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lunes, 19 de agosto de 2013

19-8-2013-KRADIARIO-EDICIÓN N°867
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40 AÑOS DEL GOLPE
Por Valeria Artigas Oddó
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Se vino súbito el avance de primavera. Los ciruelos y aromos precoces ya anuncian fines de semana largos, volantines, asados y jarras de chicha. Se viene Septiembre con todo su despliegue primaveral y su profusión patriotera de banderas chilenas.
También se viene el septiembre del aniversario número 40 del fatídico 11 de septiembre de 1973. Que no será fácil. Ad portas de las elecciones presidenciales más extrañas desde que volvimos a la democracia y con la derecha gobernando y quebrantada como nunca antes, esta conmemoración viene a recordarnos que no somos tan distintos a lo que fuimos en esos años. Que la historia sigue llena de baches y de sombras, que la justicia apenas ha logrado hacer pespuntes en este paño sórdido. Que no ha habido reparación y que estamos lejos de cerrar el capítulo. Seguimos llenos de dudas, y lo que es peor, de deudos sin cajón para ir a dejar flores.
Todavía quedan muchos que insisten en pasar la página, que se atreven a hablar de reconciliación sin pasar por la parte difícil; la del reconocimiento y/o el arrepentimiento. Seguimos hablando de errores y excesos. El discurso oficial todavía no habla de genocidio, ni de lesa humanidad, ni de terrorismo de Estado. Estamos muy lejos de poder pasar la página. El discurso oficial apenas siente el bulto de pudrición debajo de la alfombra y retira el pie para pisar en un lugar más aséptico. Pocos valientes se han atrevido a levantar la alfombra y mostrar la podredumbre. Todos sabemos lo que pasó, todos. Unos lo sufrieron y lo siguen sufriendo. Algunos lo niegan, otros lo minimizan, otros lo justifican y los que tienen ahora el poder, lo reconocen, pero alegan que no tenían idea que eso ocurría mientras ellos le sobaban el lomo al dictador. Patrañas.
La historia sigue viva en cada uno de nosotros. La generación de mis viejos pertenece a los derrotados o a los ganadores. Pertenece a los que lloraron y tuvieron pavor por sí mismos y los suyos, o a los que celebraron descorchando espumantes. Nosotros, los hijos crecimos en dictadura, independientemente de la vereda de nuestros viejos.
Crecimos con toque de queda y sin libertad (o en otros casos como el mío, lejos de ella. Y lejos de los abuelos, de los tíos y de los primos, convirtiéndonos en extranjeros de por vida). Y la generación que está cambiando al Chile de ahora, que nació en esta democracia imperfecta y temerosa, heredó las deudas, los odios, las consignas. Heredaron también el status de ciudadanos de primera, segunda o tercera categoría.
Pero la enorme diferencia está en que ellos ya no tienen miedo para querer cambiar el orden de las cosas. No tienen en el cuerpo guardado el recuerdo del bombardeo a La Moneda, ni el miedo que se sentía en el aire en esos años casi tangible como el olor a gas, ni esas tardes soporíferas de Sábados Gigantes con Don Francisco humillando gente para regalarles plata.
Han pasado 40 años y Chile ha cambiado enormemente con el mundo, pero seguimos siendo una isla temerosa, negadora y conservadora. Han pasado 40 años y todavía Chile no entiende que más allá de toda posición ideológica, la barbarie es injustificable, siempre.

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