Por Hugo Latorre Fuenzalida
Algo huele diferente en el ambiente mundial y nacional; como si de pronto, en estas especies de habitaciones atestadas y de aire enrarecido, se abriera una rendija y una ráfaga de aire fresco comenzara a aliviar el asfixiante clima que se padece por tiempo exageradamente largo.
Todos tenemos la experiencia del Metro en Santiago de Chile en las horas de máxima circulación y en la temporada cálida. Es un desagradable humor maloliente, húmedo y sofocante. Algo así se viene sintiendo en la población, en la sociedad civil del mundo, desde que los sistemas de poder se han transformado en simple mano ejecutiva de los poderes fácticos: es decir de los poderes económicos internacionales y de las cúpulas políticas locales, que les sirven.
El pueblo activo, pugnaz, contestatario y levantisco, de otros tiempos, había sido efectivamente neutralizado. Acá, en Chile, por ejemplo, desde la dictadura, ocurría en las calles algo curioso. Si usted levantaba la voz para reclamar sobre cualquier cosa que le aconteciera, ya sea por una falta de educación, un atropello, un abusivo trato de algún guardia o cualquier banalidad de los diarios traspiés de cualquier ciudadanos, simplemente la gente que pasaba le miraba como a un bicho raro. El transeúnte se alejaba dando un rodeo para no comprometerse en lo más mínimo con este ser vociferante.
Lo mismo aconteció con los huelguistas que protestaban en la ciudad céntrica o Providencia; simplemente los miraban como a gente rara, conflictiva. La mayoría de los ciudadanos, al contemplar estas escenas de protestas, para su íntimo fuero reflexionaba de esta manera:”Yo no caigo en esas categorías de gente escandalosa, inconformista y reclamona; yo soy un chileno normal, que sólo trabaja y paga sus impuestos. Me gusta y deseo vivir en paz. Punto”.
Esta pasividad resignada, este conformismo minimalista, este apocamiento, esta especie de miedo escénico que aquejaba al alma del chileno medio, y que en el fondo reflejaba una prevalencia del verticalismo vigilante del deber, afortunadamente comienza a ser reemplazado por una psicología más liberada, que resalta la preponderancia del derecho.
Hoy, la ciudadanía es capaz de tomarse las calles y levantar sus pancartas, sus slogans de lucha (que son, ahora, más audaces e irreverentes); ya no se usan tantos circunloquios para decir ladrón al deshonesto y pillo al aprovechador; la prensa es capaz de titular de manera menos eufemística y muchas veces llegamos a la audacia de reírnos a carcajadas de una portada del “The Clínic”, en plena vía pública. Es decir, se nos está soltando el moño, nos estamos deshinibiendo, y eso habla de un relajamiento mental, de una saludable empatía con la vida y sus cuitas, sus contradicciones, sus humorísticas circunstancias, donde afloran a destajo las debilidades humanas, es decir esas ridiculeces tan propias de nuestra especie bípeda, egolátrica y cerebrosa.
Este levantamiento de los profesores, por allá por los albores de la Concertación, donde de todo el país vinieron y se toman Santiago, el movimiento Pingüino, el movimiento para rechazar la central termoeléctrica, ahora Punta Arenas y el tema del gas, nos va indicando que lo que estaba quieto, ahora se mueve, “epur se muove” murmuraba Galileo cuando la Iglesia le apretaba las clavijas para que confesara que la Tierra no se movía: “Pero se mueve”.
Los movimientos ciudadanos de todo el mundo comienzan a recobrar fuerza. Lo hemos visto en las manifestaciones anti-globalización a través del planeta; sus métodos de lucha son novedosos y diversos. No siempre tienen éxito, pero en la persistencia está su fortaleza, es la táctica de guerrilla, es decir estar permanentemente molestando, atacando en pequeña escala, no dejar nunca en paz al contrincante; que donde aparezca y actúe, ahí encuentre la presencia de estos luchadores que operan con ataques de baja intensidad.
Estas formas de lucha no son nuevas, vienen apareciendo desde los tiempos de los Panteras Negras, de las luchas raciales en Estados Unidos, de las protestas contra la guerra en Vietnam y contra la proliferación de armas nucleares. En todos estos casos se logró derrotar moralmente al enemigo, tanto así que a la vuelta de pocos años ya se asumían políticas tendientes a derogar las leyes raciales, a buscar la reducción de las armas nucleares y a terminar con las guerras, como las des sudeste asiático.
La llamada revolución del 68 en Francia, es también puesta como el suceso que abre las puertas a una nueva forma de lucha ciudadana. Ya no obedecen a los partidos, no buscan poder estable, arrasan con un ataque formidable y luego dejan que el agua decante su borrasca para permitir beber de una nueva fuente.
Más lejos aún, está Gandhi y sus métodos no violentos de lucha. Ahí hay otra vertiente de las luchas actuales. Es sin duda, una de las experiencias con más irradiación en el mundo actual. Los movimientos ciudadanos de Occidente son, todos de una postura no violenta, dialogante y constructiva. Son pocos los grupos como ETA, IRA, FARC, etc., que aún persisten con estrategias terroristas en Occidente; pero indudablemente se inscriben en las formas de lucha política decimonónicas que se prolongan a una realidad que es más posmoderna.
Ahora parece transferirse la revolución ciudadana al norte de Africa. Túnez y Egipto, naciones muy diferentes estructural y políticamente cuentan con una cosa en común: las nuevas generaciones cultas se aburrieron de tanto autoritarismo y desmedida corrupción. Si cae Mubarak en Egipto, puede llegar a significar para el Africa lo que representó el movimiento “Solidaridad” en Polonia para todo el poder detrás de la “Cortina de Hierro”. Lo que todos esperamos es que el islamismo “ultroso” no meta mucho las manos en este proceso, pues terminaría por desmadrarlo. Lo sano, a nuestro entender, es que las nuevas mentes, abiertas, modernas y democráticas, pujen por dar con una sociedad donde el hombre alcance la tolerancia y el Estado la decencia y solvencia humana para un desarrollo armónico.
Esto de las vanguardias iluminadas, que tienen la misión de “liberar” al pueblo y llevarlo al pleno goce de su autonomía y a la justicia plena, ya no se la traga nadie, pues la historia ha sido una docente muy cruda respecto a tales experiencias pasadas.
Estos nuevos movimientos sociales están siendo estudiados con profunda mirada por autores conocidos como Castells (“La era de la información”), Guattari (“Cartografía del deseo”), Bauman (“La ciudad sitiada”), etc.
En fin, si las características de los nuevos movimientos sociales y sus líderes van a contrapelo de los partidos políticos, “significa que avanzamos, Sancho”. Los partidos serán entes electoralistas que deberán ajustar sus programas y discursos a esta otra fuente de legitimación político-social, que son estos nuevos movimientos ciudadanos. Esto es bueno e importante, pues significa que tenemos esperanzas de democratizar finalmente nuestra estructura del Estado, que engrosaremos y espesaremos la capa de participación ciudadana y que los políticos encontrarán un norte en medio de este desamparo y esta mendicidad ideológica en que se encuentran sumidos.
¡Que así sea!, por el bien de Chile, del Africa y de la humanidad.
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