Por Hugo Latorre Fuenzalida
No soporto ver a esos mequetrefes alzarse contra el poder, con balas en el cinto, para hacer peor las cosas que como las hacen los burgueses sátrapas y defraudadores.
No es aceptable que las revoluciones en América Latina sean más que una tragicomedia bochornosa y lamentable; como tampoco puedo conformarme que las revoluciones burguesas, como la que impuso la derecha con los militares en Chile, aliados al aporte colateral y refrendatorio de la Concertación, terminen estableciendo una cabeza de playa para las fuerzas transnacionales que invaden nuestros territorios y nuestras economías, a cambio de canonjías a favor de las corruptas familias que nos conducen desde un poder arrebatado a la soberanía popular de manera violenta, mendaz y degradante.
No es que piense que las revoluciones no sean necesarias, sólo que pienso que cuando se propone un cambio se debe tener las espaldas intelectuales y morales para hacer la vida mejor, más humana, más eficiente como desempeño y más moral como balance ético.
Por tanto, ser revolucionario en América Latina de hoy, no debe ser una simple pose de barbudo compulsivo, de gatillo alegre y de pasotista impenitente. Ser revolucionario en la América Latina de hoy significa tener vocación de “apóstol”, de innovador moderno y competente. No los cambios por los cambios, sino para mejor competir, mejor resolver, mejor producir y mejor retribuir social y humanamente hablando.
Por eso celebro las caídas de los sátrapas de Africa y Medio Oriente, porque aunque se vistan con la seda revolucionaria o nacionalista, no dejan de ser la “mona” tiránica y degenerada que han sido. Y con todo lo dificultoso que pueda ser el proceso de transición, con mucho que metan las narices y las manos los poderes internacionales-que para nada son santos-, con todo es preferible la apertura hacia nuevos horizontes de libertad y de humanismo que estos pueblos se forjan a costos altos de luchas y entregas.
Lo que frustra los procesos latinoamericanos de cambios no es el impulso inicial de voluntad y pureza de intenciones, lo que frustra los procesos de cambios en América Latina es la incapacidad de abordar la construcción de un modelo centrado en el pueblo, con el pueblo, para el pueblo y por el pueblo. Esta vieja pero inaplicada consigna revolucionaria, siempre ha sido eludida en su encarnación, pues siempre han surgido los intermediarios “iluminados” y afiebrados de ideologías que imponen sus coerciones, sus propios intereses y sus visiones sesgadas, creyéndose nuevos portadores de la llama de la verdad, cuando en verdad lo que hacen es ir incendiando todo a su paso hasta que se les acaba el combustible de su incompetente carrera.
Porque vivimos en una región deformada por un Estado de “dominación” y eso nos marca en todo lo que hacemos y dejamos de hacer. Cuando los que deben cambiar las cosas ascienden al poder, no saben más que imitar a los que son desplazados, pero desde la barricada opuesta, que es lo único que cambia. Entonces como no tienen claridad, dan inicio al juego de absurdos, a las exhibiciones de sandez y a las corrupciones más escandalosas.
Porque ya se sabe que los ricos y burgueses de América Latina han sido expertos en corrupción; han forjado sus fortunas en la ordeña del Estado, pero como ya son licenciados en el tema, hacen las cosas con relativo disimulo, aunque ahorita se les va descubriendo con más facilidad que antes, pero como hacen sus trapacerías con las leyes que ellos mismos se han dado, salen impolutos y nunca pisan la cárcel y menos se dignan devolver lo que han sustraído.
Pero a los pobres revolucionarios, que no se han graduado más que en conspiración, se les nota de seguida cuando se echan al arca personal los recursos que no le pertenecen, entonces todo queda a la luz y la vergüenza comienza a penetrar al régimen que debió ser ejemplo de desinterés, patriotismo y pulcritud. Desde esa hebra se deshilacha todo el paño, todo se corrompe, todo se desacredita.
Jorge Ahumada habló de “En vez de la miseria”, justamente porque entendió que no se podían dar cambios reales sobre la base del puro voluntarismo, del entusiasmo chillón y huero de los revolucionarios de pacotilla que nos invaden desde siempre. Este pensador insigne previó para América Latina la necesidad de conjugar una revolución económica, humana y tecnológica. Sin estos tres apoyos, todo cambio se inclina hacia el desbalance y hacia la caída. Esto lo descubrió el Asia 30 años después del libro de Ahumada, y eso es lo que aplica, con los reparos debidos a sus estilos.
Este camino, esta senda no la hemos abordado con la seriedad y prisa que se requiere. Si seguimos abonando falsas esperanzas de “victorias” de un día, entonces estaremos asegurando el triunfo final de los sátrapas burgueses, de los corruptos de cuello blanco, de los expoliadores de la riqueza social, de los militaristas represores, de los negociantes turbios, de los mediocres afortunados, de los traficantes de la política y de los poderes mundiales que todo lo succionan y, como Atila, nada dejan en pie a su paso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario