LAS BALLENAS RESPIRAN… PERO NO SE RELAJAN
Por Gabriel Sanhueza Suárez
La primera vez que me topé con una ballena fue en playa Trana, en Arauco, cerca de Punta Lavapié. Eran mis tiempos de socio activo del CODEFF*.
Se trataba nada menos que de una Eubalaena australis, vulgo ballena Franca, acompañada de su cría. Incluso la toqué. No voy a caer en la cursilería de decir que fue la experiencia más emocionante de mi vida. Más bien fue como hacerle cariño a una vaca. Es la sensación que me dejó.
Aprendí mucho de las ballenas en esos tiempo, gracias sobre todo a mi amigo Juan Carlos Cárdenas, estudioso de esos animalotes.
Con esos recuerdos en la cabeza, me alegro del fracaso, en la conferencia de la Comisión Ballenera Internacional, del siniestro plan impulsado por Japón, Islandia y Noruega de reabrir la caza comercial con una cuota de 1.400 animales anuales por una década.
Es un pequeño triunfo, a pesar de que Japón, según denunció el periódico inglés Sunday Times, compró votos de delegados para levantar esta prohibición.
Desgraciadamente, la conferencia que tuvo lugar en Marruecos, en la que participan 88 países, no pudo ponerse de acuerdo en un punto esencial: la prohibición a las exportaciones de carne de ballena. Sin permiso de exportación el negocio no es rentable, sobre todo para Islandia, que vende gran parte de sus capturas al Japón, principal mercado comprador.
Las ballenas no pueden relajarse. Aunque no haya caza comercial, no pueden estar tranquilas. Japón, Noruega e Irlanda siguen con la autorización de seguir arponeando cada año 1.500 cetáceos con el subterfugio de que es para “fines científicos”.
(*) Comité Nacional pro Defensa de la Fauna y la Flora, organización chilena
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