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miércoles, 8 de septiembre de 2010

La credibilidad

Por Eugenio Alvial Díaz

Un valioso adorno o, galardón si usted prefiere, es aquel que lleva una persona o entidad que siempre dice la verdad, que cumple lo que promete; son aquellos
que no siembran falsas ilusiones o proponen metas inalcanzables, en otra palabras, no mienten.

Como se puede deducir, la credibilidad hace un trinomio con la promesa y con la fe, entente éste, muy delicado, porque la promesa no cumplida tiene efectos paralizantes y en casos extremos, catastróficos.

Sin embargo, hay personas u organizaciones que tientan suerte, prometiendo lo que no será con el fin de alcanzar su objetivo. Dicen: “digámoslo o hagámoslo, después se piden las disculpas del caso”, pero el afán se hizo realidad.

Entonces, aquí es donde aparecen los “maquilladores” del incumplimiento, representados en voceros que argumentan que, “él o ella no quiso decir lo que dijo”; “se entendió mal lo que dijo”; “la promesa fue sacada de contexto”; “hay sectores que, con fines oscuros, mal interpretan lo que dijo”; etc.

Y si las declaraciones de un vocero no bastan, entran al ruedo las Consultoras, donde hay expertos en retórica, sintaxis, argumentación, réplicas, duplicas, etc. que aclararán las dudas del producto, servicio o candidato.

Pero a veces, las premisas del silogismo que se usan son tan engañosas y sutiles, que inevitablemente se convierten en sofisma, advertidas para algunos, pero que para la mayoría pasan desapercibidas.

De situaciones como estas viene, por ejemplo, el dicho: “traduttore traditore” (traductor, traidor) o la pregunta “quién dice que él dijo”, vale decir, que muchas afirmaciones pueden ser hechas de acuerdo a intereses personales o de grupo, tergiversando o cambiando el sentido esencial de alguna materia, luego se hace casi imprescindible, aunque sea en primera instancia, dudar de lo leído o escuchado, porque se está sopesando la credibilidad de la fuente .

Oscar Wilde (novelista y dramaturgo irlandes, 1854-1900) en una de sus geniales frases dijo: “Decir pequeñas verdades es grave, decir grandes verdades es fatal”. Y agregamos este aforismo: “Miente, miente y miente, que algo queda”. Estas irónicas citas que parecieran ser una verdadera apología para no decir lo real o la verdad, confirman la falta y sus consecuencias, tal como lo describe Carlo Collodi (italiano, 1826-1890) en su obra Las aventuras de Pinocchio (Pinocho), cuento de sobra conocido.


Pero aun hay más. Existen también los prestidigitadores de las informaciones que se expresan a través de los medios con un método llamado desinformación. Presionados o contratados por grupos políticos o lobbystas industriales, manejan lo real o la verdad a la medida de sus contratantes, creando en lectores u oyentes, opiniones proclives a sus causas o productos, aunque esas decisiones no sean las más convenientes.

Se dice que la mentira necesita mil argumentos para sostenerla y que la verdad se sustenta a si misma. En efecto, la masa ciudadana, por poco ilustrada que sea, en algún momento descubrirá que falló uno o más argumentos, o promesas, llegará a enterarse de la verdad y reaccionará en silencio: no creerá más y después de eso vendrá la indiferencia o los oidos sordos. Entonces, vino de verdad el lobo y se los comió a todos.

Cuentan que hace muchos, muchos años, en una lejana galaxia un candidato a gobernar una nación dijo: “ no prometo nada, sólo trabajar”

Lo eligieron y cumplió, e hizo muchas cosas de beneficio público y progreso social. Lo mataron porque se salió del fair-play.

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