Sigue el debate electoral
PRIMARIAS LEGALES Y LA DEBACLE DE LA REPRESENTACIÓN POLÍTICA
Por Rafael Luis Gumucio Rivas
Las explicaciones, justificaciones y
lamentaciones con ocasión de la abstención de cerca de un 95% en las primeras
elecciones primarias legales para candidatos municipales, sobran y las hay para
todos los gustos:
En primer lugar, los partidos políticos
del duopolio hicieron todo lo posible para que estos comicios fueran una
mascarada, pues sólo se elegían candidatos en 90 comunas de un total de
360 y, de hecho, ningún alcalde
incumbente arriesgaba su candidatura en las primarias – por secretaría ya
estaba elegido – y los partidos que integran la Nueva Mayoría no se pusieron
previamente de acuerdo en la inscripción en el SERVEL y, en el colmo de la
tontería, culpan a esta institución del fracaso en la escasa participación
ciudadana. No hay que ser excesivamente mal pensado para creer que los partidos
políticos querían que los ciudadanos no votaran – en el fondo, las primarias
son una verdadera molestia -.
En segundo lugar, las explicaciones con
motivo del encuentro futbolístico que opacaron el acontecimiento electoral –
como el de los siete goles del equipo chileno contra el arco de México, que
vinieron como regalo para el día del papá, y que no tienen nada que ver los
partidos políticos, sino el alto poder de convocatoria que tiene el futbol y
la familia, única protección frente a un mundo hostil e inexplicable -. (El
intendente de Santiago no se le ocurre nada mejor que culpar los asados para
celebrar cada gol chileno de la
emergencia ambiental; tal vez quisiera que el equipo perdiera en las
semifinales con Colombia para tener algo de ventilación en la ciudad de
Santiago).
En tercer lugar, hay que entender que el
universo electoral no es de cinco
millones de votantes, como se ha señalado varias veces en la prensa, sino de
aquellos que puedan “acarrear” los partidos políticos concernidos: si
consideramos que estos conglomerados sólo cuentan con el apoyo de un 3% de la
ciudadanía y, además son máquinas burocráticas que propenden a la reproducción
de las oligarquías en su interior, no faltará el político cínico que pueda
sostener que el número de electores – alrededor de 250.000 – es un verdadero
éxito, pues constituye una cifra mayor que el 3% de apoyo a estas
colectividades políticas, y a la suma del conjunto de los padrones de
militantes de los partidos – incluso, un dirigente político, muy orondo por
cierto, dijo que “habían votado 60.000 personas más que en las primarias
anteriores -.
En cuarto lugar, no faltan los gurús que
propongan como última solución instaurar el voto obligatorio, ante la
incapacidad de los partidos políticos para re-encantar y atraer a los
ciudadanos, así, si por las buenas no participan de los comicios, por las malas
lo harán por miedo a la multa – claro está que muy pocos ciudadanos se
abstendrían, incluso, pagando la penalidad para demostrar su rechazo al sistema
< santos laicos hay muy pocos> -.
En quinto lugar, podría considerarse la
propuesta de uno de los premios Nobel de Literatura, el portugués José
Saramago, en su obra Ensayos sobre la
lucidez, en la cual relata que en un pequeño poblado lusitano, el 75% de
los ciudadanos votó nulo, y lo continuó haciéndolo en las sucesivas
repeticiones de los comicios, en medio de la aplicación de la ley de seguridad
interior del Estado. Este modelo de
manifestar el quiebre con el sistema político exigiría una gran conciencia de
las responsabilidades cívicas y una marcada disciplina social.
En el fondo, la abstención no es sólo un
fenómeno nacional, sino que abarca dimensiones mundiales. En la actualidad sólo
votan los empresarios y los propietarios de bancos, pues los simples ciudadanos
deben limitarse a elegir entre las alternativas que los potentados les
presentan en los comicios, lo cual denominamos “democracia bancaria”.
En la Grecia antigua sólo votaban los
eupátridas, que les permitía tener un número para participar en un sorteo,
hecho que escandalizaba a Sócrates, en boca de Platón, pues no podía entender
que un gobierno resultara del azar, permitiendo que ignorantes cultivadores de
habas rigieran la ciudad y no los filósofos, a quien por su sabiduría
correspondía el gobierno de la polis.
En el siglo XVIII se contrapusieron dos
concepciones centrales del poder político: en la primera, planteada por
Jean Jacques Rousseau, el mandatario
debería atenerse siempre a las órdenes que le dan sus representados, si no las
cumple, de inmediato pierde el cargo; la segunda, la de Edmundo Burke, crítico
de la Revolución Francesa, quien sostenía que el lema “Libertad, Igualdad y
Fraternidad”, había sido reemplazado por el de “matanza, tortura y horca”. En
su epístola a los electores de Bristol dice: “Este es un régimen representativo
en el cual el representante es designado no por todos los que él representa,
sino por quienes están especialmente habilitados y gozan de una libertad
absoluta para hacer prevalecer su voluntad sin tener que rendir cuenta a sus
representados, imponiéndole a esos últimos como si ella fuera una manifestación
de su propia voluntad”, es decir, durante su mandato, el representante puede
obrar a su entera libertad sin verse obligado a rendir cuenta a sus
representados.
En la Asamblea, instaurada en la
Revolución Francesa, había dos categorías: los ciudadanos activos, los que
pagaban impuestos, y los pasivos, que eran todos aquellos que no podían votar
por no contribuir. En la Convención republicana se aplicó, por primera vez, el
sufragio universal, y, sobre todo el tipo de mandato según el cual el elegido
tenía la obligación de cumplir el mandato de sus electores (J.J. Rousseau);
este principio se aplicó en la expulsión de los 22 diputados girondinos, que
está muy lejos de ser el golpe de Estado jacobino, como lo sostienen algunos
historiadores, sino la rigurosa aplicación de la democracia directa y del
mandato roussoniano.
Ante el agotamiento de la democracia
representativa, bancaria, electoral, oligárquica y plutocrática, no queda otro
camino de superación que la rigurosa aplicación de la democracia directa y del
voto imperativo, es decir, que los representantes sean sometidos a la voluntad
de los representados, y que de no cumplir el mandato para el cual fueron
elegidos, debe cesar inmediatamente en su cargo.
La lógica de la representación
generalmente termina en oligarquía.
1. Soy partidario de primarias, en todos los cargos unipersonales donde haya mas de un candidato disponible.
ResponderBorrar2. Solo rescato de tu escrito, tu referencia a Saramago, donde el relato de la incredulidad e impotencia de la autoridad pública frente a la abstención electoral generalizada, está brillantemente relatada:
podría considerarse la propuesta de uno de los premios Nobel de Literatura, el portugués José Saramago, en su obra Ensayos sobre la lucidez, en la cual relata que en un pequeño poblado lusitano, el 75% de los ciudadanos votó nulo, y lo continuó haciéndolo en las sucesivas repeticiones de los comicios, en medio de la aplicación de la ley de seguridad interior del Estado. Este modelo de manifestar el quiebre con el sistema político exigiría una gran conciencia de las responsabilidades cívicas y una marcada disciplina social.
Sergio Donoso
Queridos Sergio y Rafael,
ResponderBorrarEn la paideia euromapuche que habita las profundidades de nuestro ser chileno, abominamos de la autoridad, y solo recurrimos a ella cuando debemos hacer la guerra.
No le pidamos entonces peras al olmo.
Con afecto,
Fernando