Historiador 0. Spengler
EL DINERO PIENSA Y EL DINERO DIRIGE. TAL
ES EL ESTADO DE LAS CULTURAS DECADENTES
Por Rafael Luis Gumucio Rivas
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La Alemania de 1918 se había derrumbado sin que su territorio fuera penetrado por las tropas de las potencias enemigas, y tuvo que aceptar el armisticio y las duras condiciones impuestas por Clemenceau, en el Tratado de Versalles. De esta compleja situación para Alemania nació la tesis de la traición, tan bien explotada por los movimientos de ultraderecha, entre ellas el nacionalsocialismo.
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O. Spengler, profesor secundario de
historia, jubilado, que nunca pudo ejercer su profesión en la universidad
publicó, en 1922, la obra monumental La
decadencia de Occidente, que tuvo el mérito de no limitarse sólo a la
civilización occidental, sino que también abordó el tema a nivel mundial.
Spengler distinguía entre la civilización material y la cultura espiritual: la
cultura occidental, como en Fausto, la
obra de Goethe, quiso mantenerse en una eterna juventud, sin embargo, las
culturas y civilizaciones están sometidas a un ciclo biológico: nacen, crecen y
mueren, tienen una primavera, un verano, un otoño y un invierno.
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Spengler fue el gran historiador del
pesimismo y, a su vez, un maestro de la derecha alemana. Murió en 1936, tres
años después de que A. Hitler asumiera la Cancillería de Alemania. A diferencia
de la hermana de F. Nietzsche, Spengler se negó siempre a apoyar al naciente
nacismo, siendo vanos los intentos de Hitler para atraerlo a su causa.
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La crítica fundamental de Spengler a la
cultura occidental se centraba en el rechazo al dominio del mundo del dinero por
sobre los valores espirituales, es decir, la fuerza fáustica de la juventud,
pues la civilización material del capitalismo había terminado por aniquilar la
cultura. Poco restaba de Grecia y del renacimiento florentino, que tanto
admirara Nietzsche.
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Han transcurrido casi cien años, y desde
una perspectiva muy distinta, vemos cumplirse el elemento central de la crítica
spengleriana del dominio del dinero, que termina por corromper a la democracia,
destruir el tejido social y colocar, de lleno, en una crisis sin precedentes a
la llamada cultura occidental.
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El maestro Ricardo Lagos, quizás uno de
los pocos políticos que sabe leer y escribir correctamente, ha leído, sin duda,
tanto a Spengler, como a Arnold Toynbee y, por qué no a Juan Bautista Vico y
unos cuantos filósofos más de la historia mundial.
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La versión “mapochina” de Spengler fue el
historiador Alberto Edwards Vives, cuyo intérprete, en el siglo XXI, es el
insigne y brillante profesor Ricardo Lagos Escobar, el “salvador” de la
república de Chile. A lo mejor, la única diferencia entre Edwards y Lagos es que
el primero deseaba que viniera un salvador munida de espada, a fin de poner fin
a la revolución del “gorro frigio”, es decir, que prefería el sable de Carlos
Ibáñez del Campo a la rebelión del proletariado intelectual, y que apoyándose
en el sufragio universal, instalaría la dictadura del proletariado, mientras
que el profesor Lagos, aunque autoritario y portaliano, aún no ha caído en la
tentación de llamar a un militar para que resuelva “la crisis institucional”.
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El ex Presidente Lagos, a lo mejor, no entiende
algo tan evidente como que detrás de las crisis de las instituciones está la
decadencia de la élite dominante. Alberto Edwards centró su análisis histórico
en la morfología de la clase dominante, es nuestro caso, la aristocracia
navarro-vasca, que actuaba como la “fronda” nobiliaria francesa en contra del
poder monárquico que, en Chile, se encarnaba en Diego Portales y,
posteriormente, en Carlos Ibáñez, reyes republicanos, como lo han sido los
Presidentes de Chile.
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Si intentáramos construir una morfología
de la casta dominante, hoy en cuestión,
tendríamos que recurrir a los siguientes elementos definitorios: la codicia y
el amor al dinero, la endogamia, el narcisismo y la concepción de que el poder
les cae por derecho divino.
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