Por Hugo Latorre Fuenzalida
Así como Baruch Espinosa y Teilhard de Chardin
se atrevieron a plantear la tesis teológica que el Dios de la fe hebrea y
cristiana, luego de su esfuerzo creador, se retiró para dejar en las manos de
la naturaleza y de la voluntad humana el destino del mundo, de igual forma las
tesis ideológicas del neoliberalismo han desterrado al Estado y han dado de
baja a la sociedad, dejando al mundo en manos de la economía productiva y sus
imperativos.
Los actuales dirigentes políticos, por tanto,
cumplen el mismo inoficioso esfuerzo que los clérigos despliegan en temas de la
fe, es decir facilitar las cosas para que este mundo dejado al arbitrio de “la
voluntad de poder” –que tan lucidamente detectó Nietzsche, recién a fines del
siglo XIX- sea aceptado dócilmente por las víctimas humanas que hoy forman legiones y que se acumulan en montañas
de calaveras históricamente olvidadas.
Este Dios “abscóndito” (oculto, o en retiro),
se confirma temporalmente con ese otro retiro del “Pater Estado” (el “Ogro
filantrópico”, como le llamó Octavio Paz) que luego definirá la consecuencia definitiva de la “sociedad abscóndita”.
Los Posmodernos en filosofía y los
neoliberales en ideología, coinciden en que la “sociedad”, como definición
genérica, no existe. Para los posmodernos lo que existe son los “ghettos” de
pequeñas agrupaciones o clubes de intereses compartidos, y que entre ellos sí
puede existir real comunicación; pero lo que no se puede dar es un compartir
intereses universales de toda la sociedad; eso no es real, no es posible. Sólo
es un utopismo de la Ilustración. Desde el sector ideológico neoliberal, lo que
existe realmente son “individuos” y estos se relacionan a través del mercado de
bienes y del mercado político. Todo lo demás es pretensiones ideológicas de un
historicismo universalista fracasado.
Si traducimos bien las tesis posmodernas y
neoliberales, la sociedad ha sido dada de baja, está ahora “abscóndita”; el
Dios universal y el Estado nacional, fueron jubilados por los nuevos decretos
del “individualismo” y el “ghettismo”.
¿Cuál es la consecuencia más evidente de esta
nueva forma de entender el mundo y la sociedad?
Dios ha muerto, decía un pensador, y el hombre
no lo pasa nada de bien. Dios muerto es lo mismo que jubilado, es decir está
“abscóndito”, inoperativo. Los posmodernos no necesitan asesinar a Dios, les basta
con mandarlo de vacaciones eternas. Igualmente se puede decir que “la sociedad
ha muerto” y la mayoría de los hombres la está pasando muy mal.
Es que esta “segmentación” del mundo entre los
que pertenecen al Ghetto y los que no pertenecen a nada; entre los “individuos”
que están respaldados por las cuentas corrientes y los que están despojados de
todo bien, hace al mundo una especie de primigenia condición bíblica: los que
residen en el Paraíso y los que han sido expulsados.
Los del “ghettos”, gozan de los
balnearios cinco estrellas, mientras que
los restantes deambulan “sin tierra”.
Pero los sacerdotes del Dios “abscóndito”,
como los políticos de la “sociedad abscóndita” pretenden que esos desterrados
cultiven el Paraíso, se interesen en él, trabajen para ellos. No comprenden que
esa gente se sienta indiferente por lo que acontezca allá en el Edén de los
pocos, que no les interese votar por los ya elegidos, dar su bendición a los ya
benditos. No pueden aceptar que estos “separados” no quieran tener ni un
contacto, como los “intocables” de la India no lo podían ni deseaban con los Maharajá.
Locke fue sabio en señalar en tiempos de los
absolutismos, que para forjar ciudadanos autónomos se requería igualmente
propiedad, de lo contrario se estaba al arbitrio de los poderes de los que se
dependía para vivir. Luego de varios
siglos hemos vuelto a dar con esa verdad en nuestras narices, pues el hombre
moderno es un despojado. La economía se ha privatizado y por tanto no hay nada
que compartir. Antes el Estado era ese “hogar público” donde todos encontraban
una mayor o menor acogida, pero en esta
sociedad posmoderna ya no hay Estado, sólo hay poderes supranacionales,
intereses globales, que es lo mismo que “interés de nadie”.
Para convertir a estos “desterrados” hombres
de la sociedad global y posmoderna en “ciudadanos” reales, se debe redistribuir
los roles del Estado, de la sociedad organizada, de la articulación y
circulación de esa vascularidad colapsada de los órganos sociales y sun
funciones complementarias y vitales. Pero por sobre todo se debe hacer reaparecer a la sociedad, rescatarla de
su “abscóndita” condición y tal vez a ese Dios “abscóndito”, traerlo de vuelta
para que algo señale de nuestra condición espiritual y de nuestra grandeza
prometida, pues desde el materialismo y desde la voluntad puramente humana de
poder, se saca por corolario que el hombre lo pasará cada vez peor.
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