la desconfianza que corroe sociedades.
.
Amigos: creo que todos, tal como Phil Collins en esa
estremecedora composición, todos,
sentimos que algo impreciso, nocivo y destructivo para el país se está incubando
en el aire de la noche chilena. Percibo algo ominoso, como un pájaro de mal
agüero, que levita sobre nuestras
cabezas, que proyecta sombras, y nos separa y divide. Se trata de algo
que asfixia nuestra capacidad de diálogo y entendimiento nacional, y nos
arrastra a un inquietante vendaval de descalificaciones, al lenguaje soez, la
tensión, la soberbia, la intolerancia y el
resentimiento.
Quiero decirlo con claridad: no me gusta nada y me inquieta
mucho este incipiente clima de odios que
comienza a envolver a Chile. No
olvidemos que los chilenos tenemos la mecha corta para discutir y que el
país carece de la quilla profunda que garantiza estabilidad en medio de la tormenta. Contamos con un
agravante: muchos ya conocimos, hace más de cuatro décadas, una etapa semejante, un crepúsculo
que comenzó de forma imperceptible como
ahora, y desembocó en la pesada noche de una tragedia nacional y,
posteriormente, en un extenuante proceso de reconciliación nacional, a un
inconcluso, una tragedia cuyas heridas aún no cicatrizan y que algunos
–apoltronados en el cálculo político mezquino- se empeñan en reabrir y exponer.
Lo digo derechamente:
el clima de crispación, polarización y violencia verbal que vivimos
hoy nos impide ver el presente y soñar un futuro conjunto con nitidez
y de modo objetivo, y se asemeja en exceso a un deja vu para mi
generación. Sí, amigas y amigos, esto de vivir bajo un gobierno elegido
democráticamente que se plantea reformular estructuralmente el
país yo ya lo viví cuando tenía 18 años. Algo así ya lo experimenté en
mi juventud. Yo ya viví un proceso parecido: vertiginoso, irreversible,
efervescente, con banderas y consignas al viento, donde una
minoría aspiró a construir un Chile nuevo en nombre del “pueblo” y a
partir de un programa de 80 medidas sacrosantas, que
constituían una
suerte de verdad revelada.
Al cabo de un tiempo, el proceso se escapó de las manos de
líderes experimentados,
nutrió pasiones fratricidas, contagió de ideología todas las esferas de
la vida nacional y nos convirtió en un país donde ya ni nos pudimos
reconocer como conciudadanos. La economía cayó en picada, la inflación
galopó, creció el desempleo, se agudizaron las tensiones sociales,
triunfó el caos, y Chile se volvió un trompo cucarro. El resto, es
historia conocida.
Amigos: quiero reiterar con claridad: a los 60 no estoy
disponible para algo que se me
parece mucho a los comienzos del naufragio nacional que sufrí a
los 20. Y no estar disponible significa
que me opongo a esta
política refundacional, que ya vi cuándo y cómo se inició, pero que
nadie sabe cuándo y cómo termina. Me resulta riesgosa la obsesión de
políticos que gobernaron y celebraron a Chile entre 1990 y 2010 pero que
hoy ambicionan establecer un punto cero para un nuevo arranque del
país, que se proponen inaugurar una nueva era, que aspiran hallar la
página en blanco donde escribir su gran epopeya personal, la que
ignora los capítulos escritos por generaciones anteriores, incluso
los esbozados con la misma pluma por partidos que hoy conforman el
gobierno. Es perjudicial que Chile, atormentado por la incertidumbre, la
improvisación, la polarización y un inexplicable sentido de urgencia
extrema, traspase el punto de no retorno con la carga mal estibada y
pilotos que, mientras discuten sobre el rumbo, imprimen velocidades
diferentes a sus respectivas turbinas.
.
La situación es
delicada porque ningún país tiene el futuro asegurado. Ninguno. Y esto se los recuerda alguien que no es –o no se siente-
muy viejo, pero que vivió y
recorrió países que ya no existen, países que se construyeron
inspirados en seductoras teorías que se proponían materializar ideales
de igualdad y justicia en nombre de la historia y una Weltanschauung
cuya meta era alcanzar un sueño que devino pesadilla. Yo viví o
conocí países que ya no existen: República Democrática
Alemana, Checoslovaquia, Yugoslavia, la Unión Soviética y conocí
ciudades que cambiaron de nombre:
Karl-Marx-Stadt, Wilhelm-Pieck-Stadt-Guben o Leningrado yo residí o visité a
amigos que vivían en calles, como Strasse der Befreiung o
Georg-Dimitrov-Ring, cuyos nombres barrió la historia y estudié en una
Universidad que hasta 1990 se llamaba Karl-Marx, y que hoy exhibe otro
nombre, diversidad ideológica y libertad de cátedra.
.
A veces conviene
repetir verdades que son de Perogrullo, pues las tendemos a olvidar:
los países –al igual que las personas- no tienen
el futuro asegurado. El futuro de un país no cuenta con un pasaje
de asiento numerado y un destino cierto, sino que se define día a día
por el modo en que sus habitantes interpretan su pasado, resuelven los
desafíos del presente, trazan la convivencia cotidiana y sueñan un
futuro común. Recordar eso puede ayudarnos a mostrarnos más
prudentes, moderados, tolerantes, modestos y conciliadores, más
generosos a la hora de renunciar a nuestras metas máximas, puede
conducirnos a valorar el consenso y a no estirar demasiado el elástico
nacional.
Conviene recordar que sólo hay un Chile, y es este, en donde
estamos todos y contamos
todos, y nadie sobra. Conviene recordar que
no llevamos un Chile de repuesto en el maletero de la nación, que
nadie puede creerse dueño de la verdad, que lo crucial es mostrar
disposición a negociar, a rectificar a tiempo y a buscar el dorado
punto medio con el adversario, y que todo eso puede ayudarnos a construir
un país mejor, porque el que tenemos es bueno pero imperfecto y
adolece de déficits que juntos debemos subsanar. Pero me temo que si
olvidamos las circunstancias esenciales de la democracia e
insistimos en seguir piloteando la nave como hasta ahora,
ingresaremos en una
zona de turbulencias de efectos impredecibles.
Como país debemos
construir sobre lo que otros ya construyeron y legitimaron. Urge
retornar to the basics: Hay que ser capaz de reconocer lo bueno
que hizo el antecesor, sin importar si comparte o
no mis colores
políticos. Nada más pernicioso para un país que el síndrome de Cristóbal Colón: esa convicción
de que la historia comienza cuando yo llego.
¿Por qué atravesamos como país estas circunstancias que nos
asombran a nosotros y a muchos
en el extranjero? ¿Por qué, si hemos hecho las cosas bastante bien,
tuvimos una transición democrática ejemplar, hemos sido
responsables en lo económico y hemos progresado como pocos en la reducción de la
pobreza, y despertamos admiración entre vecinos? Hay razones
económicas, políticas y sociales para ello, que algunos reducen a la tensión
entre libertad e igualdad, pero no son las únicas. Debido al
escaso tiempo de que dispongo, dirigiré la mirada hacia una dimensión
que se vincula con el ámbito de las ideas, la historia reciente y
la cultura entendida como el clima en que habitamos:
¿Por qué hemos caído
en el estado de crispación, polarización y postración de hoy?
¿Por qué sólo laselección de fútbol, la Teletón y los terremotos nos
unen? ¿Por qué la izquierda, que sufrió hace 25 años una debacle
espantosa con la caída del Muro de Berlín, pasó en Chile tan rápido a la
ofensiva deológica, y sin embargo las fuerzas que se identifican
con el mercado y la libertad, que posibilitaron prosperidad y
desarrollo en estos decenios, están hoy a la defensiva?¿Por qué de pronto tanto político anuncia que nos falta solo
un minuto para que estalle el
Apocalipsis social, y que si no implementamos los cambios que ellos
postulan y no enmendamos el rumbo, nos aguarda el naufragio nacional?
¿Y por qué vuelven a flotar hoy en Chile tantas ideas que en otros
países duermen en el baúl de los recuerdos? Hay razones económicas y
sociales para esto, pero también cultural-ideológicas,
y permítanme reflexionar sobre algunas de estas últimas. Abordaré
tres:
LA PRIMERA: como país aún no logramos extraer las lecciones
esenciales sobre nuestra
historia reciente ni logramos reconstruir ni asumir esa historia en forma
integral y realista.
En este sentido cabe
preguntarse cuál fue la conclusión central que nos dejó el período
entre 1970 y 1990. Y al hacerlo, comprobamos que existe una convicción
transversal que proclama el imprescindible “¡Nunca más!”a la
violación de derechos humanos en el país. Lo consideramos justo y
esencial para que no se repita una dictadura ni se violen aquí los
derechos humanos. Esa convicción, mayoritaria, inspira hoy hasta la
formación de los jóvenes.
El año pasado, con
motivo del 40 aniversario del derrocamiento de Salvador Allende,
recalcaron esta convicción mesas redondas, ensayos, films, documentales,
telenovelas, discursos políticos, en fin, un entramado complejo,
estructurado principalmente por la izquierda, que permitió consolidar
que nunca más ocurra algo así en Chile. Pocos justifican hoy las
acciones de la dictadura en el campo de los derechos humanos.
Justificarlas tiene a estas alturas un precio
elevado para
cualquier político. Esto contribuye a
crear un piso político, ideológico y ético mínimo, y compartido en el
país.
Sin embargo, a mi juicio, esta es sólo una parte de la
lección que debemos extraer de la
historia. La parte que olvidamos es precisamente la que hoy nos pasa
la cuenta como sociedad. Porque si usted no asume la historia, ella
regresa y lo asalta en un recodo del camino y le pasa la factura como
individuo o como país. Me explico: si bien nos concentramos en el
“nunca más” en materia de derechos humanos, olvidamos algo
igualmente esencial y que fue una de las causas que posibilitó la noche
oscura en el Chile de los setenta: el clima de odios, polarización,
división y peligro de guerra civil que campeó aquí entre 1970 y
1973 debido a un gobierno que se propuso imponer cambios
revolucionarios, avanzar sin transar por un supuesto “mandato popular”, y cuyo
objetivo era erigir un “socialismo con sabor a empanadas y vino
tinto”, en pocas palabras: debido a un gobierno que,
armado de un programa
de fuerte contenido ideológico, añoraba refundar el país.
Amigas y amigos: esto es una historia de hace 40 años, pero
una historia vigente.
Como no la asumimos en profundidad y tampoco la relatamos a las
nuevas generaciones, nos pasa hoy la cuenta:
rescatamos el
imprescindible “nunca más” a la violación de derechos humanos en Chile,
pero ignoramos algo también esencial: el “nunca más” a quienes desprecian
y asfixian el debate democrático, apuestan por polarizar,
descalifican a los que piensan diferente, dividen entre
buenos y malos
chilenos, y hacen de su utopía una meta obligatoria para todo el país.
Hoy queda claro: en
democracia hay que cuidar los estilos, promover el debate fundamentado y
respetuoso, rechazar las visiones mesiánicas y redentoras. Hay que
rechazar a los iluminados por la historia, a quienes portan bajo
el brazo la panacea para todos los males, o programas
gubernamentales sacrosantos, que devienen dogmas salpicados de intolerancia.
.
Hay que condenar a
quienes recurren a la descalificación en la discusión política,
practican con soberbia el autoritarismo ideológico y enarbolan una
supuesta superioridad moral, que perdieron hace tiempo. En suma: creo
que no aprendimos como nación una lección clave:
A la libertad y la
democracia, antes de liquidarlas con medidas
políticas, se las
liquida con palabras.
SEGUNDA RAZÓN cultural-ideológica: En rigor, tanto la
relativa popularidad en Chile
de modelos políticos fracasados como la idealización del
estado constituyen un fenómeno que asombra por su
carácter refractario
al paso del tiempo. En Chile resurgen hoy una visión estatista de
la sociedad, la fe en que el estado es eficiente, empático, sensible,
versátil y capaz de superar en todo -desde la
planificación y el
suministro de servicios hasta la
producción-a los privados, sean estos
pequeños, medianos o grandes.
Esta percepción crítica de los privados también se debe a
las insuficiencias del
“modelo”, pero se vincula igualmente con un acontecimiento de
hace 25 años, y del cual aún no tenemos plena
Invito a pensar en lo siguiente: ¿Por qué en Chile algunos
partidos de izquierda pueden
felicitar, sin pagar costo político alguno, a la criminal monarquía
comunista de Corea del Norte, o solidarizar con los hermanos Castro en
sus 55 años en el poder, o simplemente guardar silencio, amparándose
en la gratitud, frente a los regímenes comunistas derribados
en 1989 por sus ciudadanos?
Todo esto, que en países serios es políticamente
impresentable, es posible hoy en Chile.
¿La causa? Está en el pasado: aquí no analizamos como país el
significado profundo del fin del comunismo europeo en 1989. Ese año
estuvimos concentrados en un proceso democratizador paralelo: nuestro
regreso a la democracia. Por eso se produjo un lamentable déficit en
el examen del tránsito de dictaduras comunistas a sociedades libres.
¿No es acaso llamativo? Logramos la condena transversal a la
violación de derechos humanos en Chile, pero al mismo tiempo no causa ruido
expresar nostalgia, gratitud y conmiseración en relación con los
totalitarismos de Moscú, Praga o Berlín Este, ni escandaliza
manifestar simpatías por el régimen de los Castro o la dinastía gobernante
de Corea del Norte. Estamos pagando la cuenta por tareas que no se hicieron en
su momento en el ámbito de las
ideas. No había en Chile en 1989 capacidad
ideológica para digerir y celebrar en paralelo con el regreso de Chile a la
democracia, la gigantesca epopeya de libertad de los pueblos que
derribaron el comunismo. Pero no se trató sólo de que no hubiera espacio
para abordar ambos escenarios democratizadores: tampoco se
articularon fuerzas intelectuales suficientes para proponer una reflexión
nacional profunda sobre el fracaso del comunismo a escala planetaria. Se
dio así un déficit cultural que perdura hasta hoy. Por eso en
muchos países estos modelos están en el tacho de la historia, pero en
Chile siguen siendo vistos como alternativas inspiradoras que
sucumbieron por algunos errores de dirección. Mientras en el mundo
reina la convicción de que esos regímenes eran
inviables política,
económica, ética y culturalmente, en Chile sectores de izquierda
aún escarban con la pala de la nostalgia entre las ruinas de esos
modelos y buscan fragmentos para el mosaico de su estropeada utopía.
Y llegamos a la TERCERA RAZÓN de tipo cultural-ideológica: esta tiene que ver
con el presente y el futuro: Las circunstancias actuales de Chile se
deben no sólo a factores económicos y sociales, que dicen relación
con la integración social, el empoderamiento ciudadano y el país
que queremos construir, sino también a factores culturales.
.
Es decir, estamos hoy
como estamos porque las personas que discrepan de la visión
estatista o estatizante de la sociedad no han hecho las tareas en el ámbito
de las ideas.
.
No se han preocupado de contribuir a la difusión de las
ideas que las representan. No las
hacen circular ni las proyectan, y las defienden a media voz,
convencidas de que ese ámbito pertenece a la izquierda. Al mismo tiempo estiman
que su ámbito es el de los negocios, las leyes o la administración. Me
refiero con esto a conservadores, derechistas, centristas, liberales
y demócrata cristianos. A diferencia de
quienes creen en una sociedad organizada en torno a un estado fuerte o
monopólico, las personas que piensan diferente poco se preocupan de la
batalla de las ideas. Piensan que lo suyo son los números, y lo de la
izquierda las ideas.
.
Estas personas creen además que el crecimiento y el
desarrollo, la prosperidad alcanzada
por Chile en los últimos decenios y los avances en la lucha contra la
pobreza, deben concitar por si solos respaldo abrumador de la ciudadanía.
Tengo pésimas noticias: nadie sale a marchar para celebrar
una baja en el desempleo, la compra de una vivienda o un auto
nuevo, o las primeras vacaciones en el Caribe o el ingreso a la
universidad como primera generación. Nadie sale a bailar a la calle por estos
resultados. Esto no es el fútbol. En la sociedad democrática, las
personas saben que eso lo obtuvieron gracias al esfuerzo propio, y
ambicionan más porque así es el ser humano, y es bueno que así sea, y
porque las demandas satisfechas crean nuevas demandas y
necesidades, más complejas y sofisticadas, nunca conformismo.
Es así de simple: No se han hecho las tareas en la batalla
de las ideas. El adversario,
en cambio, inspirado en Antonio Gramsci, sí las hace. A veces
empresarios enfatizan que no tienen predilecciones políticas fijas. Sin
embargo, eso es válido en etapas de desarrollo normal, cuando se les
reconoce a los empresarios, emprendedores e innovadores su aporte
y relevancia social, y se les critica para que contribuyan de mejor
modo al país. Pero hoy atravesamos circunstancias especiales: el
oficialismo considera al empresariado un mal prescindible en caso
de contar con un estado fuerte que pueda sustituirlo. Bajo esa
convicción, los ataques al empresariado no están dirigidos contra su
gestión técnico-gremial sino contra su capital simbólico, su papel,
su sentido y posición en la sociedad.
¿Qué significa en este contexto hacer las tareas en el
ámbito de las ideas? Varias cosas:
Implica reconocer que la legítima batalla de las ideas tiene lugar a
diario en toda sociedad y que uno, si cree en sus ideas, debe
estudiarlas y contribuir a su difusión. Implica convencerse que el
ámbito de las ideas no es coto reservado de la izquierda.
.
Implica admitir que
quienes creen en el estado como palanca crucial de desarrollo, se
dedican con profesionalismo y convicción a su causa redentora, y que en
ese sentido educan a sus líderes, actúan en la educación, los
medios, las universidades y centros de investigación, influyen en la
sociedad y tratan de instalar sus ideas como sentido común. Gramsci lo
decía: tus ideas han triunfado cuando son interpretadas como
“el sentido común” de la sociedad. Esto implica recoger el guante y
dar la batalla enarbolando las ideas de libertad, libre mercado,
emprendimiento y de una sociedad próspera, socialmente sensible e
integradora. De lo contrario, quienes nos oponemos a la visión estatista
remaremos en Chile siempre en un océano de eterno oleaje adverso.
Por último, deseo traer a colación un ejemplo que demuestra
que el país aún no asume el
respeto a los derechos humanos con mirada global. Me refiero a la
conmemoración mundial, el 9 de este mes, de los 25
años de la caída del
Muro de Berlín, símbolo del fin del socialismo
europeo. Es un tema
también chileno por dos motivos: uno, porque la
razón que nos llevó a
la gran división de 1973 fue precisamente el
proyecto de construir
“el socialismo con sabor a vino tinto y
empanadas”, y dos:
porque muchos chilenos vivimos el exilio detrás del
Muro aunque seamos
parte de una historia desconocida.
El déficit democrático de la izquierda chilena quedó de
manifiesto en
esta conmemoración:
los dirigentes departidos oficialistas, que el
2013 condenaron con
razón la violación de derechos humanos en Chile,
congratularon a la
dictadura de Corea del Norte o estrecharon con
emoción la mano de
los Castro, guardaron otra vez riguroso silencio
sobre la sistemática
violación de derechos humanos en la extinta RDA.
Me interpreta en esta
materia lo planteado este mes por el Presidente
alemán, Joachim
Gauck: dijo dudar de la convicción democrática de
quienes aún no logran
condenar el totalitarismo que imperó en la RDA.
Quien confió en que la izquierda chilena aprovecharía la
celebración
de la caída del Muro
para distanciarse de esas dictaduras, erró. Con
su silencio la
izquierda no sólo terminó por perder su último hálito
de superioridad moral
sobre quienes justifican aquí a Pinochet, sino
que reveló que a ella
le interesan los derechos humanos de quienes
piensan como ella, y
que franjas de la muerte, represión política y el
encierro de millones
de personas se justificaron en la construcción
socialista en la
Guerra Fría. Con ese lamentable silencio ante la
conmemoración de la
caída del Muro, temo que el debate democrático en
Chile retrocedió 40 años.
Honestamente: yo creí que la Presidenta de la República,
quien sufrió
bajo la dictadura
chilena tortura y cárcel política, aprovecharía su
visita a Alemania
para condenar la dictadura alemana bajo la que
también vivió, y propondría
a su sector un giro copernicano en esa
No fue así. Creo que
la Presidenta desperdició en Berlín una
oportunidad de oro.
Al ser consultada sobre la RDA, sólo tuvo
expresiones de
gratitud por los beneficios que allá le fueron
concedidos. Respondió
como un particular agradecido por la solidaridad
allá obtenida, sin
precisar –como presidenta de Chile- que esa
gratitud la dirige a
un estado-partido totalitario que fue barrido de
la faz de la Tierra
por su pueblo.
Esta reducción del juicio sobre la RDA a una cuestión de
gratitud,
perjudica la cultura
democrática en Chile y permite que cualquiera
justifique cualquier
dictadura por los beneficios que esta le haya
otorgado. Esa actitud
constituyó además una falta de delicadeza hacia
los máximos
representantes de Alemania: la Canciller Federal Merkel
sufrió en la RDA la
discriminación del estado ateo por ser evangélica,
y el Presidente
Federal, Gauck, a quien, en 1951 la STASI le secuestró
al padre para
condenarlo a 50 años de trabajos forzados en Siberia,
fue un decidido
adversario del totalitarismo de Honecker.
En sus memorias,
Gauck cuenta que cuando su padre fue secuestrado por
la STASI, en 1951,
era un hombre fuerte, y que cuando volvió, en 1955
(sólo gracias a la
amnistía por la muerte de Stalin), su padre era un
anciano de cabellera
blanca, mirada perdida y sin dientes.
Estimo que urge una política de estado que establezca que
los
presidentes de Chile
deben rechazar con claridad dictaduras de
cualquier color, y
subrayar que nada puede justificarlas. Esto debería
convertirse en
política de estado por el bien de nuestro debate
democrático, la
formación de las nuevas generaciones, y el prestigio
Queridas amigas y queridos amigos, muchos chilenos sentimos
una
amenaza IN THE AIR TONIGHT. Ojalá Chile
recupere la fórmula que lo
hizo ejemplar en el
continente: madurez y estabilidad política,
acuerdos
transversales mediante el diálogo, proyección del futuro a
Debemos recuperar la
cultura de la convivencia democrática y aprender
a vivir nuestra
unidad en la diversidad. Es hora de recomponer las
confianzas rotas, y
tal vez de ese modo nos lleguen las anheladas
buenas nuevas
surcando… THE AIR TONIGHT.
Desde luego, no tiene nada de malo echar mano a la subjetividad a la hora de escribir novelas o efectuar críticas. El problema ocurre cuando, como se decía en la columna, se recurre nada más que a la mera subjetividad. Es lo que, me parece, hace Ampuero en sus últimas novelas e hizo en su intervención en Enade. Esta última -desgraciadamente debo repetirlo- fue solo una larga confesión de temores alimentados por una memoria frustrada o desgraciada. El debate público reclama razones intersubjetivas, argumentaciones contrastables, no simples temores personales. Lo que favorece la falta de diálogo es justamente el tipo de cosas que hizo Roberto Ampuero en la Enade: exacerbar temores irracionales, incurrir en la desmesura de presentar el actual momento que vive Chile como si fuera la etapa previa a la construcción de un Estado totalitario y todo eso nada más que a partir de un arbitrario déj à vu .
No son pues sus ideas o impresiones, sino la manera de justificarlas, recurriendo nada más que a sí mismo y transformando su simple memoria en cantera de literatura y de política, lo que me parece digno de crítica. En su respuesta, Roberto Ampuero esgrime, como justificación de lo que afirmó, alguna frase de la madre de la Presidenta y de los ex Presidentes Lagos y Piñera sobre la "crispación nacional". Se trata de una prueba muy débil. Una cosa es llamar la atención acerca de los ánimos crispados, como lo hicieron esas personas, y otra, muy distinta, advertir, como lo hizo Ampuero, que estamos al borde de un abismo, de "pasiones fratricidas". Para figura literaria es poco; para afirmación política, es demasiado.
Respecto, por su parte, de las violaciones a los derechos humanos, de nuevo Roberto Ampuero elude el punto de la columna. No se trata de discutir si cabe o no condenar las violaciones a los derechos humanos. Eso es indisputable. De lo que se trataba era de la distinta actitud de él y de la Presidenta hacia la RDA. En su intervención, Ampuero acusa a la Presidenta de haber reducido el "juicio sobre la RDA a una cuestión de gratitud". No parece ser así, sostuve. Lo que dije fue que era probable que el pudor de quien se siente una víctima a la que se concedió refugio (la Presidenta Bachelet) sea distinto a la audacia ex post de quien arriesga hacer de la literatura, y ahora de la política, el ejercicio permanente de un converso (es el caso de Ampuero).
También sostiene Roberto Ampuero que yo habría afirmado falsamente que su discurso fue "interrumpido con aplausos". Y que así habría manipulado "pruebas para condenar(lo)". Nada de eso es cierto. Ni hice lo uno, ni pretendo lo otro. En la columna que tanto lo irritó solo dije que ese fue uno de los "momentos más aplaudidos" (es decir celebrados, de acuerdo al diccionario) de su intervención: la ovación de los empresarios que Ampuero anhelaba vino algunos segundos después. Y para su tranquilidad yo no condeno, apenas critico.
En fin, Ampuero teme que la columna pudo haber sido dictada "por una tenebrosa agrupación de país socialista extinto o existente" (sic). Sobra decir que eso es demasiado pueril y afiebrado para responderlo. Insinúa también que alguien me resumió su discurso para perjudicarlo. Por supuesto no fue así. Conocí su discurso gracias a que lo hizo llegar a mi mail personal la Fundación para el Progreso de la que el mismo Roberto Ampuero es senior fellow. El correo iba acompañado del siguiente mensaje: "A nombre de Armando Holpzafel, gerente general de Fundación por el Progreso , le enviamos para su lectura el discurso realizado por nuestro senior fellow, Roberto Ampuero, en el marco de Enade 2014. Sus palabras fueron ovacionadas, ya que representan un total sentir de muchos chilenos y chilenas". Aprovecho de agradecer a la Fundación para el Progreso la gentileza de enviarme el discurso y el link. Lamento sí que su senior fellow no quedara satisfecho con el comentario a que dio lugar.
Carlos Peña