Sarkozy dice que la ayuda a los libios ha sido desinteresada pero el reparto del pastel no.
El reparto del pastel nunca ha sido inocente. Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial después de que Francia y Gran Bretaña, que se habían repartido el mapa de Oriente Medio en zonas de influencia, aceptaran tener en cuenta los objetivos económicos y militares estadounidenses una vez acabado el conflicto. Washington había exigido una política de puertas abiertas en la región, especialmente en Iraq, donde Londres había instalado a Faisal I en el trono.
En 1919, Arthur Hirtzel, jefe del departamento político del India Colonial Office, advirtió a Londres, según contó Richard Becker: "Existe el riesgo de que Faisal anime a los norteamericanos a dominar ambos territorios (Siria y Mesopotamia), y deberíamos tener presente que la Standard Oil está ansiosa por controlar Iraq" (The US & Iraq: A history, 2002).
El problema de Iraq fue resuelto con un reparto del pastel muy peculiar. El petróleo iraquí fue dividido de la siguiente manera: Gran Bretaña, Francia, Holanda y Estados Unidos tendrían un 23,75% cada uno. Pero faltaba un 5% para que cuadrara todo. Las cuentas, sin embargo, estaban claras. El porcentaje restante fue al bolsillo del magnate Caloste Gulbenkian por su mediación entre los estados implicados. El problema de Gulbenkian se llamaba 5%. Pero el problema de Iraq fue muy distinto: le correspondió el 0% de su propio petróleo.
Libia e Iraq nacieron de forma artificial. El Iraq contemporáneo, por ejemplo, debió su nacimiento a la Primera Guerra Mundial. El colonialismo británico creó un país con la unión de tres provincias o vilayatos del entonces derrotado imperio otomano: Mosul, en su mayoría kurdo; Bagdad, con predominio suní, y la región de Basora, en el sur, tierra de chiíes. A continuación, Londres nombró rey a Faisal I, cuya dinastía fue derrocada en 1958. Y Libia nació en 1951, cuando la ONU aprobó la unión de tres regiones muy distintas: Tripolitania, Cirenaica y Fazan. Y al frente de este nuevo país fue colocado el rey Idris, que se mantuvo en el poder hasta el 1 de septiembre de 1969, cuando los oficiales libres encabezados por Gadafi lo derrocaron.
Nicolas Sarkozy, presidente de Francia, ha viajado esta semana a Libia, junto a David Cameron, primer ministro británico, para repetir que la ayuda de Francia a los rebeldes ha sido absolutamente desinteresada. París fue sorprendido en las revueltas de Túnez y Egipto mientras apoyaba hasta los últimos momentos a los dictadores Ben Ali y Mubarak. Pero, en Libia, no dejó escapar otra oportunidad: se puso al lado de los insurgentes y después hizo que la ONU aprobara la resolución 1973 para legitimar la intervención occidental.
El reparto del pastel no será inocente. China –que sólo ha reconocido al nuevo Gobierno esta semana–, Brasil y Rusia han perdido por haber defendido a Gadafi. Y ahora habrá que ver si la francesa Total y BP, empresas originariamente de los dos países que han apoyado a los rebeldes, aumentarán sus extracciones de petróleo a costa de los perdedores.
* Columnista de La Vanguardia de Barcelona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario