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martes, 22 de mayo de 2012

CÁMARAS OCULTAS: REIVINDICACIÓN DE UN RECURSO PERIODÍSTICO

Por Abraham Santibañez

Está de moda demonizar las cámaras escondidas.

Ascanio Cavallo, respetado columnista, decano de la Escuela de Periodismo de la U. Adolfo Ibáñez, emitió una dura condena: “Es hora de que la televisión proscriba de sus prácticas, total y definitivamente, las cámaras ocultas, el instrumento más inmoral que haya concebido el oficio periodístico”(* ver texto de su Carta al Director de El Mercurio).

Otros comentaristas han tenido parecidas expresiones a propósito del programa Contacto, de Canal 13, que quiso retratar la discriminación social en colegios del barrio alto de Santiago. Con más matices, Gonzalo Saavedra, colega de Cavallo (es director de la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica), sostuvo que “en los casos de la antigua “Cámara indiscreta de Sábados Gigantes” y de la más contemporánea “Just for Laughs”, ese tipo de experimento humano sin reglas va de humorístico, pero puede también ser tremendamente infeliz e injusto”.

Esta última afirmación es cierta. Pero, una vez más, en un análisis desapasionado (si ello fuera posible) se debe recordar que todas las herramientas pueden tener, al mismo tiempo un lado creador y positivo y uno muy negativo. Es lo que se dice siempre de las armas, blancas o de fuego; también toda droga puede ser beneficiosa o mortal. Hasta un vuelo a Juan Fernández puede ser de beneficio para la comunidad o traer males mayores...

Por eso, a la hora de juzgar situaciones, es un error centrar todo en un solo aspecto, en este caso el uso de la cámara escondida. Lo malo del programa cuestionado es prácticamente todo. Ni siquiera su intención se salva porque no tiene sentido en nuestro país, donde hay abundancia de datos “duros” al respecto, tratar de demostrar la existencia de discriminación. Esforzarse en probar lo obvio obliga a la caricatura, lo que en sí es aceptable, pero no se condice con el periodismo de investigación.

En su resolución Nº 112, el Consejo de Ética de los Medios recordó que “la investigación periodística debe estar animada del espíritu de respeto y defensa de la verdad así como del propósito de ilustrar honestamente al público acerca de las materias investigadas, ateniéndose rigurosamente a las fuentes y datos consultados, evitando sesgos individuales o de partido y rechazando conclusiones preconcebidas”.

También precisa, sin condenar, pero con un llamado al extremo cuidado que “la investigación encubierta, esto es la presentación del periodista bajo identidad falsa u ocultando el medio que representa, sólo puede justificarse por excepción, en el caso en que se trate de importantes informaciones de interés público que no podrían conseguirse de otra forma”.

Desde 1994, cuando TVN mostró, mediante una cámara escondida (entonces nada fácil de esconder, dado su volumen), el caso de una funcionaria del trabajo que recibía dinero por no cursar una multa, ha quedado en claro que este es un recurso complejo y que exige mucha prudencia. Pero que puede ser un recurso efectivo y necesario. Así se dictaminó, paralelamente, en el Consejo de Ética de los medios y en un análisis internacional en un encuentro en Santiago, organizado por la Escuela de Periodismo de la U. Diego Portales.

Desde entonces, el desarrollo tecnológico miniaturizó las cámaras, lo que sumado a un costo infinitamente menor, llegó a convertirse en una moda, se justificara o no su uso. Incluso en un fallo reciente de la justicia se hace ver que hasta quienes reclaman por mal servicio (en el caso de una clínica) están en condiciones de recurrir maliciosa e inexcusablemente a una cámara oculta.

Ello no anula su uso. Solo exige un análisis previo cuidadoso y responsable. No fue así, lamentablemente, en el caso del programa Contacto.

Pero, tampoco fue su única debilidad.


(*Carta de Ascanio Cavallo)

Domingo 13 de Mayo de 2012

Censura, cámaras y nanas

Señor Director:

Sería hora de que los periodistas dedicáramos cierto rigor al uso de la palabra censura. Es un término muy pesado, que envuelve violencias contra derechos humanos, legales y constitucionales. La censura es por definición un acto coercitivo externo, burocrático y centralizado. No se la puede confundir con la decisión soberana de un medio de comunicación de excluir o restringir un contenido propio. Por eso, tajantemente no es censura lo que hizo Canal 13 al suspender la segunda parte de un contenido incluido en su noticiario acerca de la discriminación contra las empleadas domésticas.

Es importante despejar esta parte pretendidamente moral del debate posterior, porque encubre el verdadero problema ético, que es la elaboración de una ficción informativa —un montaje, para decirlo con claridad— con el fin de demostrar una tesis prediseñada, que es la siguiente: las “nanas” sufren discriminación en Chile.

Este no es un hallazgo, ni mucho menos una noticia. Pero para fabricarla, se usaron actores y cámaras ocultas. Hace rato que las “reconstrucciones” y las “dramatizaciones” vienen envenenando de facilismo al periodismo de investigación televisivo. Pero es posible que este caso haya tocado fondo en impericia y vulgaridad. Si la discriminación fuera lo que esas imágenes mostraron, sería muy fácil de combatir. El verdadero caso es que es mucho más insidiosa, sutil e indirecta.

El gremio de los actores debería estar feliz de encontrar un nuevo campo laboral en los noticiarios. El de los periodistas tendría que estar de luto. El periodismo está siendo sustituido por las artes de la representación y por el sociologismo. Como responsable de la formación de futuros periodistas, me niego a aceptar que lo que emitió Canal 13 sea llamado periodismo y no puedo sino alegrarme de que no haya profundizado en esa violencia no-informativa. No se le puede reprochar a un medio que ha metido la pata que no la termine de hundir en el fango.

Escribo esto con profundo dolor, porque algunas de las personas envueltas en este caso son amigos y compañeros a los que quiero y respeto, y lo seguiré haciendo más allá de este incidente. Mi única explicación para lo que ha ocurrido es que la presión competitiva de la televisión está arrastrando a nuestros periodistas hacia un pozo negro donde la ética mínima —esa modesta norma de no hacer a los demás lo que no querrías que te hicieran a ti— se ha perdido en el frenesí de la línea de resultados. Es la hora de reponer al periodismo —no a la sociología, ni al teatro, ni al melodrama, ni a la gestión comercial— en esas horas en que varios millones de chilenos encienden sus televisores para informarse, no para recibir tesis ni parodias de la realidad.

Y para eso, también es hora de que la televisión proscriba de sus prácticas, total y definitivamente, las cámaras ocultas, el instrumento más inmoral que haya concebido el oficio periodístico. Quienes lo defienden —siempre a medias, siempre como excusa— dicen que se justifica para revelar grandes delitos de interés público. Quisiera saber de diez casos en que haya sido así; quisiera saber, como en Sodoma, de un solo justo entre los injustos.

Ningún reportero de la prensa escrita escucha detrás de las puertas, ningún trabajador radial intercepta conversaciones en forma clandestina, ningún periodista de internet hackea correos electrónicos. ¿Por qué la televisión se arroga el derecho de usar técnicas de ocultamiento? Nada de esto se hizo en el momento más difícil de la libertad de prensa y todo lo que se supo entonces se debe a investigadores minuciosos y dedicados, que tenían interés en la verdad de los hechos, no en el show. ¿Por qué una televisión democrática emplea los instrumentos de, digamos, la CNI?

Hace sólo unos meses, uno de los diarios más leídos del mundo, News of the World, debió cerrar porque se descubrió que su editora había montado un extenso sistema de escuchas telefónicas clandestinas. Oía en ellos algunas cosas inapropiadas, un par de secretos y un montón de nimiedades personales. Esto es exactamente lo mismo que las cámaras ocultas. Un periodista que usa estos métodos renuncia, como aquella editora, a sus capacidades profesionales. Y sobre todo a su decencia.

Ascanio Cavallo

Decano de Periodismo
Universidad Adolfo Ibáñez

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