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domingo, 30 de enero de 2011

Del cable, una fibra


Por Yoani Sánchez
Desde La Habana

Se acerca, pero no llega; lo anuncian aunque no se concreta. Podrá ser avistado pronto desde la Punta de Maisí y sin embargo nos parece muy lejano y remoto. El cable de fibra óptica entre Cuba y Venezuela ha sido por más de dos años la zanahoria sacudida ante los ojos de los que habitamos esta Isla de los desconectados.

Sus delgados hilos han servido como argumento contra quienes sostenemos que las limitaciones para acceder a la web son más por voluntad política que por carencia de ancho de banda. Hemos estado atentos al lento periplo del cordón umbilical que conectará a La Guaira con Santiago de Cuba, al barco que lo transportó desde Francia y a esas noticias donde anuncian que multiplicará por 3 mil nuestras velocidades de transmisión de datos, imágenes y voz. Pero algo nos dice que las fibras de ese cable ya tienen nombre, dueño, ideología.

Con 640 gigabytes de capacidad, el nuevo tendido se destinará especialmente a proyectos institucionales monitoreados por el gobierno. Cuando la prensa oficial menciona sus ventajas, recalca que “fortalecerá la soberanía y la seguridad nacionales”, pero ni una palabra dirigida a la mejoría del espectro informativo de los ciudadanos.

A un costo de 70 millones de dólares, esta conexión submarina más parece destinada a controlarnos que a enlazarnos con el mundo, pero confío en que lograremos trastocar sus propósitos iniciales. En estos tiempos que corren, donde varias instalaciones de la llamada Batalla de Idea han pasado a convertirse en hoteles para recaudar divisas y se advierte que las empresas no rentables serán liquidadas, es muy probable que muchos de sus pulsos digitales lleguen a manos de quienes puedan pagarlos. Con autorización o sin ella, las horas de conexión se pondrán en venta, a remate, en un país en el que el desvío de recurso es práctica cotidiana, estrategia de sobrevivencia.

Cuando quedemos conectados con Venezuela a través del lecho marino, será más inmoral mantener los altos costos que en los hoteles y otros sitios públicos tiene el acceder a la gran telaraña mundial. También se perderá la justificación para no permitir que los cubanos contratemos una cuenta doméstica con la que podamos colarnos en el ciberespacio y será más difícil convencernos de por qué no podemos tener a mano a Youtube, Facebook, Gmail.

Las conexiones piratas aumentarán, el mercado negro de filmes y documentales se nutrirá de esos megabytes que recorren nuestra plataforma insular. En los centros laborales con Internet, los empleados la usarán también para inscribirse en sorteos de visa, en sitios extranjeros de búsqueda de trabajo o en chats amorosos. No van a poder impedir que empleemos ese cable en algo muy distinto de lo que proyectan quienes lo compraron, esos que creen que una Isla puede quedar atada y bien atada con un simple cordón de fibra óptica.

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