Por Jorge Navarrete (*)
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Aunque no conocemos
el contenido de la resolución emitida por el Tribunal Constitucional, lo leído
en el comunicado de prensa significó un duro golpe para las pretensiones del
Gobierno. Pese a lo advertido incluso por sus propios partidarios, se insistió
en una vía que, al igual que en varios juegos de mesa, hoy significa retroceder
varios espacios.
Pero más allá de los inconvenientes, que no son pocos ni
menores, hay una cuestión poco relevada por los analistas y que se refiere al
triunfo político cultural que se anotó el oficialismo en torno al concepto de
gratuidad (hegemonía, diría Gramsci). En efecto, las objeciones de la oposición
no apuntaron a cuestionar el trasfondo de la política pública sino, vaya
paradoja, a que este beneficio no se hiciera extensivo de manera universal,
incurriendo en discriminaciones arbitrarias. Entonces, y mirado desde una
perspectiva más benevolente, lo que antes era un motivo de álgidas y duras
disputas -me refiero a la pertinencia, necesidad y justicia de la gratuidad
universal- hoy parece haber decantado en un amplio consenso político, lo cual
no puede ser sino interpretado como un triunfo del Gobierno.
Sin embargo, esa mirada optimista no puede oscurecer los
graves errores e improvisaciones que se han verificado con motivo de esta
reforma, cuyos continuos cambios y modificaciones parecieran tener como
sustrato común las disputas, presiones y amenazas de los diversos grupos de
interés que han terciado en la discusión. Incluso más, este revés con la
constitucionalidad de la partida presupuestaria con que el Gobierno quería
comenzar a implementar la gratuidad, conecta con la forma de cómo se inició y
gestó este debate: me refiero a las importantes movilizaciones estudiantiles de
mediados del gobierno de Piñera.
Si uno mirara desapasionadamente este tema, tendría que
reconocer que los principales problemas, y por tanto prioridades de nuestra
educación, no se encuentran necesariamente en el segmento superior. Invertir en
formación preescolar y general es mucho más incidente para afrontar el momento
donde realmente se generan las diferencias y brechas que después resulta muy
difícil remontar. Entonces, y ruego me excusen la ordinariez de la metáfora, si
la educación fuera un perro, creo nos estamos centrando en su hocico, que no es
necesariamente la parte más importante del animal, pero sí la que ladra y
muerde. Dicho de otra forma, la intensidad con la que públicamente reclamaron
los estudiantes era un legítimo antecedente para acometer este debate, pero no
suficiente para abordar la gratuidad como nuestra primera y más importante
prioridad.
Pero incluso si así no fuera, resulta sorprendente que en
este primer esfuerzo por garantizar este beneficio, hubiéramos querido
postergar a quienes más la necesitan, estudiantes con grandes carencias
económicas como es el caso de quienes asisten a institutos profesionales y
centros de formación técnica; matrícula de alumnos que, sería bueno recordar,
supera hace varios años a los que ingresan a la universidad.
(*) La Tercera
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