La opinión de un teólogo
SINCERAMENTE, ¿TIENE ARREGLO EL BRASIL ACTUAL?
Por Leonardo Boff
Quien observa la escena político-social-económica
se pregunta: ¿Tiene arreglo Brasil? Una banda de ladrones, travestidos de
senadores-jueces intenta, contra todos los argumentos en contra, condenar a una
mujer inocente, la presidenta Dilma Rousseff, a la cual no se acusa de ninguna
apropiación de bienes públicos ni de corrupción personal.
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Con las recientes delaciones premiadas, ha quedado
claro que el problema no es la presidenta, es el Lava Jato que, además de las
acusaciones selectivas contra el PT, está llegando a la mayoría de los líderes
de la oposición. Todos, de una u otra forma, se beneficiaron de las propinas de
Petrobrás para garantizar su victoria electoral. “Tenemos que detener esta
sangría”, dijo uno de los conocidos corruptos, “de lo contrario seremos todos
afectados; hay que sacar a Dilma”.
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Nadie arriesga sus bienes para financiar su
campaña. No lo necesita: existe la mina de la caja 2 alimentada por las
empresas corruptoras que crean corruptos a cambio de ventajas posteriores en
términos de grandes proyectos, generalmente sobrefacturados, donde adquieren
gran parte de sus fortunas.
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Hemos llegado a un punto ridículo a los ojos del
mundo: dos presidentes, uno usurpador, débil y sin ningún liderazgo, y otro
legítimo pero retirado y hecho prisionero en su palacio; dos ministros de
planificación, uno retirado y otro sustituto; un gobierno monstruoso,
antipopular y reaccionario.
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Estamos efectivamente en un vuelo ciego. Nadie sabe
hacia dónde va esta nación, la séptima economía mundial, con yacimientos de
petróleo y gas de los mayores del mundo y con una riqueza ecológica sin
paragón, base de la economía futura. Tal como se delinea la correlación de
fuerzas, no vamos a ninguna parte sino a un eventual conflicto social.
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El pobre, la mayoría de la población, se ha
acostumbrado a sufrir y a encontrar salidas como puede. Pero llega a un punto
en el que el sufrimiento se vuelve insoportable. Nadie aguanta, indiferente,
viendo a un hijo morir de hambre y de absoluta falta de asistencia médica. Y
dice: así no puede ser; tenemos que rebelarnos.
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Esto me hace recordar a un obispo franciscano del
siglo XIII en Escocia que, rechazando los altos impuestos cobrados por el Papa,
respondió: non accepto, recuso et rebello (“no
acepto, me niego y me rebelo"). Y el Papa retrocedió. ¿No podría ocurrir
algo semejante entre nosotros?
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Cuando
en mis charlas, haciendo un esfuerzo inmenso para ofrecer un rayo de esperanza,
me dicen: «¡es que tú eres pesimista!», respondo con Saramago: «no soy
pesimista; es la realidad que es pésima». Efectivamente, la realidad está
siendo pésima para todos, menos para aquellas élites adineradas, acostumbradas
a la rapiña, que ganan con la desgracia de todo un pueblo. Ellas tienen su
templo de profanación en la Avenida Paulista de São Paulo, donde se concentra
gran parte del PIB brasilero.
Lo
grave es que estamos faltos de líderes. Exceptuando al ex-presidente Lula, cuyo
carisma es indiscutible, apuntan dos: Ciro Gomes y Roberto Requião, para mí los
únicos líderes fuertes que tienen el valor de decir la verdad y piensan en
Brasil más que en las disputas partidarias.
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Esta
crisis tiene un telón de fondo nunca resuelto en nuestra historia,
desenmascarado recientemente por Jessé Souza. (A tolice da inteligência
brasileira, 2015). Somos herederos de siglos de colonialismo que nos dejó
la marca de «gente sin importancia», dependiendo siempre de los de afuera.
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Todavía
peor es la herencia secular de la esclavitud que hizo que los herederos de la
Casa Grande se sientan señores de la vida y de la muerte de los negros y los
pobres. No basta lanzarlos a las periferias; hay que despreciarlos y
humillarlos. La clase media imita a los de arriba, se deja manipular totalmente
por ellos e inocentemente y se hace cómplice de la horrorosa desigualdad
social.
Esas
élites de super-ricos (71.440 que personas ganan 600 mil dólares al mes, dice
el IPEA) se hicieron con los medios de comunicación de masas, golpistas y
reaccionarios, que funcionan como aceite para su maquinaria de dominación. Esas
élites nunca quisieron la democracia, solamente aquella de bajísima intensidad,
que pueden comprar y manipular; prefieren los golpes y la dictadura. Como hoy
ya no es posible hacerlo mediante las bayonetas, planearon otro expediente: el
golpe viene a través de una artificiosa articulación entre políticos corruptos,
el poder judicial politizado y la represión policial. Tres tipos de golpe, por
tanto: político, jurídico y policial.
Termino
con las palabras pertinentes de Jessé Souza: «nos encontramos en un mundo
comandado por un sindicato de ladrones en la política, una justicia de
“justicieros” que los protege, una élite de vampiros y una sociedad condenada a
la miseria material y a la pobreza espiritual. Es necesario que este golpe sea
comprendido por todos. Es el espejo de aquello en lo que nos convertimos».
¿Diré como Martin Heidegger: «sólo un Dios podrá salvarnos»? Marx tal vez sea
más modesto y verdadero: «para cada problema hay siempre una solución». La
habrá.
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