Por Óscar Gantes (*)
Rusia cuenta con un arsenal nuclear que le permite mantener su condición de superpotencia 20 años después del fin de la Guerra Fría. No obstante, sus Fuerzas Armadas están anticuadas y su armamento convencional es en su mayoría obsoleto, mientras la corrupción y la arbitrariedad de los superiores minan la moral de sus tropas. El Kremlin lo sabe y por eso ha lanzado un ambicioso programa de rearme que le permita defender sus intereses nacionales en cualquier lugar del planeta. A finales de 2020 se verá si Rusia recupera la vitola de superpotencia militar que perdió tras la caída de la Unión Soviética o tendrá que conformarse con cumplir la ardua tarea de proteger las fronteras de su vasto territorio.
Según los últimos datos del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, Rusia ha escalado hasta la tercera posición en el escalafón de países por gasto en defensa en 2011 con 72.000 millones de dólares, un 9,3 por ciento más que el año anterior, tras Estados Unidos (711.000) y China (143.000). No obstante, la novedad radica en que el país cuya jefatura de las Fuerzas Armadas asumirá próximamente Vladímir Putin ha superado en esa clasificación a Francia (62,7) y el Reino Unido (62,5). Y es que el presupuesto militar ruso ha aumentado un 79 por ciento desde que Putin llegara al poder hace poco más de una década.
Mientras los países europeos redujeron el gasto militar debido a la crisis, el presupuesto en defensa ruso, de seguir la actual tendencia, podría aumentar un 53 por ciento en 2014. No todos están de acuerdo con ésta política de rearme del Kremlin, pero en Rusia no hay espacio para la disensión. El todopoderoso ministro de Finanzas, Alexéi Kudrin, discrepó de que Rusia gaste en armamento casi un 4 por ciento del Producto Interior Bruto y eso le costó el cargo, que ostentó durante más de una década. Los expertos advierten que la apuesta de Moscú de gastar unos 700.000 millones de dólares hasta 2020 para reemplazar el 70 por ciento de su armamento y equipos militares es arriesgada, pero el Kremlin desoye toda crítica en su afán de recuperar la grandeza militar perdida.
Rusia es consciente de que no puede competir con Estados Unidos, cuyo gasto en defensa representa más del 41 por ciento mundial, pero sí se propone mantener la paridad nuclear con su antiguo enemigo. Para ello, el Ministerio de Defensa adelantó esta semana que pondrá en servicio en verano los dos primeros submarinos de cuarta generación, destinados a portar los misiles intercontinentales Bulavá. Estos misiles balísticos de emplazamiento marítimo de 8.000 kilómetros de alcance son la gran esperanza rusa de mantener la disuasión nuclear, ya que pueden superar cualquier escudo antimisiles. Submarinos atómicos y misiles intercontinentales forman, junto a la aviación estratégica, la conocida como tríada nuclear rusa.
El terreno donde Rusia ha quedado más rezagada durante los últimos 20 años es en el mar. La Armada rusa acaba de reanudar las patrullas en el Atlántico Norte y en el Mediterráneo, zonas que abandonó por motivos económicos en 1991. Sus maniobras en las costas de Siria, donde los rusos rehabilitan la antigua base naval soviética de Tartus, demuestran que estas ambiciones no son meros delirios de grandeza. No obstante, Rusia no podrá recuperar su vitola de potencia naval con su actual flota, por lo que se propone adquirir cuatro portahelicópteros franceses de la clase Mistral y una veintena de fragatas, corbetas y submarinos diesel.
Desde tiempos de Pedro I El Grande, Rusia ha intentado erigirse en una potencia naval, pero tras la dolorosa derrota ante Japón en 1905, la Unión Soviética optó por los submarinos atómicos, que se convirtieron en el terror de los mares durante la Guerra Fría. Ahora, en cambio, su heredera, la Federación de Rusia ha optado por mantener el equilibrio entre los sumergibles y los buques acorazados. No tiene otra elección, ya que debe mantener su influencia en el Mar Negro, las aguas del Lejano Oriente y el Ártico, escenario de un nuevo gran juego por los recursos energéticos de la región.
La breve, pero cruenta guerra contra Georgia de agosto de 2008 fue victoriosa, pero puso de manifiesto la obsolescencia de las tácticas y del armamento ruso. De contar con una Armada en condiciones, Georgia no se hubiera atrevido a atacar a la separatista Osetia del Sur, según el Estado Mayor ruso. Por eso, el primer civil que ostenta el cargo de ministro de Defensa, Anatoli Serdiukov, tuvo manos libres para reformar las Fuerzas Armadas. Sus reformas han causado gran malestar entre los altos mandos, pero Putin le ha mantenido pese a todo en su puesto.
Los expertos consideran que Rusia va en serio con sus planes de rearme estratégico y convencional, pero ponen en duda que su industria militar sea capaz de alimentar esas ambiciones. Lo más probable es que el Kremlin se vea obligado a recurrir a la transferencia de tecnología, algo en lo que la OTAN tendrá mucho que decir, ya que varios países aliados se oponen a ello. Esos países -los bálticos y Polonia- y también los halcones republicanos en Estados Unidos creen que una Rusia fuerte es una amenaza para la seguridad de Occidente. Sea como sea, Putin está decidido a que Rusia sea respetada por todos los medios y si no es por el petróleo y el gas, lo será por su músculo militar.
(*) Es periodista - Grupo Ateneo
No hay comentarios.:
Publicar un comentario