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miércoles, 21 de agosto de 2013

21-8-2013-KRADIARIO-EDICIÓN N°867 

NO LE CREO A CHEYRE
Por Walter Krohne
Ernesto Lejderman tiene todo el derecho de saber dónde están los cuerpos de sus padres asesinados por militares en el valle del Elqui después del golpe militar de 1973. Igualmente tiene  derecho de conocer todos los detalles de lo sucedido en un apartado lugar en el norte chileno donde su madre (María Ávalos) y su padre (Bernardo Lejderman), mexicana y argentino, respectivamente, fueron acribillados fríamente para luego contar la historia de que ambos se habían suicidado con explosivos. Era una madre de 21 años y un padre de 24. Ella murió cuando abrazaba al niño Ernesto en sus brazos. El gran “pecado” cometido por ellos había sido venirse a Chile porque creyeron en el proyecto allendista de una revolución en libertad que terminara con las profundas injusticias económicas y sociales.
El fracaso de Allende los obligó a buscar "vías camufladas" por la cordillera de Los Andes para volver a Argentina después que en Chile figuraban en listas de gente que era perseguida por el mando militar. Ellos tampoco lo lograron porque al niño Errnesto, de sólo  2 años,  se le perdió uno de sus zapatos y hubo que buscar un contacto para comprarle un par nuevo. El contacto fue un profesor que tras adquirir lo que requería el niño Ernesto se lo entregó a un taxista para que lo llevara al lugar donde se encontraba la pequeña familia en una caverna de una mina abandonada.  Sin embargo el taxista en lugar de cumplir con el encargo se fue el regimiento Arica para denunciar a los “prófugos”.  El resto de esta historia es ya conocida porque alguien le ordenó a una patrulla que fuera al lugar a ubicarlos lo que se cumplió rápidamente. Padre y madre fueron silenciados para siempre a punta de balazos que no tocaron para nada al niño, quien fue llevado al Regimiento de Arica.
Pasado varios días aparece en escena el entonces teniente Juan Emilio Cheyre,  adscrito al regimiento Arica pero que cumplía labores en la Intendencia regional como una figura de contacto entre los militares y la población civil. A él se le ordenó entregar al niño en un convento para que fueran unas  monjas que se encargaran de él. Cheyre cumplió la orden y nunca más supo lo que ocurrió con el niño Ernesto, quien después fue entregado a sus abuelos en Buenos Aires.
Esta es la cruda historia sin detalles,  sin sal ni pimienta, así al bruto. Son tantas las interrogantes que no basta con uno, dos o mas programas de televisión para esclarecer este alevoso doble asesinato, un hecho cobarde y sin ningún sentido. Todo esto da para pensar y pensar sobre los centenares o miles de casos similares que ocurrieron en Chile de manos de “militares genocidas” como dice Ernesto que nunca se han aclarado ni se aclararán jamás. Los asesinos reales en cambio se pasean hoy por los clubes militares y participan del mundo social chileno, donde son aplaudidos y alabados por haber logrado extirpar el “marxismo leninismo”  de la faz de la tierra chilena. Entre los que se pasean están los asesinos de los padres de Ernesto, el joven hoy de 42 años  quien las ha pasado muy mal y ha tenido una vida negra que describe diciendo que no le desearía "ni a Cheyre ni a los militares genocidas pasar por lo que vivieron mis padres o por lo que viví yo al tener que presenciar el crimen de mi papá y mi mamá".
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El tema es que el caso debe volver a la Justicia. Hubo dos o tres intentos pero jamás se concretó un castigo real y efectivo contra los pocos  responsables ubicados. Ernesto debe salir del Palacio de Justicia con una condena sólida y una indemnización del Estado de Chile. Esto no cabe ninguna duda porque a través de un proceso “en serio” se conocerán muchos más detalles del caso, como el destino que tuvieron los cadáveres de los dos asesinados o de  ¿quién dio la orden de matarlos? o ¿por qué no fueron llevado a un tribunal que los juzgara si tenían alguna culpablidad de algo ilegal que hubiesen hecho? o ¿cómo puede analizarse la conducta de Cheyre que entregó a un niño en un convento y nunca más se preocupó de esa criatura o ¿por qué Cheyre desde su cargo de Comandante en Jefe del Ejército no dio órdenes de investigar al menos este caso en el cual estuvo indirectamente involucrado?
El abogado de derechos humanos Héctor Salazar dice que Cheyre no tiene cupabilidad penal, pero eso no lo libera de una culpabilidad moral. ¿Puede este alto general en retiro, hoy presidente del Consejo del Servel, vivir con su conciencia tranquila, especialmente tras conocerse las nuevas versiones del caso?
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La justicia chilena debería abrir una investigación amplia sobre estas muertes y sobre Ernesto donde pasaran por el banquillo de los acusados todos los involucrados, incluyendo a Cheyre, para esclarecer esta truculenta historia que deja más desconfianza de la que ya hay frente a los militares en un año en que se cumplen cuatro décadas de ocurrido el cruento golpe.
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Cheyre debe mostrar la mayor transparencia posible en un proceso destinado a esclarecer su situación dentro de un caso en el que está de todas maneras involucrado, aunque no tenga culpabilidad penal. Así podrá responder las preguntas antes planteadas. “Debe mostrar la cara”, como le dijo Ernesto anoche en el programa del canal  24 Horas “El informante”.
No es la primera vez que Cheyre muestra poca capacidad de reconocer actuaciones suyas. La tragedia de Antuco es otro ejemplo,  donde con decenas de muertos, no hizo nunca lo que debería haber hecho:  reconocer su responsabilidad y renunciar al cargo. No hay que olvidar que el gran  jefe, especialmente del mando militar,  es también el primer responsable en hechos graves, como el de Antuco, donde el único condenado fue el mayor que estaba a cargo de la tropa.
Su culpabilidad moral o de otro tipo no puede quedar escondida solo en su conciencia. Esta debe  establecerla la justicia y publicarse para que los alevosos crímenes de los militares en Chile no se repitan “nunca más” en nuestra historia. Este sería el mayor homenaje que pdría hacerse al cumplirse el próximo 11 de septiembre 40 años del golpe militar.
 
 
 
 

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