5-5-2014-KRADIARIO-N°896
CHINA:
POTENCIA Y PODER
Por Martín
Poblete
Una
desconocida unidad estadística del Banco Mundial, el Programa Internacional Comparado, dio a conocer a
fines del pasado mes de abril un estudio en el cual, tomando por base
el poder de compra de su población, China sería la mayor economía del mundo a
fines de 2014 superando a los Estados Unidos.
Semejante proyección ha generado considerable atención en todos los
medios occidentales y en los círculos académicos especializados, con elaborados análisis de la trayectoria del
país en estos treinta y ocho años de gradual implementación del capitalismo, pero sin acompañarlo de un
sistema democrático representativo.
Después de
la muerte de Mao Zedong en 1976, el Comité Central chino se inclinó por un
gobierno con dos cabezas, Hua Huofeng en el cargo de Primer Ministro y
Secretario General del Partido Comunista, y Deng Xiaoping en el
de Viceprimer Ministro a cargo del Ejército y amplias responsabilidades de
planificación de la economía. Con el liderazgo de Deng Xiaoping, China
inició un proceso de desarrollo capitalista
sin prescindir de la mantención de un régimen político totalitario de
partido único marcado por severas
violaciones a los derechos humanos, restricciones al ejercicio de libertades
civiles y políticas, férreo control de
las organizaciones de trabajadores, y estrictos
controles del comienzo de una apertura económica comercial, industrial manufacturera exportadora, y
financiera capitalista bajo dirigismo estatal;
este libreto no era nuevo, el
original lo había escrito Benito Mussolini, pero su obsesión demencial con un
nuevo imperio italiano en el norte de Africa, su alianza con Hitler y la
Segunda Guerra Mundial dieron al traste con el fascismo italiano.
Hacia
mediados de la década de 1980 eran evidentes
los lineamientos fundamentales del proyecto diseñado por Deng
Xiaoping, se trataba de incorporar a más
de mil millones de personas a la Segunda Revolución Industrial, el éxito ha
sido espectacular.
Sin
perjuicio de considerar cuanto ha logrado, China es todavía un país pobre, eso
sí un país grande, la mayor población del mundo con mil trescientos cuarenta
millones de habitantes según cifras de 2011; el cuarto del mundo por superficie
muy cerca de Canadá y los Estados Unidos,
si se la mide en sentido este-oeste la distancia entre Shanghai y
Xinjuan Uighur es más o menos la misma
que hay entre Nueva York y Los Angeles;
la mayor potencia mercantil; el
mayor exportador de productos manufacturados; el mayor comprador de materias
primas combinando tratos colonialistas y mercantilistas, pero sin réplicas chinas de Lord Kitchener o
Cecil Rhodes, tampoco de Teddy Roosevelt; y el dueño de la mayor reserva
monetaria del mundo por muy lejos,
equivalente a cuatro trillones de dólares en la contabilidad americana (US$4.000.000.000.000),
falta por saberse cuanto está en dinero y cuanto en bonos y deuda de terceros.
De todas
maneras, hay obstáculos por delante. El
relativo atraso teconológico plantea limitaciones a su poderío militar y
naval; China carece del llamado
"poder suave / soft power (Joseph Nye, Harvard 1990)", su caduco
régimen político no es atractivo, su
cultura se percibe ajena y distante en Occidente, mientras persiste en mantener
procedimientos opresivos y represivos en
su relación anacrónica y obsoleta con la Iglesia Católica. Quien resume muy bien estas limitantes es
el anciano intelectual Mao Yushi, uno de los
creadores de la modernización con Deng Xiaoping: " China es grande
pero no fuerte, contribuye muy poco al
progreso científico, su sistema político no es democrático, y tiene muchos
factores de inestabilidad en su sociedad (Financial Times 2/5 traducción
nuestra)".
Aún aceptando las observaciones, desde la perspectiva
del manejo de las relaciones internacionales resulta inevitable reconocer el
auge de China; según la mencionada
unidad del Banco Mundial, para el 2030 China tendrá un 1/3 del producto
mundial, una economía mayor a la de los Estados Unidos y la Unión Europea
combinadas. Surge en un horizonte más
cercano que lejano un desafío a la presencia estratégico-naval hegémonica de los Estados Unidos en Asia, en
verdad una eventual revisión de los balances geopolíticos posteriores a la
Segunda Guerra Mundial y al
fin de la Guerra Fría.
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