Por Hugo Latorre Fuenzalida
Tras la Primera Guerra Mundial-que unos llaman “guerra europea”-, sucumbieron los imperios Turco y Austro-Húngaro.
Luego de la Primera Gran Guerra, los poderes de Francia e Inglaterra bajaron su prepotencia y después de la Segunda dejaron de manifiesto su impotencia. Pero se las arreglaron para traspasar a manos de EE.UU. el rol que antes cumplieron ellos, es decir de ordenadores de las cosas del poder en la problemática área geopolítica del Oriente Medio.
Los americanos debieron aceptarlo, aunque a regañadientes pues, como nuevo gran poder, se deben asumir ciertos deberes amargos, y éste era uno de esos.
La formación del nuevo Estado de Israel en territorios que pertenecían a los Palestinos, pronto desató una enconada rivalidad, que luego derivó en actos de violencia y finalmente en guerras.
Ese territorio ha sido históricamente residencia de árabes e israelitas (más de 3.000 años). Desde los tiempos de Abraham y Jacob, en que se forman los pueblos semitas, desde que Moisés arrastra al pueblo cautivo en Egipto, liberándolos de la esclavitud y prometiéndoles la libertad en las tierras de Judea (S. XIII A.de C.), el pueblo de Israel luchó, creció y se transformaron en un imperio local. Así lo revelan los textos bíblicos alusivos a David y Salomón (s. X A de C).
Mapa actual de Israel y Palestina |
Pero como todo imperio humano-aunque se digan pueblo de Dios- conocieron la decadencia, que parece corresponder al tiempo de los profetas Ezequiel, Isaías y Jeremías; conocieron de divisiones, derrotas, invasiones, destierros y la diáspora final, iniciada el año 135 de nuestra era, luego de arrasamiento de Jerusalén por los romanos, y la construcción de la nueva ciudad Aelia Capitolina, y la formación de la “Provincia Palestina”, haciendo desaparecer los antiguos reinos de Israel y de Judá.
Sólo en 1948, luego del holocausto, se inicia, por los judíos, un proceso de retorno a la tierra prometida, de la que fueron dispersados. Los gobiernos, sobre todo Inglaterra, hacen esfuerzos máximos para abrir espacio territorial a ese pueblo sacrificado por los nazis durante la guerra.
Israel, que se venía organizando desde hace tiempo bajo el liderazgo de Ben Gurión, para luchar por una tierra propia, alcanza a instalar sus primeras posiciones e inicia el proceso de migración, urbi et orbi, en medio de un espacio agreste y adverso.
Con la ayuda internacional, fundamentalmente de hebreos residentes en EE.UU., el Estado de Israel adquiere organización y poderío militar, cosa que deja probada en tres magnas guerras locales: guerra de 1948, la guerra de los 6 días (1967) y la guerra del Yom kippur (1973) .
Producto de estos enfrentamientos contra la coalición de países árabes, Israel extiende sus fronteras y de esta forma se perpetúa un conflicto de muy compleja solución.
Han existido líderes de paz y con vocación de arreglo, pero en un medio tan convulsionado, estas generosidades políticas son castigadas con la muerte; así aconteció con el presidente egipcio Anwar Al Sadat (que medió en estos procesos de paz), con el premier israelí Isaac Rabín, y al mismo presidente de la Autoridad Palestina, Yaser Arafat, sobre el que cabe la sospecha de haber sido victimizado. Con todo, Israel logró firmar acuerdos de paz y convivencia pacífica con sus vecinos Egipto y Jordania y no han faltado los esfuerzos para con el territorio palestino.
Israel se ha alzado como un Estado militar, como potencia guerrera y poseedor de la temible arma atómica. Los países árabes e islamitas no poseen esta arma, pero Irán la busca afanosamente; puede que no para atacar con ella a Israel, aunque sí para convertirse en la contraparte militar de Israel y entrar a lidiar de igual a igual en los movimientos estratégicos de la región.
Palestina es un pueblo pobre y disminuido; si se diera un paso hacia lo razonable y un esfuerzo de voluntad conciliatoria, se podrían establecer estrategias regionales para sacar adelante a ese pueblo e integrarlo a territorios formalmente institucionalizados, tal como se hizo con Israel en el pasado. Porque mantener estas desigualdades y esta opresión, esta amenaza y esta humillación, terminará por malquistar a todos los pueblos y a desatar contiendas periódicas, lo que no ayuda ni sirve a nadie, menos a Israel.
Los gobiernos estadounidenses se han alineado cada vez más con Israel. Esto se comprende porque luego del ataque de las Torres Gemelas, el terrorismo islamita ha forzado un alineamiento que se evidencia en la poca vocación de mediar, como antaño lo hicieron los presidentes norteamericanos, sobre todo los demócratas: Carter y Clinton.
Ante la presencia de la voluntad atómica de Irán y su rebelde postura ante las comisiones reguladoras de energía nuclear, EE.UU. incrementa su adhesión a Israel como socio inamovible e intocable de sus intereses en el Medio Oriente.
En Israel mismo hay voces que animan a una intervención quirúrgica en Irán, esto significa un ataque preventivo que tendría por objetivo las bases estratégicas militares y atómicas del país.
Hasta se habla que Binyamin Netanyahu habría autorizado esta operación, y lo que se espera es la mejor oportunidad de hacerlo. Esto, claro está, daría tranquilidad temporal a Israel ante la reiterada amenaza de los iraníes de “barrer del mapa” a Israel, declarado como misión de país; pero a mediano y largo plazo colocaría a Israel como un “tumor” dentro del mundo perteneciente mayoritariamente a la civilización musulmana. Aquí se estaría ad portas de dar la razón a los historiadores Arnold Toynbee y Huntington, que postulan la teoría del “Choque de civilizaciones”, como propio de los conflictos del siglo XXI, teoría con la que Huntington trató de desmentir la tesis de Fukuyama acerca del “Fin de la historia”.
Evidentemente la historia no ha llegado a su fin y, al parecer, estas nuevas áreas de conflicto incluirán a las naciones poderosas, pero éstas estarán encerradas dentro de los grandes reductos civilizatorios – Oriente y Occidente- cuyas fronteras permanecen con “fallas” peligrosas, y casi telúricas.
Nuevamente, desde los Profetas hasta hoy, la integración, la equidad y la justicia, parecen ser los caminos hacia la paz. Lo opuesto, es no haber aprendido nada de esa “historia sagrada” ni de la historia secular.
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