En Argentina
EL
PODER JUDICIAL, OTRA VEZ EN EL CENTRO DE UNA PELEA POLÍTICA
La
controversia por el traspaso del mando presidencial es ridícula y vergonzante,
pero eso no la vuelve menos importante. No es una tontería que sea el juez de
la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti, el encargado de poner la
banda sobre el pecho del nuevo Presidente. Tampoco
es insignificante que una diferencia estética –la elección de la escenografía
para la foto del saludo entre Cristina Kirchner y Mauricio Macri– termine
resolviéndose en los tribunales.
Son dos
cruces impensados entre dos poderes del Estado –el Judicial y el Ejecutivo– que
fueron creados para fines más nobles. Es cierto que los dirigentes argentinos
llevan muchos años resolviendo desacuerdos políticos en la Justicia y que el
kirchnerismo trabajó como ningún otro gobierno democrático para aplastar la
independencia de los jueces, pero son difíciles de entender las razones que
pudieron haber llevado a Mauricio Macri a pedir un amparo para zanjar la
cuestión. Cerca del presidente electo admitían anoche que no había temor de que
la seguridad ciudadana fuera afectada por la disputa entre Cristina y su
sucesor. Tampoco esperaban que la Presidenta firmara nuevos decretos para
complicar la nueva gestión: esa faena ya está hecha. “Lo hicimos para tener
certezas”, dijo ayer uno de los dirigentes macristas a este diario.
En rigor, lo que Macri no quiere es empezar su mandato cediendo frente al capricho
de una Presidenta que considera que el 10 de diciembre es más el cierre de 12
años en el poder que la inauguración de un nuevo período. Esa imagen existe sólo en su cabeza. La Constitución y el resto de las
leyes no prevén esa clase de despedidas.
En el
equipo del presidente electo ya se habían acostumbrado a la idea de una Cristina ausente, e incluso habían calculado que la más afectada por el desenlace de la
telenovela sería la propia Presidenta, ya que los ojos de los argentinos y de
los presidentes extranjeros que vendrán para la ceremonia estarán puestos en el
nuevo mandatario y no en el embarullado final del ciclo kirchnerista.
Incluso,
los legisladores kirchneristas encargados de organizar la ceremonia de traspaso
en el Congreso habían dejado hace varios días de enfrentar a sus contrapartes
macristas en honor a la convivencia futura.“Que se arregle Wado”,
admitió uno de ellos en referencia al secretario general de la Presidencia, que
se cuenta entre los pocos funcionarios que siguen hablando sin intermediarios
con Cristina.
De Pedro,
como se pudo ver ayer, contribuyó en la organización del traspaso en todo,
excepto en transmitirle a la Presidenta que Macri estaba decidido a recibir el
bastón y la banda en la Casa Rosada, como se hizo siempre, y no en el Congreso,
como quería Cristina para evocar la creación de Néstor Kirchner de 2003 que
ella misma repitió en 2007 con su marido y luego en 2011 con su hija Florencia,
en una situación más parecida a un cumpleaños que al evento institucional que
ella misma dice defender.
Hasta ayer, el kirchnerismo sostenía en las redes sociales que la
discusión sobre la transferencia de los atributos del mando era una pelea
superficial. Anoche, la situación había cambiado, y se referían al dictamen del
fiscal Jorge Di Lello sobre la finalización del mandato de Cristina –poco más
que una mera opinión que no se hace efectiva hasta que la ratifica un juez–
como un golpe de Estado. A esta altura, un clásico.
(*) Diario Clarín
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