Desde La Habana
La mía estaba pintada de azul, con una agarradera metálica y bisagras reforzadas para evitar que me robaran. Era una maleta de madera que me acompañó a varios campamentos agrícolas y finalmente la abandoné, ya rota, en un albergue de Alquízar.
Creí que nunca más volvería a usar un objeto así, sobre todo después de que se anunciara el fin de los preuniversitarios en el campo. Parecía que la baja productividad y los altos riesgos habían hecho desistir a las autoridades cubanas de seguir llevando estudiantes adolescentes a trabajar en la agricultura. Pero el espectro de aquel equipaje claveteado y pesado ha vuelto por estos días a confirmarme que los tiempos no cambian tanto en esta Isla.
Con el inicio del curso escolar, la escuela de mi hijo se llenó de alumnos vestidos con sus uniformes azules. Abrazos de reencuentro, risas, matutinos con consignas del tipo “¡Larga vida a Fidel y a Raúl! y varias trasformaciones docentes. Entre las más halagüeñas se encuentra la reducción del tiempo de las llamadas tele-clases, método educativo que intentaba sustituir al profesor por una pantalla, un aparato de video y un control remoto.
El fracaso de los maestros emergentes también ha sido reconocido después de años de quejas y tristes incidentes. El pragmatismo se impone, según declara el Ministerio de Educación. “Basta de improvisaciones”, advierten algunos. Con tantos llamados a eliminar lo infuncional, fue una sorpresa escuchar que los estudiantes de 11no se irán en apenas una semana a “la escuela al campo”.
Mi hijo está feliz, no lo niego. Imagina dos semanas de diversión, tomando agua de los ríos, correteando por los surcos de pequeñas plantitas y merodeando por alrededor del albergue de las muchachas. Sin embargo, desde el punto de vista de la rentabilidad, la estancia de esos estudiantes en un campamento agrícola será una pérdida económica para el país. Por experiencia propia, sé que, en lugar de fomentar la responsabilidad laboral, estos experimentos de estudio-trabajo terminan acrecentando la simulación al estilo de “agáchate, ahí viene el profe, para que crea que estamos desyerbando”.
También hay cierta preocupación con posibles brotes de violencia entre los albergados; de ahí que el subdirector de la escuela advirtiera que no se pueden llevar objetos perforo-cortantes, ni siquiera un abrelatas. Antes del viernes, han aclarado, los padres deben entregar el equipaje con las pertenencias que sus hijos llevarán.
¡Y yo que boté mi vieja maleta de madera! ¡Y yo que creí que tanto absurdo había terminado!
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