oscuridad y blanco y negro. Y también, para mí, era un alivio cobarde, porque me daban mucho miedo las imágenes de las protestas con los guanacos y los carabineros a tiros y palazos. Toda esa violencia impune me aterrorizaba y hacía que admirara con vergüenza a todos esos jóvenes de mi generación que estaban arriesgando tanto por todos nosotros. En fin… los meses anteriores al plebiscito fueron intensos, emocionantes y muy removedores de mi propia historia e identidad.
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El 5 de Octubre mi papá junto a un grupo grande de amigos exiliados chilenos arrendó un salón de conferencias enorme para esperar los resultados del plebiscito todos juntos. Y cuando digo “todos” es porque los chilenos que quedábamos en Caracas éramos muchos y estoy segura de que uno a uno desfilaron por esa sala ese día. Había teles enchufadas a VHS que transmitían una y otra vez la franja del NO y otras teles que transmitían noticias.
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No eran tiempos de internet y todas las comunicaciones eran lentas, pero la magia de la tecnología ya empezaba a manifestarse: el 5 de Octubre de 1988 fue la primera vez que vi un fax. Y tuve que manejarlo porque me dejaron a cargo de recibir las noticias que llegaban por esa vía. No puedo explicar la emoción doble –histórica y tecnológica- que sentía cada vez que el aparato empezaba a escupir entre sonidos galácticos una hoja impresa con información en tiempo real, datos, noticias, cómputos, futuro.
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Allá en Caracas también ese día fue largo, también supimos del apagón, también tuvimos miedo, rabia y frustración hasta muy tarde. Hasta que Mathei dijo lo que dijo y los pocos que quedábamos en esa sala grande gritamos, saltamos, nos abrazamos, lloramos. Tal vez alguno de nosotros tuvo miedo porque había llegado el día “del año que viene” y la vida nunca, nunca, nunca más iba a ser la misma.
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Al día siguiente tenía clases, obviamente llegué tarde convencida de que me iban a retar, yo pensaba que mi universidad era un mundo paralelo y a nadie le importaba Chile, pero me equivoqué, varios compañeros me aplaudieron al entrar a la sala y el profesor me esperaba con un ramo de flores, celebraba en mi la victoria de todos los chilenos.
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(*) El Post
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