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lunes, 14 de diciembre de 2015

Opinión de un pensador
¿EL OCASO DE LAS REVOLUCIONES?


Por Hugo Latorre Fuenzalida

Con los triunfos de Macri en Argentina y la derrota del chavismo en Venezuela, más el alza electoral de la derecha en Francia, cualquiera puede darse  a la idea que los procesos revolucionarios vienen retrocediendo a una posición de retaguardia defensiva.
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Su vocación ofensiva y de ataque frontal al sistema capitalista mundial ha quedado derrotado en casi todos sus frentes, lo que hace de uno un pesimista respecto a las posibilidades del pensamiento progresista en el futuro próximo.
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Pero sin embargo, se conservan algunos procesos progresistas exitosos: Bolivia de Evo y Correa en Ecuador. No hablaremos de la Nueva Mayoría en Chile, pues nunca fue progresista y la corrupción se comió el pan en todas sus capas, desde la corteza hasta el centro, con lo cual se ha transformado en una ilusoria defraudación, una comedia mal montada, cuyo desenlace aún no podemos predecir. En Uruguay, la cosa ha ido por una senda  de moderación casi aristotélica, una especie de “sofrosine”, de justo medio, de equilibrio y ponderación que permite poner cimientos  firmes luego de cada avance. Mujica ha sido un bálsamo de romántico populismo, pero con responsabilidad y autenticidad. Lo de los Kirchner en Argentina huele más a un populismo engavillado, es decir una mixtura de justicia social más declarativa que efectiva.
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Pero lo interesante es preguntarse ¿por qué las revoluciones fracasan? O también ¿por qué a los procesos progresistas no les va tan bien en las contiendas que se deciden democráticamente?
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Bueno, esto no puede ser una aseveración universal ni categórica, puesto que, como hemos señalado, tanto a Evo Morales como a Correa les ha ido de maravillas en la ratificación popular. Probablemente lo que ha pasado con el chavismo ha quedado más o menos claro: una hybris populista extemporánea, pésimo manejo de la economía, problemas urgentes no resueltos en largo tiempo: abastecimiento, salud, empleo, delincuencia, etc. El chavismo no logró superar su etapa de urgencia económica, de asistencialismo inconsecuente (porque no puede eternizarse como política), por lo que fue incapaz de generar viabilidad de largo plazo.
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En el caso de Chile, nuestra oligarquía, fielmente acompañada  por la Concertación, usan el mal ejemplo del populismo venezolano toda vez que algún político progresista proponía cambiar el eje del desarrollo nacional. Es decir, la poco lúcida experiencia chavista entrega argumentos servidos a la derecha latinoamericana, que hace tan mal las cosas como el chavismo, pero con un signo contrapuesto, es decir en favor de los ricos y contra los intereses del pueblo, pero igualmente nefando y ruinoso a largo plazo.
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La corrupción es el gran legado del liberalismo oligárquico en Chile. Durante la vieja democracia  la derecha fue siempre corrupta, pero se le sumaron algunos políticos cebados por el poder; pero, con todo, fueron excepciones. Hoy, la corrupción cruza toda la estructura de la sociedad y eso es un daño más peligroso que la incompetencia económica, porque la corrupción socava y degenera las bases de la convivencia y la violencia con perseverancia demoniaca. Si te equivocas en las políticas económicas, simplemente las puedes corregir y volver a salir adelante,  pero si te corrompes…de eso no te recuperas sin pagar costos muy altos y en tiempo muy prolongado, si es que el sistema elude  el colapso.
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¿Hemos tenido en América Latina y en Chile una izquierda amateur?
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Puede ser una explicación realista, puesto que las experiencias de izquierdismo han sido traídas de los cabellos de los procesos que ya se estaban agotando en Europa, pues surgieron más de un siglo atrás y sus expresiones reales  ya estaban bastante desacreditadas como referencia doctrinaria, ideológica y práctica. 
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Los más serios pensadores  marxistas de la época ya abogaban por reformular la ideología y cambiar el libreto programático. Pero acá, como decía doña Gabriela Mistral, la realidad cuando proviene de Europa golpea a nuestros intelectuales en la cabeza como un mazo, los aturde y los deja sin capacidad de argumentar por sí mismos;  entonces viene el afán de copiar al pie de la letra. Por eso es que somos tan radicalmente extemporáneos, incluso lo seguimos siendo, ya no desde la izquierda sino, esta vez, desde la derecha, copiando miméticamente el modelo neoliberal, escrito por teóricos exaltados y fanatizados por sus propios delirios y fantasmas. Así resulta que hemos forjado la experiencia más neoliberal del mundo.
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Podemos quejarnos-con toda razón- como se quejaba don José de Pereda de las mujeres, cuando señalaba en su obra “Peñas arriba”: “¿Por qué tenéis que ser vosotras las mujeres en todo extremo tan extremadas?
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Habla la conducta de nuestros izquierdistas, además de una frivolidad existencial, puesto que nadie que tenga un ser auténticamente de izquierdas se duerme en los setenta progresista y despierta en los 80 transformado en un reaccionario neoliberal segregacionista, conservador y antipopular. Eso es injustificable. Está bien, se puede caer la fe que los nutrió, pero no se puede travestir la sensibilidad humanamente forjada en la integridad de experiencias vitales. Eso habla de frivolidad, de blandenguería, de oportunismo y de otras fealdades.
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Como un día espetó el filósofo español, Ortega y Gasset en su libro famoso “La rebelión de las masas”: “Ser de las derechas como ser da las izquierdas, no es más que una de las mil formas que tiene el hombre de ser un imbécil”. Y tal vez el hispano llevaba gran razón, puesto que decía que las cosas en política no son tan simples como las pintan estos dos extremos; que siempre la solución política es compleja, matizada, polivalente y de multiconcurrencia. Que  es de “simplicios” el creerse los dogmas de pe a pa, o que con su ideología se puede acceder al “mejor de los mundos posibles”, como admitía el bueno de Leibniz, respecto de la Creación divina.
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Pareciera que volvemos al decadentismo de fines del siglo XIX y comienzos del XX. De hecho “Todo decae”, como denunciaba la revista “Le Decadent” en 1866: “Religión, justicia, costumbres, todo decae. La sociedad se desagrega; el hombre moderno es un hastiado”. 
Con Karl Huysmans no podemos más que revivir el horror por la mediocridad humana, por la estulticia cotidiana (“A Rebours”).

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