El título de esta nota no es ningún descubrimiento. Pero siempre que se constata tal aserto, no deja de sorprender. Porque el poder tiene su encanto y, sobre todo, es estridente, profundo, atronador, pavoroso. Es como el resumen de lo que llevamos dentro los seres humanos. Depende de cómo usemos las potencialidades. También, depende como se ocupe el poder. Lo concreto es que cuando se tiene, la borrachera parece inevitable.
Los chilenos nos encontramos en medio de una embriaguez prolongada. Y hoy nos sorprende que nuestra tan cacareada circunspección se haya ido a la cresta. Tenemos un Presidente que desde hace tiempo se codea con el poder del dinero. Ahora ha sumado abiertamente el político. Y lo ocupa sin tapujos. Tal vez las encuestas sea el único freno que reconoce, y a medias. Lleva meses enfrascado en una pugna con un fuerte movimiento ciudadano. Primero éste fue encarnado por las inquietudes ambientalistas, en un país en que la minería y la energía han convertido en basurero la costa y en desierto algunos valles y laderas cordilleranas. Luego, esa protesta fue asumida por un proceso mucho más amplio y potente, la lucha por una educación acorde con la democracia que pareciéramos haber reconquistado.
Ante tal desafío, el poder reaccionó. Lo hizo en medio de la suficiencia que acompaña a la embriaguez. Apostó a la represión. Luego, al desgaste: finalmente, los muchachos no querrían perder el año escolar y los padres jamás se lo permitirían. Y todo ello tratando de emular lo acontecido en el 2006, durante el gobierno de Michelle Bachelet, cuando los estudiantes, que pedían lo mismo que ahora -gratuidad, fin al lucro y educación de calidad- fueron engañados.
Las escaramuzas mostraban pocas variaciones. Los muchachos en la calle formulando sus exigencias. El poder, jugando desde el sitio del ganador, más preocupado de la galería -las encuestas- que de los oponentes. Estos poco tenían a que recurrir. Y así fueron pasando los meses y hoy miles de estudiantes chilenos pueden perder el año escolar. El gobierno ha sido incapaz de establecer un diálogo transparente. Y en las Naciones Unidas, nuestro Presidente Sebastián Piñera aparece como el líder de este movimiento “tan fresco y prístino” de la juventud chilena. Aquí, es intransigente y algo sordo. En Nueva York, adalid de la revolución de los jóvenes chilenos. Pura embriaguez.
Las borracheras del poder dejan consecuencias amplias. Los políticos están acostumbrados a sus resacas. Los ciudadanos comunes recién empiezan a descubrirlas. De cualquier modo, es necesario mirarlas con cuidado. Basta poco tiempo de halagos del poder, cualquiera que éste sea, y sus vapores se van a la cabeza. Es lo que le puede pasar a los jóvenes. Hasta ahora han dado muestras de la madurez suficiente para seguir adelante sin envanecerse, ni amilanarse.
Sin embargo, ello no es suficiente. El Gobierno tiene escasas alternativas de salidas políticas. El tema en discusión es sentido profundamente por la inmensa mayoría de los chilenos. Pero ese no es un cheque en blanco para llenarlo al antojo de un grupo de dirigentes. No hay que olvidar que estos mismos chilenos hace algo más de un año y medio pusieron a la actual administración en el gobierno. Ahora es la que cuenta con menos apoyo desde que volvió la democracia. Y son los mismos ciudadanos que la eligieron los que se han olvidado de su circunspección y se toman las calles porque la locomoción pública es un desastre, pero un excelente negocio.
La borrachera del poder causa otros desenlaces inesperados. Es la que produce las escenas de violencia que la derecha utiliza tan profusamente luego de las marchas estudiantiles. Quienes hacen desmanes y destruyen propiedad pública y privada posiblemente se sienten excluidos. No encuentran su sitio en un sistema en que la propiedad privada es el derecho humano estrella. Y para destruir el sistema, creen aún en la máxima de Mao Tse Tung “el poder nace del fusil”. Nadie puede discutir lo certero de la aseveración de líder chino. Pero aquí los fusiles los tiene quienes ejercen el poder. Lo demostraron en 1973. Por el momento, eso es lo concreto. Lo otro, un delirio que mezcla de oportunismo y sueños anacrónicos.
Por lo demás, la aseveración de Mao debiera entenderse para ser aplicada en una situación prerrevolucionaria. Y en Chile, que se sepa, tal cosa no está ocurriendo. Los únicos capaces de hacer hoy revoluciones violentas son quienes ejercen el poder económico y político en el mundo. El último caso está en Libia. Entre nosotros, tercer mundo, mundo pobre, es necesario tener claridad sobre los objetivos y caminar hacia ellos. Hacer saber, como los hacen hoy los chilenos, que estamos hastiados. Que el sistema económico en que nos encontramos inmersos no nos ha transformado en consumistas solamente, nos ha hecho prisioneros de obligaciones que nos sobrepasan.
Las contradicciones sociales comienzan a estallar cuando los borrachos de poder creen que este sistema concentrador de riqueza se puede mantener de manera indefinida. Y todos lo días, lo pobres comprueban que no es así, porque es su vida, su dignidad, la que paga la borrachera de otros.
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