OPINIÓN-COLUMNA DE CARLOS PEÑA-KRADIARIO
DISONANCIA EN EL ESTADIO
Por Carlos Peña (*)
Ocurrió luego de uno de los partidos de fútbol a
los que la Presidenta, con rigor y puntualidad de hincha (aunque con
inconfesables propósitos políticos), asistió. Al término del encuentro, alguien
le pidió preocuparse de la delincuencia. La Presidenta entonces respondió:
"El viernes le robaron el celular a mi hija, imagínese.
Se bajó de la micro y subió un gallo y se lo tiró".
La reacción de la Presidenta fue espontánea, informal,
carente de todo cálculo, coloquial, llena de sinceridad. Ella, efectivamente,
se sintió -mientras enfundada en la camiseta de la selección se dirigía a los
camarines- como una persona más de las que padecen los rigores de la ciudad y
temen que la sombra de la delincuencia las alcance. ¿Qué diferencia había,
después de todo -debió pensar-, entre la experiencia de quien la increpaba y la
suya? Ninguna, concluyó.
Pero al reaccionar así, sin quererlo, y sin casi darse
cuenta, mostró el principal problema que la aqueja: la disonancia entre lo que
ella quiere ser y el rol que, sin embargo, está llamada a ejecutar.
Todas las sociedades y las organizaciones equivalen a una
compleja red de posiciones. Cada una de esas posiciones se define por el
conjunto de expectativas que poseen los que interactúan con ella. Estar a la
altura de esas expectativas -las expectativas de rol- es esencial para que la
vida política transcurra sin grandes sobresaltos ni temores. Maquiavelo, tan
acostumbrado a las frases terminantes, lo decía como ninguno: el primer deber
del Príncipe, enseñaba, es comportarse como Príncipe. Con ello Maquiavelo no
quería decir que el Príncipe debe usar formas principescas. Quería decir algo
más básico: debe estar a la altura de las expectativas que definen el rol de
Príncipe, la principal de las cuales es definir un curso de acción y emplear su
voluntad para ejecutarlo.
Justo lo que la actitud de la Presidenta no mostró.
Por supuesto este tipo de disonancias -entre lo que alguien
naturalmente tiende a ser y las expectativas que se dirigen al rol que
desempeña- no siempre se revelan y saltan a la vista. Ellas recién asoman
cuando sobrevienen los problemas y la realidad, que hasta ese momento
transcurría sin sobresaltos, muestra toda su contingencia.
Algo de eso está ocurriendo hoy.
Diversos problemas -la incongruencia que mostró el caso
Caval, el resultado incierto de las reformas, el mar sin orillas de las
demandas, los tropiezos del gabinete- han mostrado que la realidad social y
política de Chile puede variar, mostrar su contingencia, alterar el curso más o
menos imperturbable que traía hasta ahora. Cuando eso ocurre, la sombra del
futuro se llena de interrogantes.
Y es en ese momento cuando el poder gubernamental -el
Príncipe que no puede olvidar lo que es- se hace imprescindible.
Pero ahí es justamente donde la Presidenta Bachelet muestra
la disonancia entre lo que ella naturalmente tiende a ser y las expectativas
que se dirigen al rol que desempeña.
Allí donde su cargo aconseja distanciarse de las percepciones
espontáneas de la gente, ella tiende a compartirlas (desde las quejas de las
movilizaciones, a las sensaciones de inseguridad); allí donde se requiere
volcar la voluntad en una acción, ella prefiere refugiarse en sí misma (fue,
para su desgracia, lo que mostró el caso Caval); allí donde se requiere definir
roles claros a ejecutar, ella elige personalidades en las que confiar (según lo
pone de manifiesto el último cambio de gabinete).
En momentos de tranquilidad, cuando la vida social transcurre
como en una meseta, sin grandes olas ni sobresaltos, como ocurrió en la segunda
parte de su anterior gobierno, el hecho de que la Presidenta comparta en el
estadio, a la salida de un partido, enfundada en una camiseta, una experiencia
cotidiana como la del robo del celular, contribuye a la cercanía entre quien
gobierna y la ciudadanía.
Ese fue, en su primer gobierno, el secreto de su éxito.
Pero cuando la meseta se acaba y la incertidumbre de la más
variada índole, y por las más diversas razones, aparece en el horizonte,
responder con una anécdota de esa índole a las quejas de una persona, como lo
acaba de hacer la Presidenta, revela una desatención que descuida las
expectativas del cargo.
Y ese tipo de conducta puede ser, en este su segundo
gobierno, la causa de su fracaso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario