Por Fiodor Lukiánov (*)
No es un secreto que la situación social y política en los estados del Oriente Próximo entraña peligros explosivos. Sin embargo, nadie esperaba que la existente tensión provocara un estallido precisamente en Túnez, un país bastante próspero, bien controlado y más o menos modernizado.
Durante los próximos meses, el mundo seguirá esperando con interés una respuesta a la pregunta: ¿es posible en esa parte del mundo una transición paulatina del autoritarismo a un sistema más flexible sin caer inmediatamente en una islamización total?
La ola de cambios que abarcó el mundo a fines del siglo XX tras la caída del comunismo en Europa y desintegración de la URSS, no afectó al mundo árabe. Casi no hubo cambios de poder (salvo los acontecidos por causas naturales, pero siempre asumiendo el poder los herederos), ni hablar de cambio de modelos de administración.
La verdad es que las alteraciones en la política global desprestigió el concepto del poder dictatorial, por lo cual los gobernadores unipersonales de monarquías y autocracias de Oriente Próximo se vieron obligados a disimular sus intenciones verdaderas.
El fin del sistema mundial bipolar también dejó huellas en esta región. En cuanto desapareció la presión de confrontación ideológica que dividió el planeta en dos, el lugar que quedó vacío lo ocupó el islamismo radical.
El auge del terrorismo atrajo la atención a sus orígenes. A principios de un siglo nuevo a la luz salieron muchos trabajos, incluido el escandaloso informe de la ONU de 2002 sobre el desarrollo humano en el mundo árabe que constató un serio atraso de la región en comparación con otras partes del mundo más avanzadas.
Las conclusiones eran las mismas: era imprescindible la modernización político-social y el rechazo a las estructuras poco flexibles e incapaces de adaptarse a la vida moderna.
La lucha declarada contra el terrorismo internacional a raíz del 11-S tuvo consecuencias ambiguas. Por una parte, Washington proclamó una democratización mundial como garantía de su propia seguridad y receta para resolver los problemas globales.
Las autocracias del Oriente Próximo resultaron fuera de esta ideología. Por otra parte, EEUU tuvieron que ampliar y profundizar las relaciones con los regímenes represivos de África del Norte y del Oriente Próximo. Estos se oponían a la islamización de sus estados aplastando de manera violenta los movimientos respectivos y, cómo no, vendían sus esfuerzos por lucha antiislamista a los jefes de potencias occidentales poniéndoles ante el dilema: si no nos apoyan a nosotros, vendrán ellos.
Un ejemplo ilustrativo de esta cooperación es “el alquiler” de los presuntos terroristas: es que los servicios especiales norteamericanos limitados en el empleo de torturas para sacar la información, delegaban a sus colegas árabes que podían recurrir a métodos más libres y eficaces.
Pero el ataque democrático contra el despotismo se ahogó muy pronto. Las elecciones celebradas en Palestina bajo la presión de EEUU, aupó a la organización islamista Hamás al poder, conduciendo el conflicto palestino-israelí a la vía muerta.
Y ya que el cambio de régimen mediante una guerra en Irak le costó a la superpotencia demasiado, ahora no tiene ganas de repetirla
Los acontecimientos de Túnez resultaron inesperados, además, porque al gobierno tunecino no se le exigió democratización, aunque todos sabían lo corrupto que era la familia del presidente al mando.
Parece que las potencias occidentales no saben cómo manejar las tendencias democráticas en el Oriente Próximo, es mucho más habitual para ellas luchar contra regímenes más o menos tiranos. Empezando por Irán de los 1950, donde al democráticamente electo primer ministro Mohammad Mosaddeq le derrocaron mediante un golpe de estado financiado por la CIA, cualquier signo de libertad en la región despierta sospechas en los países grandes.
Un ejemplo vivo de estas precauciones es la actitud hacia los cambios que tienen lugar en los últimos años en Turquía. El Partido de la Justicia y Desarrollo (AKP) de centro-derecha, en el poder en 2002 a raíz de elecciones libres, anda cambiando poco a poco la esencia de Turquía.
En el curso de los cambios llevados a cabo por Pecep Tayyip Erdogan bajo el lema del acercamiento con Europa, el país se hace más liberalizado y democrático, pero al mismo tiempo, menos laico y pro-occidental.
Antes, desde los tiempos de Atatürk, estas cualidades del país las aseguraba el Ejército que reiteradamente se metía en política para eliminar las amenazas al régimen secular.
Sin embargo, “el mundo libre” estaba en contacto estrecho con los generales turcos entrando en alianzas con ellos.
Pero al reformador islámico Erdogan le tachan de populista irresponsable en vez de demócrata. Asimismo, Europa, en vez de aplaudir la liberalización turca, está buscando nuevos pretextos para no admitir Ankará en la Unión Europea.
Túnez a veces lo llaman la segunda Turquía, es uno de los países más orientados al oeste y más laicos de África de Norte, en el cual el papel de los militares siempre ha sido relevante.
El desenlace de los acontecimientos después del cambio del poder servirá de guía para todo el Oriente Próximo.
En teoría, Túnez, con su élite proeuropea, es el país con más posibilidades de transición al pluralismo de la región. De conllevar la transición tunecina el caos, los demás estados pueden rechazar de plano esta idea.
Túnez tiene estrechas relaciones con Europa y siempre ha tenido relaciones de amistad con EEUU, pero es un país pequeño y pobre, por eso no vale esperar una seria intervención desde fuera.
Pero si el ejemplo tunecino despierta a los ciudadanos de autocracias vecinas, el interés de Occidente crecerá notablemente. Así, cuando en Libia, increíblemente rica en recursos naturales, aparezcan señales del descontento, habrá muchos asesores para mostrarle el camino correcto a la democracia en todas partes del mundo, hasta el propio Washington.
(*) Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.
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