ANÁLISIS POLÍTICO-KRADIARIO
EL PODER NO ENVILECE…..
EL PODER NO ENVILECE…..
Por Wilson Tapia Villalobos
Llega a
ser estresante, pero resulta aleccionador.
En los últimos años hemos sido testigos de cómo la institucionalidad del
sistema que rige a buena parte del mundo va cayendo por la larga escalinata de
imposiciones que él mismo construyó. En Chile, el proceso se ha acelerado en
meses recientes y resulta patético escuchar a dirigentes políticos que tratan
de evitar el advenimiento de una realidad que ya parece inminente. Sin duda, el
problema es valórico. Y sería muy conveniente
que así lo entendieran los referentes de la sociedad. Si no lo hacen, el cambio necesario será más
doloroso y provocará pérdidas que hoy ni siquiera se podrían dimensionar.
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Las
últimas guindas de la torta han sido el caso Penta -con su velita de Soquimich-
y la irrupción del hijo de la presidenta Bachelet, Sebastián Dávalos, en un
negocio que pareciera unir manejo de información privilegiada, aprovechamiento
de su cercanía al poder político con corrupción a distintos niveles. Todo esto
está por probarse en instituciones que, pese a lo aseverado majaderamente por
el ex presidente Ricardo Lagos y sus sucesores, no funcionan. O no, al menos, como debieran hacerlo para
asegurar que todos los chilenos somos iguales, por ejemplo, ante la ley.
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Pero esta
torta tiene ingredientes variados. El ex presidente Sebastián Piñera fue condenado por utilizar información
privilegiada en un negocio millonario en dólares y, porque pagó US$ 300 mil, no
fue impedido de ocupar la Primera Magistratura de la Nación. ¿Cómo se paga el
daño a la imagen que los ciudadanos pueden tener de sus dirigentes? Y después
se quejan de que los potenciales electores no se interesan por emitir su voto.
La colusión de las farmacias es un ingrediente más. Como lo es que los representantes populares
-senadores y diputados- perciban por sus servicios 40 veces el sueldo mínimo
que ellos mismos deben aprobar para todos los chilenos y éstos no pueden decir
nada respecto a sus emolumentos, materia en que son autónomos, al igual que los
jueces. Evidentemente, la torta puede parecer apetitosa, pero está mal
repartida.
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¿Y
puede extrañar que si esto ocurre donde el Estado debiera poner orden, en las
restantes relaciones impere mayor inequidad? El resultado que hoy visualizamos
es lamentable. Como los llamados del
presidente del Partido Socialista, diputado Osvaldo Andrade, a tratar estos
temas con altura de miras, porque si no “los humoristas del próximo Festival de
Viña serán los políticos y nadie se reirá”. Está equivocado, hoy ya son materia
de chistes crueles y la gente se ríe, porque también lo despreciable mueve a
burla.
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Pero lo
malsano del sistema no está solo en la escasa visión de los dirigentes. Tampoco en su alcance limitado para empatizar
con la gente. En días recientes hemos sido testigos de la desazón -y
seguramente el dolor- que le producía a la presidenta abordar el tema de Caval
y de su hijo. Y no debe haber sido nada más que por su condición de madre, sino
que ponía en duda lo que le ha generado su arrolladora popularidad: la empatía con la gente.
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En el
lodazal en que se ha transformado el sistema de libre mercado en que vivimos,
todo está salpicado por el barro. Otros dirigentes políticos de la misma
coalición gubernamental que Andrade, han sacado la voz de manera directa o embozada.
Las redes sociales están inundadas de chistes en que se pone en duda la no
participación de Bachelet en el negocio inmobiliario de su hijo. El origen de
tales burlas es diverso, pero muchas provienen de la creatividad
democratacristiana. En una de ellas aparecen los ex presidente Frei y Aylwin
junto al Intendente de Santiago, Claudio Orrego. Los tres DC ríen a mandíbula batiente del
comentario de Frei: “Y dice que no sabía nada”.
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Parece
claro que las alianzas no pueden tener ese grado de fisuras. El logro del poder no debiera justificar la
unión de lo que ideológicamente resulta repelente. Sin embargo, hoy vivimos esa
realidad en que el poder lo justifica todo. Por eso, las reformas que se
necesitan son frenadas en la misma cuna donde debieran nacer. Y lo que sale de
allí son engendros que no resuelven problemas de fondo y crispan la epidermis
social.
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El
sistema capitalista parece haber llegado a su tramo final. La democracia ha
sido bastardeada por los mismos que pretenden propagarla por todo el
mundo. La sumisión de la política a la
economía ha generado una competencia desenfrenada, que es necesaria para el
crecimiento económico constante. Y eso
es imposible, pese a lo que digan los conservadores. Uno de los voceros de ese pensamiento, Andrés
Oppenheimer, columnista habitual de El Mercurio, critica a los presidentes de
Venezuela, Argentina, Uruguay, Ecuador, Nicaragua y Bolivia, por anunciar
constantemente el fin del capitalismo.
Para él, el sistema sigue dando pruebas de muy buena salud, pese a que
hace 60 años ya Fidel Castro vaticinó su muerte inminente. Su receta es que los
líderes latinoamericanos debieran seguir los ejemplos de China, Corea del Sur,
India, Vietnam. O fijarse en empresas
tales como Apple, cuyo valor es de US$ 710.000 millones, lo que representa
siete veces más que toda la economía del Ecuador. ¿Bastará decirle a un conservador que las
empresas no son como los países?
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Puede
que para muchos la realidad que se vive no es responsabilidad del sistema, sino
de aquellos que lo manejan. Resulta evidente que el poder no es lo que envilece
a las personas, sólo revela quienes son, como dice el ex presidente uruguayo
José Mujica.
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