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jueves, 24 de enero de 2013

CHILE O LA ILUSIÓN DE BIENESTAR

Por Hugo Latorre Fuenzalida

Chile es un país singular, fuera de ser el único territorio de la región sudamericana sin clima tropical, es una nación con psicología del “orden”. La oligarquía pudo tempranamente disciplinar a sus hijos, incluso a costa de deshacerse de los díscolos, de la propia y otras clases.
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La tesis de Felipe Portales en sus libros titulados “Chile el mito de la democracia”, sostiene que somos un país de poder autoritario, desde siempre, y hemos forjado una población sumisa, crédula en la lógica del poder y aceptante de los abusos más dolorosos.
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Es cierto que hemos tenido gobiernos progresistas, que se afanaron por corregir la marginación social tan acentuada en el país, marginación que la oligarquía ha intentado perpetuar mediante la represión militar en reiterados momentos de nuestra historia.
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Nuestra clase media se ha hecho afín a la oligarquía en toda su gama cultural, pero como no la puede alcanzar en lo económico, entonces se vuelve conservadora en lo político, cada vez que sus ingresos se empinan un poco por encima de la media nacional.
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Es cierto que en tiempos de Frei Montalva y de Allende, la adhesión popular a las tesis de cambio radical fueron mayoritarias, pero el exclusionismo ideológico no permitió el encuentro de los sectores políticos de izquierda y de centro, llevando a chile al colapso de la democracia y la entronización de la dictadura.
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La dictadura de derecha y militar deshizo todo el proyecto progresista en Chile, imponiendo un capitalismo despiadado y un individualismo disolvente de todo vínculo solidario, así como de todo referente de derechos asociados a la ciudadanía.
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Cuando la izquierda y el centro se unieron, en la lucha contra la dictadura, sucedió un fenómeno único, tal es que las élites de los partidos de la vieja izquierda y del centro dejaron de creer en los cambios y se habían convertido al capitalismo más feroz.

Es por eso que al regresar la democracia se produce la claudicación del discurso progresista para abonar el poder fáctico de las organizaciones empresariales, quedando las políticas de la vieja guardia izquierdista a merced de los partidos de derecha, a los que concedieron grandes ventajas en el pacto constitucional, de tal modo que se erigieron en árbitros de los cambios a (no) realizar en Chile.
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Por tanto, la resultante ha sido que en la democracia real y estructural se ha avanzado prácticamente nada en 20 años; que en la economía se ha acrecentado el indicador de concentración de riqueza a niveles nunca soñados ni siquiera por la derecha más optimista; que en la asignación de los recursos nacionales se ha permitido la explotación transnacional de las áreas más rentables de la economía, dejando de lado cualquier y básico deber para con los intereses de la sociedad y del Estado.
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Como somos un país pequeño y de riqueza sumamente concentrada, se puede dar el fenómeno curioso que una parte de la población pueda acceder a niveles superior de consumo suntuario. Podemos decir, entonces que algunos chilenos, los llamados emergentes, logran posicionarse más ventajosamente que la generación de sus padres, pero lo hacen nada más que en los bienes de consumo.
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No se dan cuenta que la sociedad les ha venido cercando sus posibilidades futuras mediante el endeudamiento y el encarecimiento de los servicios a todo nivel. Esto permite tener una ilusión de progreso, que al fin de los días se convertirá necesariamente en tragedia, pues la salud será inaccesible a sus ingresos, sus deudas escalarán hasta niveles de comprometer gruesa parte de su salario, la educación de sus hijos será a costos tan elevados que irán perdiendo competitividad laboral, en la medida que no podrán acceder a una formación de buen nivel; las pensiones serán tan magras que su vejez les descubrirá el engaño al que fueron sometidos.
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Este ufanarse de las inversiones que llegan a Chile, por concepto del regalo del recurso minero, no es más que una estólida manera de empobrecer al país y sobre todo a su pueblo. No hemos recibido más de 35 mil millones de dólares en inversión minera, en todo el período desde 1985 hasta el 2012, y sin embargo se han llevado más de 250.000 millones de dólares, sin pagar al Estado más que una cifra tributaria minúscula, a demás de puramente nominal.
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Este empobrecimiento real encierra una ilusión de riqueza transitoria, que es la que los gobiernos de turno ventilan como éxito de gestión digna de ser admirada, sin decir que ello es pan para hoy con hambre asegurada para el futuro. Los políticos no están hechos para predicar la verdad, sino para forjar ilusiones, pero eso cuesta digerirlo como realidad, puesto que los profesionales de la política ya ni siquiera pueden forjar ilusiones ya que la credibilidad es tan escasa como agua en el desierto.
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Con todo, esta economía que crece en base al consumo más que a la producción, que derrama poco al ingreso de los pobres y demasiado al de los ricos, se las arregla para ilusionar al chileno medio en el sentido que la economía está camino al desarrollo y que la vida de hoy es mucho mejor que la del pasado.
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Tenemos las tasas más altas de suicidio en América Latina; contamos con una profusión de farmacias como ninguna sociedad de América latina, somos los principales consumidores de tranquilizantes, antidepresivos y toda clase de fármacos para la mente; los indicadores de consumo de droga y de alcohol, nos llevan también como imbatibles dentro de la población joven. Todo ello habla de que somos una sociedad insatisfecha, estresada, ”reventada”, como califican por estos días. Pero lo que tenemos ahora no es ni la sombra de lo que será en el futuro, pues estamos construyendo un escenario de patologías físicas y mentales que ningún sistema de salud podrá financiar; montamos un sistema de financiamiento privado de las universidades que deja a las familias en la disyuntiva de qué hijo se educa y cuál se queda afuera.
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No somos un país con potencial de crecimiento productivo suficiente; sufrimos la maldición doble de vivir de las materias primas y del consumo suntuario, las dos reunidas constituyen una pócima deletérea.
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En fin, dejemos que nuestros políticos sigan forjando ilusiones, pues a largo plazo-como decía un afamado economista- estaremos todos muertos y el hombre tiende a abonar más respeto por lo ilusorio que por la fea realidad.

1 comentario:

  1. Que tristemente real y poco alentador como articulo! Yo tengo una visión cristalizada de mi país desde el extranjero, pero estoy de acuerdo con que la ilusión del bienestar económico no puede ser duradero mientras la clase media y baja viva de deudas, y la buena educación y salud sean inaccesibles para la mayoría de los chilenos!

    Sin embargo, creo que hay que ser optimistas y perseverantes para de alguna forma tratar de cambiar el sistema imperante... la esperanza es lo ultimo que se pierde!!

    Saludos cordiales!

    Marcela

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