Un científico muy renombrado por su investigación acerca de los riesgos de los transgénicos acaba de ganar un proceso contra asociaciones de biotecnología que habían desencadenado una campaña para desacreditarlo.
Gilles-Eric Séralini |
Este ataque fue gatillado a partir de que el equipo coordinado por Séralini realizó escrupulosamente la información que había puesto Monsanto a disposición con motivo de obtener la autorización comercial en Europa de tres líneas de maíz transgénico, MON 863, MON810 y NK603, permisos sobre las cuales la mencionada EFSA había dado su dictamen favorable. El equipo en cuestión publicó sus conclusiones estableciendo que “los datos disponibles revelan toxicidad hepatorrenal, posiblemente a causa de los nuevos pesticidas diseñados específicamente para cada maíz transgénico. Sumado a esto se observan consecuencias metabólicas directa o indirectamente provocadas, para las cuales la modificación genética no puede ser excluida”.
Séralini y sus colegas recibieron un amplio apoyo de científicos y desde la sociedad civil. Pero Séralini se decidió a demandar por calumnias: estaba convencido de que los investigadores Claude Allegre, Axel Kahn y Marc Fellous, estaban manejando desde las sombras la campaña de insidia e intimidación que se desplegaba en Francia y ése fue el motivo por el cual demandó judicialmente a Fellous, miembro pleno de la Asociación Francesa de Empresas de Biotecnología (AFBV). Séralini argumentó que la campaña había dañado su reputación y con ello habían disminuido sus oportunidades laborales y sus posibilidades de obtener fondos para investigación.
El 18 de enero pasado la corte judicial de París dictó sentencia y lo hizo a favor de Séralini, en medio de una sorpresa generalizada.
Durante el juicio salió a luz que Fellous, que se presentaba a sí mismo como un científico “neutral” sin intereses personales en juego y que acusaba a quienes critican u objetan a los productos transgénicos de ser “ideológicos” y “militantes”, en verdad poseía patentes de productos genéticamente modificados, de su propiedad, a través de una empresa con base legal en Israel. Esta compañía le vende patentes a corporaciones transnacionales como Aventis.
El abogado de Séralini demostró que varios otros miembros de la AFBV también tienen estrechos vínculos con compañías deagribusiness, con lo cual su pregonada imparcialidad científica y su integridad profesional quedaron muy bajo la lupa.
El juez sentenció a AFBV a una multa de mil euros, a un euro de compensación por reclamo del demandante y a 4000 euros en costas.
Corinne Lepage, presidente de CRIIGEN, estaba entusiasmada con la victoria judicial, sobre todo porque no era muy optimista del resultado luego de la primera sesión que habían tenido el 23 de noviembre “La vida te da sorpresas: es la primera vez que un alborotador (soplón) no está a la defensiva sino a la ofensiva.”
Comentando el triunfo judicial, Pete Riley de la organización UK’s GM Freeze [“Congelar” los transgénicos en el Reino Unido; suspenderlos definitivamente] declaró: “Saludamos calurosamente este juicio y estamos encantados con el profesor Séralini. Esperemos que ahora empecemos a ver el fin de este tipo de campañas sucias y vacías que hemos visto en este caso y en otros en la última década, aproximadamente. La libertad de los científicos independientes para desafiar los hallazgos científicos financiados por una industria que procura vender semillas y agroquímicos constituye un elemento vital para cualquier sociedad. La historia de desastres tecnológicos nos dice que la industria y los reguladores estatales son los últimos que reconocen o admiten que hay un problema. Apoyamos plenamente el derecho de Séralini a proseguir sus investigaciones sobre semillas transgénicas y le deseamos más capacidad de decisión.”
El médico Brian John de FM-Free Cymru dijo: “Éste es un desenlace más que gratificante ante un caso que jamás tendría que haberse planteado si los industriales de la biotecncología hubiesen seguido las tradiciones de larga data de respeto a los investigadores y hubiesen aceptado honestos debates con académicos cuyos puntos de vista y hallazgos en la investigación no coinciden con los propios de la industria. Hace ya años que la industria de la biotecnología y sus apologistas han tenido la lengua suelta para calumniar e intimidar a quienes han tenido la temeridad de cuestionar la seguridad de los productos genéticamente modificados.
Fuente: Institute for Science in Society (ISIS)
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