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miércoles, 1 de junio de 2016

Elecciones en Perú
LA DEMOCRACIA PELIGRA ANTE LA DEMAGOGIA DE LA AUTOCRACIA
Por Roberto Mejía Alarcón 
El Perú es un país que necesita con urgencia una democracia política, económica, social y cultural que le permita hacer realidad una sociedad más fraterna y más justa. Una sociedad nueva cuya conformación y destino no puede en ningún momento ser ajeno a la conciencia, la orientación y la influencia de quienes conocieron y sufrieron la crueldad y la perversidad del régimen corrupto que significó en los años noventa el fujimorismo y que, ahora, reencarnado con un rostro algo distinto y maquillado, pretende llegar nuevamente a Palacio de Gobierno.
Detener las ambiciones de ese nefasto conglomerado de personajes que acompañan a la candidata, que ayer fueron cómplices de tal autocracia y que ahora actúan escondidos entre las sombras, con los dineros malhabidos y sus siniestros asesoramientos, es tarea de la mayoría del pueblo. De su capacidad, de su pujanza, de su dignidad, depende que el domingo 5 de junio, se convierta en una fecha histórica y se pueda desde una posición independiente de odios y rencores, avanzar en la búsqueda de la justicia social y de la paz en un marco de libertad, de vigencia de los derechos humanos y de respeto a los derechos de los excluídos, de los olvidados, de los no contactados. Que, por lo demás, son muchos más de los que supone tal candidata y que dejó como herencia su progenitor, a quien, aunque lo niegue, hoy representa y personifica.
Bien se ha dicho que sólo el pueblo salva al pueblo. Nunca como ahora esa proclama cobra actualidad en nuestra patria. Hay más de una razón para ello, porque el pueblo que no es capaz de interesarse, reconocer y descubrir su pasado, no podría tampoco saber qué identidad tiene y cuál es la posibilidad que posee para generar una cultura cívica mejor, de crear conciencia de sana rebeldía ante la injusticia, de renovarse a si mismo, de forjar la sociedad que con tanta esperanza soñaron sus mayores y que la fuerza bruta y salvaje impidió de mil maneras. A la fecha y en las vísperas de la definición del domingo entrante, son muchos los esfuerzos realizados. Jóvenes y adultos, hombres y mujeres de toda condición social y económica lo acaban de demostrar públicamente en una grandiosa manifestación de fe, de hermandad, de convivencia respetuosa. 
Son millones quienes no creen en la autocracia, en la corrupción, en el engaño, en la demagogia y que por eso se unen, sean de izquierda, sean de derecha. Algo inexplicable para mentes obtusas que se preguntan el porqué de este acontecimiento y cómo es que hoy tenemos una ciudadanía en capacidad de compartir una misma preocupación en momentos de peligro para la democracia, que junta fuerzas y voluntades ante el riesgo de retornar a la década aquella cuando el gobierno verticalista imponía condiciones para el desarrollo de la persona humana y su trascendencia.
Tal sentimiento unitario es un buen inicio de lo que podría ser mañana más temprano que tarde. Podría observarse como la semilla que alguna vez tendrá que fecundar para construir un camino mejor para todos. Esto implica, sin embargo, la construcción de un sólido frente común para la defensa y promoción de la democracia que, paso a paso, en estos días, está logrando la autoconvocatoria de todas las fuerzas sociales, populares, políticas, económicas, culturales y religiosas y ante la cual el pueblo en su conjunto, con firmeza y autoridad moral, debe asumir un rol activo y protagónico: el domingo 5 de junio, en su oportunidad. Esos millones de peruanos que hoy se juntan cuando la patria los convoca, comprenden que la existencia de un regímen democrático es condicionante indispensable para la profundización democrática y el desarrollo a nivel de todas y cada una de las realidades regionales y del conjunto de la realidad nacional. Tan ejemplar actitud, en consecuencia, nos compromete a cuantos teníamos pensado no asistir al acto ciudadano. Este acontecimiento de unidad nacional, nos lleva a la reflexión y nos hace saber que no podemos estar ausentes de una épica batalla electoral a los efectos de derrotar toda forma de autocracia, más allá de la máscara que ésta se ponga para hacernos creer que el pasado no se volverá a reeditar.
El rechazo y la confrontación al intento del autotarismo de engañar a la ciudadanía es un hecho. Se está protagonizando. El pueblo ha despertado y en estos cruciales instantes muesta la decisión de detener las maniobras de aquellos que con promesas demagógicas, que nunca se podrán cumplir, tratan de neutralizar la voluntad de forjar una democracia más avanzada, a partir de la concepción de que la gobernabilidad estaría cuestionada por el exceso de participación cívica, considerándose como única solución balancear su existencia, admitiendo que existen segmentos, especialmente de relaciones personales y grupales, en donde la democracia no sería posible, ni se aconsejaría su aplicabilidad. ¿El hecho de dejar en libertad de acción a los depredadores de los bosques amazónicos, a la minería ilegal y a los personajes comprometidos en lavado de activos, no representa acaso ésto? Son millones y millones de dólares los que se encuentran en juego, a costa del derecho al desarrollo social y económico del país y del ansiado deseo de una democracia como forma de vida política y social.
Es imposible que el fujimorismo pueda tomar conciencia de esta nueva unidad democrática, que no es ajena a diferencias ideológicas, pero que camina, que anda, que avanza, porque tiene la misión de declararse en estado de alerta contra todo lo que constituya abuso del poder, falsedad en el propósito de buena gobernabilidad y promoción de acciones que liberen de condena a quienes, como en el caso de quienes están vinculados al narcotráfico, podrían aprovecharse de estas actividades para su beneficio particular, sin importarles la salud pública, la estabilidad y fortalecimiento de una sociedad con sentimiento humano.


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