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domingo, 13 de febrero de 2011

Bolivia y Chile: ¿existe una salida razonable?

Por Hugo Latorre Fuenzalida

Bolívar soñó una sola nación americana; pero finalmente al hacer una revisión de su vida, antes de morir, exclamó que en ese punto: “He arado en el mar”.

Con casi doscientos años que han transcurrido de esos empeños, aún el arado naufraga en los mares, pues Bolivia no ha conseguido su objetivo, de tener mar propio, luego de perderlo desde hace poco más de un siglo.

Se han dado tratados, acuerdos más o menos amistosos; han existido reclamos y amenazas de todo tipo; se han dado tiempos de acercamientos casi prometedores de una salida consensuada, pero indefectiblemente las cosas se complican y se vuelve a fojas cero.

Es que además metieron en los tratados al Perú, de manera innecesaria. Es decir, no puede Chile actuar de manera unilateral en los tratados con Bolivia en los temas de territorios.

Por cierto, Perú no debe tener ningún interés en facilitarle este tipo de negociaciones a Chile; tampoco a Bolivia. Todo por simple cálculo estratégico. Si estos países desean un acuerdo, tendrán que ceder al Perú ciertas ventajas. ¿Estarán dispuestos a hacerlo?

El problema del nacionalismo que aqueja a los pueblos de nuestra América, constituye todavía un obstáculo formidable. Es muy difícil decirle a la gente común que se debe negociar porciones territoriales o espacios marítimos. La respuesta será indefectiblemente de rechazo, aún cuando se demuestre que conviene a las partes.

¿Entonces, qué hacer?

En verdad, se está avanzando en el tema de los “pasadizos interoceánicos” entre los países de Sudamérica. Incluso ya se han construido partes de carreteras que conectan las regiones al interior de varios países. Uno de esos pasadizos justamente se está diseñando para unir los territorios de Chile, Bolivia, Paraguay, hasta llegar al Brasil, es decir a la costa atlántica.

En uno y otro extremo, los países integrados a este acuerdo, tendrían posibilidades de ocupar espacios o puertos; usar libremente las carreteras y sistemas de instalaciones e infraestructura.

Esta salida se percibe muy favorable, pues al margen de las concesiones que cada país debe otorgar para integrar territorios, Chile y Bolivia pueden negociar concesiones especiales, donde se complementen ventajas mutuas. Recordemos que Chile requiere energía y agua, que Bolivia posee frente a la zona norte de nuestro territorio. Energía y agua que es imprescindible si deseamos intensificar la explotación minera y sostener las poblaciones que residen en esta desértica zona de Chile.

Con esta alternativa, lograríamos una solución latinoamericana, es decir bajo el signo de la integración regional, soslayando los nacionalismos espurios, que permanecen en la mente de tanta gente y que se levantan como un obstáculo ideológico a cualquier clase de entendimiento binacional, entendimiento que se hace perentorio, sobre todo para Chile.

En Europa, se han dado estos traspasos de territorios muchas veces durante su larga historia, así es que no hay gran misterio ni tabú en el intento. Los territorios son ahora bastante menos simbólicos que en el siglo XIX o XX. El pragmatismo desmitologizado de la posmodernidad nos permite usar, casi como moneda de canje, los espacios territoriales.

Lo podemos ver en los hechos, cuando se concede derechos de explotación minera, derechos de propiedad de aguas, ríos, de energía, de bosques, de costas y mares (pesqueras y salmoneras), sin que nadie patalee o escandalice por la soberanía. Hoy por hoy, la transnacionalización de la economía ha desnacionalizado gruesa parte de lo que antes perteneció a los países. De hecho, en Chile, la legislación sobre los recursos nacionales, incluso de extensos territorios, se han vendido a extranjeros, que adquieren de esa forma soberanía especial sobre esas áreas.

Las tesis del constitucionalista Francisco Cumplido sobre la “propiedad imperfecta” que adopta el estado sobre los bienes nacionales (mineros, en este caso, pero que es extensible como lógica a todo otro ámbito) ha venido a poner en entredicho las formas convencionales de propiedad y soberanía. Recordemos que el royalty minero se transformó en un simple tributo específico a la minería y no en real y verdadero royalty, justamente porque se quiso obviar el problema de la contradicción constitucional entre la legislación minera vigente, con su derecho de propiedad efectiva o “perfecta” de los privados, y un royalty, que obliga a reconocer la propiedad efectiva del Estado sobre los recursos del subsuelo.

Entonces, debemos replantearnos muchos temas sobre soberanía y nacionalismo, pues la desoberanización ya la tenemos operando en casa desde hace casi 30 años; lo que pasa, queridos chilenos y connacionales, es que casi todo el mundo ignora que ya duerme en cama ajena y no todo el suelo que pisa o el agua que bebe, le pertenece.

1 comentario:

  1. Buen punto.
    Solo con el tratado minero Chileno Argentino, hemos perdido más soberanía que la que perderíamos cediendo un enclave o una salida al mar a Bolivia.

    Jorge Cisternas

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