Diario Clarín de Buenos Aires Argentina
Kirchner versus Kirchner
Por Ricardo Roa
Editor general adjunto
Es comprensible que Néstor Kirchner quiera dar señales de que se ha recuperado de la afección cardíaca que sufrió el sábado. Pero difícilmente haya un médico que le aconseje ir a un acto público dos días después de ser dado de alta, como hará esta noche. ¿Qué cosa fundamental cambia si no va?
Kirchner viene de padecer un taponamiento en la carótida hace apenas siete meses. Y debió ser intervenido de urgencia, igual que esta vez. La angioplastia que acaban de practicarle es usualmente una operación exitosa. Sin embargo, los especialistas también dicen que con esto no se termina el problema: la solución consiste en un profundo cambio de hábitos.
Algo que Kirchner no hizo después de la crisis de febrero .
Entre otras cosas, debe dejar de pelearse : pelear le hace muy mal al corazón, dicen los cardiólogos. Y Kirchner no para de hacerlo: cuarenta y ocho horas antes de descomponerse, había explotado en un brutal castigo a Scioli (el gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli).
Se lo vio desencajado, como alguien que lleva acumulando odio durante mucho tiempo. Quizá el verdadero problema del corazón de Kirchner es que está sometido a un odio permanente y por todo .
Si Scioli, un fiel por donde se lo mire es humillado de un modo semejante, queda remachadamente claro que en el esquema de poder K sólo existe espacio para el alineamiento absoluto. Lo saben quienes habitan ese mundo de sospechas, dominado por la obsesión del ex presidente de manejar todo y a todos , sin delegar nada.
Nadie puede pretender tanto sin que en algún momento le pegue en la salud . Pero Kirchner tiene una forma de hacer política que difícilmente cambie: en el fondo es un modo de vivir . Su cuerpo recibió otro aviso. Aún así, no se permite mostrar debilidad y por eso irá al acto de esta noche.
Diario La Nación de San José de Costa Rica
Erradicación de máquinas tragamonedas
El negocio de las máquinas se nutre de los exiguos recursos de las capas más necesitadas de la población, en especial los jóvenes. Los diputados deben aprovechar el trámite de la ley de regulación de apuestas para establecer una política contra la proliferación de este tipo de juegos
La ley de regulación de apuestas, casinos y juegos de azar es una buena oportunidad para desterrar las máquinas tragamonedas instaladas en pulperías, pequeños negocios de barrio y aun en las cocheras de viviendas cuyos moradores procuran una fuente adicional de ingresos. En los confines de una casa, las máquinas corren menos riesgo de una intervención como la emprendida por las autoridades de Alajuelita, que hace meses intentaron, con limitado éxito, poner fin al problema en ese populoso cantón.
El negocio de las máquinas se nutre de los exiguos recursos de las capas más necesitadas de la población y atrae a los jóvenes, muchos de ellos colegiales en uniforme, cultivándoles la inclinación al juego y poniéndolos en riesgo de caer en la ludopatía. Basta transitar por los barrios de nuestras ciudades para atestiguar la presencia de las máquinas y sus jóvenes usuarios.
María Luisa Ávila, ministra de Salud, advirtió en su momento que una parte del juego lo financiamos los contribuyentes, proveedores de los fondos destinados al programa de becas “Avancemos”. Las maquinitas atraen a los chicos al punto de incitarlos a emplear recursos que el Estado les brinda para estudiar. Con mejores intenciones que resultados, la Asamblea Legislativa también reconoció el problema al aprobar una ley diseñada para proteger a los menores de las tentaciones del juego.
La proyectada ley de regulación de apuestas, casinos y juegos de azar tiene el buen propósito de imponer tributos al juego, en particular a los casinos y las casas de apuestas electrónicas. Los casinos se mantienen restringidos a los hoteles con más de 60 habitaciones y las apuestas electrónicas quedan sujetas a formalidades que hoy no están obligadas a respetar, pero el artículo 28 da carta de ciudadanía a las máquinas instaladas en establecimientos pequeños.
“Toda persona que se involucre en el negocio de colocar y operar dispositivos de juegos de azar en el local de un establecimiento pequeño, debe obtener previamente una licencia de operador para realizar esa actividad aprobada por el Consejo Superior. Para estos efectos, tendrá la consideración de establecimiento pequeño, aquel cuya actividad económica principal no es la de apuestas, casinos o juegos de azar”, dice el artículo 28 del proyecto en trámite legislativo.
Los defensores de la disposición dirán que introduce requisitos hasta ahora inexistentes y en esa medida contribuye a controlar la operación de las máquinas y su proliferación. Además de poseer licencia, los operadores solo podrán emplear aparatos de un fabricante o distribuidor igualmente autorizado. Pero el argumento de reglamentar la anarquía pasa por alto la pregunta fundamental y previa: ¿Es necesaria o defendible la operación de máquinas de juego en cualquier negocio de barrio?
El negocio del juego, en cualquier escala, resulta polémico. La presencia de casinos en los hoteles se ha justificado por la necesidad de complacer al turismo y las casas de apuestas electrónicas son empleadoras de miles de costarricenses, por lo general bien pagados. Sin ahondar en las críticas dirigidas a esos grandes negocios, basta para los efectos de este editorial consignar los argumentos esgrimidos en su favor con tal de señalar la ausencia de alguno similar para las máquinas tragamonedas instaladas en pulperías, bazares y otros establecimientos de barrio.
Si no hay siquiera asomo de justificación y los efectos perniciosos saltan a la vista, es de esperar que los diputados aprovechen el trámite de la ley de regulación de apuestas, casinos y juegos de azar para establecer una política nacional contra la proliferación de este tipo de actividades.
Diario El Salvador.com de San Salvador
Al no quemar el Corán se salvaron muchas vidas
Que alguien reúna a un grupo de facinerosos para preparar atentados o incitar asesinatos no puede considerarse expresión válida, discurso que encaja en el marco legal y moral de la sociedad.
Voltaire dijo estar en desacuerdo con los escritos de otro, pero que defendería con todo vigor el derecho de aquél a expresarse. Este dilema se presentó cuando el pastor de una iglesia evangélica propuso quemar copias del Corán con sus feligreses, pero fue disuadido de hacerlo después de un intenso debate en el que participaron miles de personas.
El pastor tenía derecho a actuar de acuerdo con su conciencia, pero no a fomentar el odio entre grupos y sectas. Hay un derecho a la libre expresión, pero no es lícito ejercerlo gritando "¡Fuego!" en medio de un teatro repleto de gente.
Lo que opositores al pastor señalaron es que en el clima de crispación religiosa y casi demencia de grandes sectores dentro del mundo islámico, quemar copias del Corán en una ciudad de Florida iba a costarle la vida a estadounidenses y europeos en Pakistán, Argelia o Yemen. En Turquía y dentro de Irak chusmas enardecidas pueden dar fuego a una iglesia cristiana sin que berlineses o californianos quemen diez mezquitas en represalia.
La primera enmienda constitucional de Estados Unidos protege la libertad de expresión: el Congreso no aprobará leyes que coarten o limiten ese derecho fundamental. Jones podía quemar el Corán, o la Biblia o la Torah, siempre y cuando no recurriera a la violencia para hacerlo. No existe ninguna ley que pueda obligarlo a desistir; fue la opinión pública, la sanción moral de sus conciudadanos, la que evitó un acto de intolerancia que pudo haber tenido repercusiones gravísimas, peor todavía que las ya famosas, pero inofensivas, caricaturas publicadas en Dinamarca que echaron a la calle a turbas de enloquecidos.
En Europa hay leyes que prohíben y castigan actos, palabras, sermones, prédicas y declaraciones que inciten al odio y la violencia. Es con base en esas leyes que alemanes y británicos han clausurado mezquitas y deportado a imanes, que hacían llamados a la violencia y a la insurrección; en esas mezquitas se fraguaron actos terroristas, lo que evidentemente dejaba de ser una expresión de pensamiento, para convertirse en parte de las maquinaciones que conducen a actos criminales. Que alguien reúna a un grupo de facinerosos para preparar atentados o incitar asesinatos no puede considerarse expresión válida, discurso que encaja en el marco legal y moral de la sociedad.
Hay dos caras en el creciente enfrentamiento de los países occidentales y el mundo musulmán. En Occidente las leyes garantizan la libertad de expresión y todas las protecciones procesales a las personas que se encuentren en sus territorios, indistintamente de raza, religión o posturas ideológicas, siempre que acepten el marco de principios en que se sostienen.
En el mundo islámico puede suceder lo contrario: no sólo que se persiga y se llegue a atentar contra personas por lo que piensan o por su religión, sino que el Estado mismo predique la violencia contra los que son distintos, a las mujeres que no se cubren el pelo, al "infiel". Ya se dio el caso de un músico salvadoreño que estuvo a punto de ser condenado a pasar años en la cárcel por haber expuesto a un enloquecido lo que para él tiene de grande el cristianismo.
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