Por Miguel Angel San Martín
Hace sólo unos tres días, nos encontramos en la noche de Chillán, en momentos complicados para ambos. Yo había ingresado el miércoles por la noche a Urgencias del Hospital, con problemas de mi páncreas, por cálculos en la vesícula. Dormitaba en medio de los dolores, cuando escuché una voz conocida que hablaba desde una silla de ruedas, cubierta con una frazada. Comencé a girarme poco a poco, mientras a ti te acostaban en la cama junto a la mía. Abro los ojos y te reconozco. Levanto mi mano y la agito para llamar tu atención y me ves.
“Don Miguel…”, me dices con un hilillo de voz…
”Si, Paty…aquí estoy, listo para que me pasen por el quirófano, con problemas de vesícula y páncreas”.
Intento hablar bajito porque es tarde y los otros pacientes duermen. Me cuentas que tienes problemas con tu bazo.
“¿Y Croniquín?”, le pregunto, refiriéndome a su pequeño hijo Martin, para alejar un poco las malas vibras que estamos viviendo ambos.
“Se quedó en casa de mi suegrita, mientras mi madre me acompaña…” me respondes.
Y veo a tu madre junto a ti, con tus mismas facciones, con tus mismos anteojos y con esa sonrisa tan particular…
“Crei que era tu hermana”, te digo piroperamente…y ambas mostraron esa sonrisa que guardo hoy bajo siete llaves en mi corazón.
Te veo que sacas leche de tu pecho.
“¿Todavía tienes?”, te pregunto, asombrado, porque Martin ya tiene ocho meses de edad.
“Si”, me contesta tu madre, orgullosa…”Es cualidad de la familia”…
Me doy vuelta para respetar esa intimidad tuya. Y me vuelvo a dormir, por los calmantes.
Despierto un rato después. Me giro y ya no estás en tu cama. Las sábanas abiertas, el hueco de tu cabeza marcado en la almohada. Una corchetera sobre la mesita donde estuvieron tus papeles médicos y nada más…
Silencio. Veo que el paciente del otro lado de tu cama está despierto y le pregunto…
“¿Y mi colega…?”. No alcanzo a terminar la frase cuando él me contestó:
“Se la llevaron a otra sección…no podía pasar por quirófano”.
Y nada más.
Hoy estoy recuperándome de mi operación. Estoy en casa. Y me entero de que te has ido para siempre. Tan joven, tan ilusionada, tan llena de vida…
Y lloro. Lloro desconsoladamente.
Mi esposa me abraza y me dice: “¿Por qué llamabas Croniquín a su pequeño?”…
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