Gibraltar vuelve a ocupar un lugar principal en los medios de comunicación. El origen del conflicto está en la disputa por las aguas jurisdiccionales pero es solo el último capítulo de un conflicto entre España y Gran Bretaña que se gesta en la Guerra de Sucesión Española desarrollada tras la muerte de Carlos II "el Hechizado" en noviembre de 1700.
El Peñón fue entregado a Inglaterra como consecuencia de la
firma del Tratado de Utrecht (1713), del cual se cumplieron 300 años el pasado
mes de abril. Pero, ¿por qué se interesó Inglaterra en esta minúscula porción
de tierra? ¿qué ventajas ofrecía el control de Gibraltar para los ingleses?
Durante la segunda mitad del siglo XVII Inglaterra se
convierte en la primera potencia comercial y capitalista del mundo.Tres guerras
(las dos primeras navales) con Holanda, la otra pujante potencia comercial,
muestran que Inglaterra necesita afianzar su presencia a escala global, en
todos aquellos lugares del planeta que pudieran convertirse en receptores de su
incipiente pero dinámica producción manufacturera.
El subcontinente indio y
Extremo Oriente están en su punto de mira y ejemplos de ello son la apertura
por parte de China del puerto de Cantón al comercio europeo en 1685, y el
establecimiento de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales en Calcuta en
1690. La ruta marítima de El Cabo (pasando frente a la actual Suráfrica) hacia
las Indias obligaba a realizar una travesía muy larga que encarecía los costes
comerciales y aumentaba los riesgos. Desde ese momento, el control del
Mediterráneo ya no sería solo un asunto de los países ribereños. Inglaterra
estableció entonces, como estrategia a largo plazo, un itinerario seguro para
su flota mediante una sucesión de enclaves que servían como bases militares de
escala y abastecimiento hasta el mismo Mar Rojo.
El primer paso de esa política se apreció en la alianza con
Portugal, firmada en 1661, convirtiéndose este Reino en un aliado
seguro para la flota y el comercio inglés (Portugal cede definitivamente Bombay
a Inglaterra y frena las tentativas de desarrollo industrial propio), a cambio
de ayuda militar en su lucha por liberarse de España.
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La Guerra de la Liga de Augsburgo (1688-1697) abriría los ojos a los marinos de la flota inglesa acerca de las posibilidades tácticas totalmente nuevas con las que se desenvolverían en sus enfrentamientos con los navíos galos, y esto se debía a que la Armada inglesa experimentó la ventaja de zarpar desde Lisboa o Cádiz (España e Inglaterra eran aliados en ese momento contra Francia) y hacía sentirle su presencia a la flota francesa para luego alejarse rápidamente hacia sus bases con plena seguridad y sin la necesidad de mantener una flota permanente. La posesión de Gibraltar y Menorca, esta última desde 1708 (cuando la alianza anglo-española ya no existía), permitió mantener y desarrollar aún más esas ventajas.
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La Guerra de la Liga de Augsburgo (1688-1697) abriría los ojos a los marinos de la flota inglesa acerca de las posibilidades tácticas totalmente nuevas con las que se desenvolverían en sus enfrentamientos con los navíos galos, y esto se debía a que la Armada inglesa experimentó la ventaja de zarpar desde Lisboa o Cádiz (España e Inglaterra eran aliados en ese momento contra Francia) y hacía sentirle su presencia a la flota francesa para luego alejarse rápidamente hacia sus bases con plena seguridad y sin la necesidad de mantener una flota permanente. La posesión de Gibraltar y Menorca, esta última desde 1708 (cuando la alianza anglo-española ya no existía), permitió mantener y desarrollar aún más esas ventajas.
En los últimos años del siglo XVII, se hace patente que la
rama española de los Habsburgo llega a su fin y hubo que buscar un sucesor
fuera. Luis XIV
de Francia estaba negociando con Inglaterra y el resto de las potencias europeas el reparto de
las posesiones españolas en Europa. Las potencias continentales ambicionaban el
Milanesado, Nápoles y Sicilia, Luxemburgo y lo que quedaba del Flandes español,
etc. Pero Inglaterra lo tenía muy claro: pide en esos repartos Ceuta, Gibraltar,
Mahón, Orán o La Habana.
Finalmente, Carlos II hizo un testamento a favor de Felipe de
Anjou, nieto de Luis XIV, nombrándole heredero de todas las posesiones de la
corona española. El Consejo de Castilla, dada la debilidad de España en el
concierto europeo, tomó esa decisión con la intención de que Francia defendiera a
España por el vínculo familiar que se establecería entre ambas monarquías y no
permitió la partición de los dominios españoles en Europa.
Inglaterra no iba a
quedarse de brazos cruzados viendo como se acababa de romper el “balance of
power” europeo que se había conseguido tras la Paz de Westfalia (1648). La Francia
de Luis XIV, apoyada por una España con dinastía borbónica, se convertiría en
la potencia continental hegemónica, y la reacción del resto de estados europeos
con intereses en juego era la formación de la Gran Alianza de Inglaterra con
Holanda, Austria, Saboya y Portugal, que declararon la guerra a España y Francia
en 1702.
En agosto de 1704 una potente flota anglo-holandesa al mando
del almirante inglés Rooke y el príncipe de Hesse-Darmstadt, que buscaba un
lugar para desembarcar y crear un foco a favor del archiduque Carlos de
Austria, se presentaba ante Gibraltar que, débilmente defendería con 80 soldados y
300 milicianos, más un centenar de piezas de artillería. La conquista del Peñón se hace en principio en nombre
del candidato aliado a la corona española, el archiduque Carlos de Austria,
pero la presencia inglesa queda formalizada con la firma del Tratado de
Utrecht.
El dominio de aquel enclave suponía controlar la entrada o salida de
todo buque por el Mediterráneo y la primera potencia marítima le da a esta
posición un rango de primerísimo valor geopolítico. Para algunos historiadores,
el tratado es considerado como
instaurador de la Pax Británica en los mares, por los privilegios comerciales
que obtiene Inglaterra en el comercio con la América hispana (derecho de
“asiento de negros” y “navío de permiso”) y la ampliación de su dominio en
Canadá. Pero ese predominio marítimo tuvo todavía algún revés de importancia
como el intento de asalto a Cartagena de Indias en 1741 que se saldó con la
pérdida de 50 naves y 10.000 muertos ingleses.
España, a pesar de firmar el tratado, quiso recuperar la
integridad de su territorio peninsular cuanto antes y lo intentó tanto por la
vía militar como por la diplomática. La primera la lleva a cabo con operaciones
militares en el estrecho en 1727 y en 1779-82 . En 1779 el conde de Floridablanca, aprovechando un momento
de dificultades por las que atraviesa Inglaterra en su lucha por terminar con
el proceso independentista de las colonias americanas, suma la vía diplomática
a la militar y ofrece al Gobierno inglés la cesión de Orán, en el norte de
África, a cambio de la devolución de Gibraltar pero las negociaciones fracasaron.
La línea estratégica inglesa de dominio del Mediterráneo
siguió adelante y prueba de ello es que, si bien perdió el control de Menorca en
1782, la firma del Tratado de Viena, que se formalizó tras las Guerras
Napoleónicas, estableció que Malta y Corfú, en las Islas Jónicas,
quedaban bajo su dominio. En 1878 la diplomacia británica conseguía del
Imperio Otomano la cesión de Chipre a cambio de la ayuda inglesa en su
conflicto con Rusia en el Mar Negro. Este éxito diplomático compensó la
pérdida de Corfú en 1864, que se integraba a Grecia.
El último paso necesario
para terminar de cerrar la estrategia inglesa de control del Mediterráneo
estuvo en Egipto. Desde 1839, en que Mehmet Alí, el gobernador vasallo del
sultán turco, dio los pasos para alcanzar la independencia, la presencia inglesa
en el país del Nilo se hizo más intensa. La construcción de un ferrocarril
entre El Cairo y Alejandría, pocos años después, acortó los tiempos del tráfico
comercial de las colonias inglesas asiáticas con la metrópoli y, finalmente, la
construcción del Canal de Suez, inaugurado en 1869, abrió las líneas de
navegación directas por el Mediterráneo hasta el Extremo Oriente.
El mantenimiento de la preponderancia inglesa en los mares,
y en particular en el Mediterráneo, es visto por los historiadores como un hecho decisivo hasta la Segunda Guerra
Mundial. En la actualidad, Gibraltar mantiene ese valor estratégico, igual de
importante que en el pasado, como base militar inglesa y de la OTAN, y lo
controvertido de su status político, es que sigue siendo un territorio pendiente de su
descolonización, según la doctrina de la ONU.
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