Desde La Habana
No voy a dormir, mejor me quedo en vela, espero que el teléfono suene, aguardo a que al otro lado me digan que es Radio Nacional de España y que en unos minutos estaré al aire. Me asomo al balcón para espabilarme y a esa hora veo una ciudad de lucecitas, sombras y silencio. Un buzo hurga en el latón de la esquina y los gatos se disputan con él alguna lata, los restos de una comida. La refinería Ñico López lanza su llama sobre nosotros y un carro de policía pasa de ronda. Ni siquiera la avenida de Rancho Boyeros ha despertado aún y las pocas luminarias de la Plaza de la Revolución hacen que la torre se vea como una silueta rara y agujerada. Son casi las 4 y 30 de la mañana, pronto la distancia entre Madrid, Ciudad Juárez y La Habana me parecerá muy corta.
Cada lunes comparto historias, aprensiones y sueños con Judith Torrea y Juan Ramón Lucas en el programa radial “En días como hoy”. Hablamos como si estuviéramos en la sala de una casa, sin sorbito de café, pero con mucha familiaridad. Intentamos abordar algún tema desde las diferentes ópticas que provoca el vivir en México, en el Caribe o en la Península. Judith tiene una voz dulce, pero sus anécdotas hablan de periodistas asesinados, gente muerta a balazos en las calles, mujeres desaparecidas. Esta periodista española, radicada en Juaritos desde hace varios años, tiene un blog donde denuncia la descontrolada violencia en esa zona fronteriza con Estados Unidos, se arriesga cada día a ser silenciada de la peor manera.
Juanra, por su parte, lanza preguntas e hilvana un diálogo desde los contrastes. Es un anfitrión paciente, sabe lo que dice y lo dice bien. Y yo desde aquí, desde mi madrugada real y figurada, trato de contarles lo que ha ocurrido en la última semana en esta Isla. Algunos hechos les suenan surrealistas, como si les narrara algo remoto, pasado, de un tiempo que ninguno de ellos puede comprender ya. A veces también nos reímos, aventuramos algún pronóstico optimista antes de despedirnos. Para cuando termina nuestra charla, en España ya son más de las 10:40 de la mañana, pero Judith y yo seguimos bajo penumbras. Cuelgo el teléfono, vuelvo a distinguir la llamita roja de la refinería y miró hacia el latón de la esquina, a ver si finalmente el buzo compartió su bocado con los gatos.
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