SOCIEDAD Y POLÍTICA
EL ESTADO Y LA RELIGIÓN
Por Camilo Escalona

Entre ambos se estructuró una huella azarosa, unas veces se
dieron la mano y otras se enemistaron, en ocasiones hicieron la paz y en otras
la guerra.El poder, la dirección de los asuntos de cada sociedad, ha tenido
siempre presente ambas voluntades e inspiraciones que se expresan en una
resuelta vocación de dirigir, de influir y determinar; la política y la
religión son parte intrincable de la historia humana.
En los albores de la civilización estas voluntades tan
decisivas se fusionaron en monarquías teocráticas, cuya base de legitimación
pacífica o, el uso de la coacción a fin de aplacar disidencias, operaba desde
una figura que detentaba el poder temporal emanado y entregado por mandato
divino.
Esto era sumamente ventajoso para los autócratas. A la
cabeza de gobiernos precarios, enemigos de toda oposición, frecuentemente
expansionistas, sobrepasados por penurias y demandas que escapaban a sus
posibilidades de solución, su frágil temporalidad se trataba de sostener en la
intemporalidad incuestionable de Dios.
En aquella época hubiese sido inviable la separación
permanente de ambas voluntades.En caso de rupturas el equilibrio prontamente se
restablecía. Estado y religión se retroalimentaban, podían enfrentarse, para
prontamente debían reconciliarse. Fuesen reyes o faraones, zares o sultanes,
naciones o reinos eran regidos por una sola voluntad, la fuerza material y
espiritual se movía bajo la dirección de un único centro de poder, concentrador
y excluyente.
La democracia como sistema político, la diversidad y la
tolerancia como valores ideológicos aún debían esperar. En el ámbito de las
ideas se podían encontrar gérmenes valiosos que perdurarían a pesar del paso de
los siglos, como el periodo de la República anterior al Imperio romano o en las
deliberaciones de la democracia ateniense, a pesar de ser reducida a quienes
detentaban la propiedad, incluida en ella la posesión como mercancías de seres
humanos, los esclavos.
Sin embargo, esa época de absolutismo ya pasó. La fuerza de
la inteligencia humana fue capaz de abrir nuevos caminos que promoviesen y
albergasen más apropiadamente el desenvolvimiento de la civilización.
El dominio de uno o de muy pocos se transformó en un lastre.
Sus brutalidades y corrupciones se hicieron intolerables. En ese proceso el
Estado y la religión tuvieron que separarse. Cada cual debió circunscribirse a
lo suyo. La política no debía usar o manipular la fe en su provecho y tampoco
la fe interferir en la política con fines confesionales. Se deben respeto y
tendrán que coexistir cada cual en su propia naturaleza.
Como es obvio, este no es un proceso lineal, de modo
especial, diferentes dictadores han apelado a supuestos orígenes divinos del
poder del cual se han apoderado, en un vano intento de justificar las tropelías
de sus regímenes.También en las Iglesias hay resabios o criterios intolerantes
o integristas que se hacen la idea que el Estado actúe con lógica confesional.
Más fecundo será el aporte de cada cual si el Estado se
orienta al bien común, implementando los amplios mecanismos participativos de
una sociedad democrática y si la religión vela y salvaguarda el ejercicio libre
y sin coacción alguna de la fe en que cada persona se inspire y sea portadora.
Tal es el sentido del Estado laico y no confesional.Se funda
en la separación del Estado y la Iglesia y el respeto irrestricto entre
creyentes y no creyentes, se fundamenta en el valor de la tolerancia que tanto
esfuerzo le ha significado al ser humano, para asumir y practicar.
En el presente, la irrupción del auto denominado Estado
Islámico como instrumento de opresión de una casta sacerdotal, de carácter
terrorista, dispuesta al implacable ejercicio del poder para alcanzar sus
propósitos, representa un duro rebrote de las más perversas expresiones de
intolerancia religiosa que ha conocido el ser humano. Sus crímenes compiten con
el peor periodo de la Inquisición.
Esto nos recuerda que la evolución humana hacia un sistema
democrático, coherente con el sueño de Abraham Lincoln, concebido como “el
gobierno del pueblo, por y para el pueblo”, es todavía una idea-fuerza en
desarrollo, sujeta al curso de inevitable experimentación del proceso
histórico.
El Estado que intentó suprimir el libre ejercicio de la fe
fracasó rotundamente. En la ex Unión Soviética, luego del derrumbe del
comunismo como sistema estatal, millones de creyentes retomaron con más vigor
sus creencias, aunque ellas hubiesen sido practicadas por sus familiares ya
fallecidos.La fe no se puede suprimir.
Asimismo, la religión que intenta erigirse en Estado conduce
a un despiadado integrismo como lo enseña dramáticamente la experiencia de los
talibanes en Afganistán y ahora de los islamitas en Irak y Siria, que intentan
ejecutar una especie de Inquisición musulmana. La libertad del ser humano es
incompatible con cualquier integrismo, sea del signo que sea.
De modo que resulta trascendente la afirmación del Papa
Francisco: “que nadie piense que puede escudarse en Dios cuando proyecta y
realiza actos de violencia y abusos”.
La fuerza de las religiones es incalculable, de allí que
esta definición esencialísima de la máxima autoridad de la Iglesia Católica es
fundamental, lo primordial tanto para el Estado como para toda Religión es el
respeto irrestricto a la dignidad del ser humano y al pleno respeto de sus
derechos inalienables. Ello es lo que asegurará la paz social y la estabilidad
democrática de las naciones.
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