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miércoles, 8 de septiembre de 2010

La pesadilla de los mineros sepultados en Copiapó


Por Leonardo Cáceres C.

Se ha cumplido ya un mes del accidente que dejó, sepultados bajo tierra, a los 33 mineros que trabajaban el 5 de agosto en la mina San José, en las proximidades de Copiapó. Y ello se dice rápido: ¡ya llevan un mes! Es decir, 30 días, 720 horas. Son pocos en el mundo los que pueden dimensionar el significado de esas cantidades.

El tamaño de la tragedia que se vive en el desierto chileno ha impresionado a los medios de comunicación de numerosos países, que describen las alternativas de la tragedia en forma diametralmente distinta a los relatos triunfalistas de la televisión local. “Tengo ansiedad y me dan ganas de correr”, escribe desde el fondo de la mina Edison Peña, en carta enviada a su esposa y reproducida por el diario español El País.

“Cuando quiero escapar mentalmente, te juro que me imagino que hacemos viajes. No sé, playa, campo, todo, todo… Quiero estar libre, quiero ver el sol… Duermo poco, casi nada, me cuesta tener sueño”, agrega Peña. Sus expresiones son un testimonio directo y brutal de la vida que llevan los 33.

Nadie podría haber descrito mejor que este minero la aguda y grave situación: “Nosotros somos los que estamos bajo tierra... Si nos falla el aire, imaginen... Si esto se derrumba, imaginen… Nosotros no hemos cantado victoria… Podemos morir en cualquier momento por un derrumbe”.

Mientras tanto, el show en la superficie continúa. ¿Hasta cuándo? Probablemente hasta el mismo día que salgan los mineros, que se sienten cada día más cerca del final de su terrible pesadilla.

En la carrera informativa se ha dicho que las máquinas perforadoras superaron ya los 100 metros de profundidad y avanzan a un veloz paso de tortuga hacia el lugar en que se hallan los 33.

La NASA dijo que había que prepararles el ánimo para el momento que salgan. Y eso es positivo: que se piense en las etapas siguientes. Los expertos espaciales anticiparon que los mineros sufrirán una muy fuerte “presión mediática” que los tendrá ocupados en los primeros días y que habrá que asistirlos en la etapa posterior, cuando recuperen la ansiada normalidad de sus sacrificadas vidas. El problema de este momento es conseguir que salgan con vida.

Ya llegará además el momento de buscar a los responsables del accidente y de resolver el futuro de la mina, así como la actividad laboral de los mineros. También será el momento de que los propios enterrados resuelvan los líos matrimoniales que han salido a luz.

El sicólogo y el siquiatra que los atienden a ellos y a sus familiares han optado por mantenerse al margen de los conflictos conyugales. “Dentro de unos días pondré un notario para que atienda a los de dentro y a los de afuera. Y a ese señor le podrán decir: 'Bloquee mis cuentas', o 'pásenle esta plata a esta señora'. …Ya les he dicho que tienen que parar el mundo hasta que logren salir de ahí”, reveló el sicólogo Alberto Iturra, que permanece en el llamado campamento Esperanza, a la entrada de la mina.

La pesadilla, denominada “odisea” por quienes estamos afuera, llegará un día a su fin. En noviembre o diciembre. Todo lo demás está por verse.

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