Ambos gobiernos se comprometieron fuertemente en la búsqueda de la integración latinoamericana; en la lucha conjunta con muchos países en desarrollo por modificar el injusto sistema económico internacional; y en el intento por desarrollar una política exterior común de los principales países exportadores de cobre agrupados en el Comité Intergubernamental de Países Exportadores de Cobre (CIPEC)
En cambio, los gobiernos de la Concertación han seguido la misma política económica internacional desarrollada por la dictadura de Pinochet, aunque evidentemente con mucho mayor éxito. La opuesta valoración que la comunidad internacional les confirió a ambos regímenes permitió la inmensa diferencia de resultados; pero el sentido de sus políticas fue análogo.
En efecto, desde sus inicios la dictadura desechó los esfuerzos de integración económica regional. Rápidamente se retiró del Pacto Andino cuyo principal gestor había sido el gobierno de Frei y que el gobierno de Allende había apoyado también vigorosamente. Incluso, intelectuales adherentes a la dictadura acuñaron la soberbia frase “Adiós América Latina”. Y tampoco manifestó posteriormente algún interés integracionista.
Análogamente, los gobiernos de la Concertación no solo no manifestaron ningún deseo de volver al Pacto Andino, sino que además se negaron a aceptar las reiteradas invitaciones que los países del Mercosur les hicieron para integrarse como miembro pleno en dicho esquema de integración subregional. Se obsesionaron, en cambio, en efectuar un tratado bilateral de libre comercio con Estados Unidos y -en general- en desarrollar este tipo de relaciones económicas con el máximo de países del mundo. Naturalmente que estos tratados –al ser Chile un país chico y subdesarrollado- contribuyen a perpetuar nuestro perfil de país exportador de materias primas o de bienes con escaso valor agregado.
Por otro lado, la dictadura abandonó la política exterior tradicional que Chile había desarrollado desde la creación de la ONU, de estimular una profunda modificación del sistema económico internacional en beneficio de los países en desarrollo. Estímulo que se tradujo incluso en la acogida de la sede permanente de la CEPAL en Santiago a comienzos de los 50; y en la celebración de la tercera reunión mundial de la UNCTAD en 1972 en nuestra ciudad capital.
Lo mismo han hecho los gobiernos de la Concertación que se han limitado a promover –y prácticamente de forma contradictoria con su énfasis bilateral- una disminución del proteccionismo agrícola de los países desarrollados en el marco de la OMC. Y que se han ufanado de constituirse en una suerte de alumnos aventajados de América Latina respecto de los criterios impulsados por los organismos financieros internacionales (FMI y Banco Mundial) para los países en desarrollo: superávit fiscal; apertura arancelaria y financiera; beneficios extremos para la inversión extranjera; etc.
Por último, la dictadura retiró a Chile del CIPEC provocando su liquidación y se negó a seguir toda política exterior de defensa de los precios internacionales del cobre, pese a que la experiencia de la OPEP con el petróleo estaba demostrando la eficacia de la coordinación de los principales países exportadores de recursos vitales para la economía mundial.
Asimismo, los gobiernos de la Concertación no hicieron ningún intento para reactivar el CIPEC o para influir de cualquier manera en los precios internacionales del metal rojo. Es más, con su entusiasmo por acoger el máximo posible de inversión extranjera de las grandes empresas multinacionales del cobre –asegurándoles, de paso, los más extremos beneficios imaginables- nuestro país incrementó de modo gigantesco la exportación mundial del mineral, convirtiéndose así en el principal factor de la sobre-oferta que afectó a los mercados internacionales por muchos años, con el consiguiente desplome de los precios internacionales del cobre.
Doblemente lamentable fue el hecho que, al incurrir en esa miope política neoliberal, se rechazaran los llamados que con sabiduría y ahinco efectuó al final de sus días el egregio líder de la democracia cristiana y especialista en materias cupríferas, Radomiro Tomic. La tecnocracia concertacionista del cobre, en su converso entusiasmo neoliberal, rechazó con altanero desprecio las proféticas advertencias de Tomic, provocando para nuestro país la pérdida de miles de millones de dólares.
Todavía no se aprecia ninguna autocrítica del liderazgo concertacionista por haber logrado lo que la dictadura de Pinochet quiso infructuosamente: la conversión de nuestro país en el líder mundial –dentro de los países en desarrollo- de la prédica y la práctica del neoliberalismo en las relaciones económicas internacionales. Por el contrario, dicho liderazgo continúa ufanándose de haber colocado a Chile como “ejemplo” en ese sentido.
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