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viernes, 3 de junio de 2016

DISOLUCIÓN Y DESILUSIONES
Por Hugo Latorre Fuenzalida

No hay que ser profeta del desastre, es decir un Jeremías, para anticipar que el paradigma político chileno de los últimos 40 años se está disolviendo en el ácido de su incompetencia, paralizado en el lodo de su corrupción y desnudado en su inviabilidad.
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Los políticos del modelo dominante, tanto del pinochetismo fascista como de la Concertación derechizada, vienen cayendo como lluvia de meteoritos….Iluminan el cielo del espectáculo mediático y cada día que pasa se abre un nuevo expediente que deriva prontamente en prontuario, aunque la justicia, finalmente, termine practicando sus consabidas absoluciones.
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Pero como a los modelos corrompidos les sucede, parecido a la piara de cerdos, nunca se embarran solos, también vienen cayendo los militares, los religiosos, los empresarios, también caen carabineros, PDI, dirigentes del fútbol y cuanto ser se haya refugiado bajo cualquier parapeto institucional. Los jueces no han caído pero dejan su huella en cada una de sus decisiones; los fiscales persiguen, pero hay algunos que desvían su afán persecutor hacia una vertiente de obsecuencia y morigeración, que causa admiración por sus ingeniosas argumentaciones, distractivas o elusivas.
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Así, somos como espectadores del incendio de la Moneda, luego de su irracional bombardeo. No podemos menos que pensar que la irracionalidad nos ha acompañado todos estos años, pero el combustible se enciende cuando la temperatura sube a niveles de combustión, y eso acontece cuando se acaban los veranitos de san Juan de unas prosperidades de fundamento poco veraz y de sustentabilidad precaria.
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Si uno analiza los períodos de crecimiento, veremos que cada uno de ellos tiene una explicación que no es  específicamente el esfuerzo creativo de nuestras competencias productivas y competitivas, sino el rebote de circunstancias externas o por encima a nuestra voluntad.
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Segunda mitad de los 70 hasta 1982: crecemos por endeudamiento externo y privatización de riqueza pública que genera un derroche de consumo inmobiliario, suntuario y militar.
1987-1990:crecemos por dos años de altos precios internacionales del cobre, repactación de deuda (transnacionalización de las privatizaciones) y nuevo endeudamiento.
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1992-1997: crecemos por privatización de empresas del Estado; privatización con desnacionalización de la minería; expansión de valores en bolsa desde el ahorro de los trabajadores en las AFP; nueva expansión inmobiliaria de nivel ABC1.
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2004-2013: crecemos por inicio del largo ciclo alto de la demanda minera mundial y de las materias primas  con altos precios (ajeno a nuestro esfuerzo, es decir riqueza caída del cielo); Recuperación del terremoto y la alta inversión de reconstrucción (período de Piñera, al que se le suma la última etapa del ciclo alto de inversiones mineras).
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Como se puede ver, nada o muy poco de iniciativa propia del país; nada que nos haga competitivos en una economía del conocimiento y de la innovación. Nada que sea creación original de nuestros economistas o políticos; nada patentable desde nuestro registro.
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Esa economía de crecimiento espurio, ese ciclo de bonanzas externas, esa propaganda de exitismo bobo aún  puede engañar a  algunos, pero no puede seguir embaucando a los desplazados, a los relegados, a los olvidados, a los endeudados, a los expoliados, a los jóvenes estudiantes, a los viejos pensionados, a los indígenas, a los habitantes de provincia, a las víctimas de los usureros dueños de bancos,  farmacias, retail y empresas.
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Sobre este sistema queda poquita fe y nada de esperanzas, por tanto el descrédito, la desilusión, el descorazonamiento popular les tiene condenados al olvido, al abandono, a desertar a salirse del juego, a terminar el contrato, a dar de baja la obligación. Esta generación tiene los días contados.
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La inexperiencia del relevo
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Los jóvenes políticos, aquellos en que estábamos poniendo todas nuestras expectativas, resultan ser ahora unos cachorros juguetones con el poder. Uno les perdona porque la inexperiencia les lleva a creerse el cuento y a pensar que el destino les ha llamado iluminativamente a ellos, como individuos. Es decir, sufren estos pobres aficionados el síndrome de los decadentes, de los “revolucionarios del espejo”, de los dandis mediáticos de Lorraine (Lorena)..
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No alcanzan a darse cuenta que las alternativas históricas no son todas  mesiánicas; que lo más serio de la mutabilidad de las sociedades requiere de un trabajo compartido, generoso y prolongado, paciente y dialéctico. Las antojadizas niñerías o las frivolidades desembocan en los contragolpes y en los travestismos, esos mismos que denuncia Mónica Echeverría en su obra “¡Háganme callar!
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Estos extravíos personalistas son perdonables porque son muy jóvenes para empollar. Todavía generarán gestaciones fallidas antes de caer en la cuenta de su mal infantil y darse elevadamente a la construcción de una alternativa superior, real y trascendente.

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