20-5-2014-KRADIARIO-Nº898
DEFENSOR DE LA LIBERTAD DE
EXPRESIÓN
Por Abraham SantibañezEn 1988, en la primera de sus muchas visitas a nuestro país, Juan Luis Cebrián fue invitado por Lucía Castellón, directora de la recién creada escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales, para que dictara la clase magistral en el inicio del año académico. Le pedimos, sobre la base de su experiencia en España, en especial en el diario El País, que nos entregara su visión de la realidad y el futuro del periodismo en la perspectiva de la libertad de expresión.
.
Juan Luis Cebrián era para nosotros un invitado excepcional. Pero también podía entenderse como una provocación.
.
Durante casi quince años, la dictadura había impuesto duras, a veces inhumanas, condiciones a la vida de todos los chilenos, pero había un tema –el de la libertad de expresión- que nos afectaba a todos y muy especialmente a los periodistas.
.
Manuel Montt, rector de la universidad, un liberal de la vieja escuela, acogió con entusiasmo la iniciativa. Pero tanto él como la directora Castellón, me hicieron presente, como organizador del encuentro, su inquietud por lo que podría ocurrir si el invitado nos entregaba un mensaje demasiado incendiario.
.
A pocos meses de lo que sería un hito decisivo: el plebiscito del sí o el no, en Chile no faltaba combustible.
.
Nadie lo dijo, pero recordé para mis adentros la consigna de Mao Tse-tung: “Basta una chispa para incendiar una pradera”.
.
No había, claro, seguridad alguna que yo les pudiera dar al Rector y a la Directora. En honor a la verdad, tampoco me la pidieron, se limitaron a expresar su inquietud, lo que era comprensible ya que la Escuela recién había abierto sus puertas en una añosa casa en el barrio Ejército.
.
Además, como si fuera poco, un par de meses antes del comienzo de las clases, dos profesores –Alejandro Guillier y yo- habíamos sido encarcelados brevemente por el régimen por supuestos abusos de la libertad de expresión en la revista Hoy. Según recordó Lucía más tarde, cuando Manuel Montt supo que estábamos procesados por la justicia militar, tuvo una reacción característica. Le dijo irónicamente: “Lucía, la felicito por su ojito”. No era para menos: la naciente Escuela tenía apenas tres profesores contratados y ya dos estaban presos.
.
Cebrián no inició conflagración alguna
.
En ese momento, hace un cuarto de siglo, nos mostró una de sus mejores facetas, mezcla de sabiduría, moderación, equilibrio y honestidad intelectual.
.
Habló duramente sobre las restricciones a la prensa que él mismo vivió en la España franquista. Su mensaje era más que implícito. Pero nunca dijo nada que pudiera herir de manera directa a las quisquillosas autoridades del Chile de la dictadura.
.
El suyo fue un mensaje de
esperanza no solo para los estudiantes que lo escucharon entonces, sino también
para todos los periodistas que luchábamos por la libertad de expresión en Chile
y el retorno a la democracia.
.
Esta es, sin duda, una de las más hermosas lecciones que he recibido del distinguido periodista que esta semana se incorporo a la Academia.
.
Esta es, sin duda, una de las más hermosas lecciones que he recibido del distinguido periodista que esta semana se incorporo a la Academia.
Noticia inolvidable
Hay otra, igualmente importante
para un periodista.
Es un recuerdo que incluyó él
mismo en el libro “Cartas a un joven periodista”.
En 1963, muy joven Juan Luis
Cebrián, trabajaba como “meritorio”, lo que entiendo como una especie de
práctica, en el diario Pueblo de Madrid cuando John Kennedy fue asesinado.
.
En ese momento, solo había otro periodista en la redacción, cuya única y lacónica reacción, fue despedirse: “Me esperan en la tele”.
.
En ese momento, solo había otro periodista en la redacción, cuya única y lacónica reacción, fue despedirse: “Me esperan en la tele”.
Así, el novel periodista Cebrián
quedó, por unos minutos solo en el diario, enfrentado a una tremenda noticia.
Poco a poco llegó el resto de la redacción y muy rápidamente todos se
entregaron al trabajo.
Cebrián recuerda que estaba
frenético. Como muchos de nosotros en todo el mundo, aparte del desafío
propiamente periodístico, sentía que Kennedy era “el emblema de una forma de
entender la libertad y la democracia que se nos negaba en España: la nueva
frontera”.
Trabajaron toda la noche. Al día
siguiente el diario produjo dos ediciones: una a las ocho de la mañana y la
otra al mediodía. “No dormimos en toda la noche para poder poner en la calle un
diario auténticamente ejemplar, sobre todo si se tenía en cuenta la escasez de
medios con que contábamos”.
Lo resume con emoción: “Aquella
noche era una auténtica borrachera, un embriagarse de actualidad… Y además era
una noche para la reflexión y el llanto, para el miedo por la paz”.
En los años siguientes habría
otras noticias tanto o más importantes; tanto o más conmovedoras que la muerte
de John Kennedy. Pero ninguna dejaría una huella tan profunda en ese joven
periodista, Así que, cuando finalmente regresó a casa, lo hizo “con la
satisfacción del deber cumplido”.
Pero las lecciones de la jornada
no habían terminado.
La fugacidad
Al aproximarse a su domicilio vio
que un camión acababa de descargar carbón y una nube de polvillo negro inundaba
el ambiente. Como el portero había debido fregar el mármol blanco de la
entrada, no había tenido más remedio que cubrir el piso con papel de diario.
Era, aleccionadoramente, el mismo
periódico en el cual Cebrián y sus colegas habían vaciado todo su esfuerzo unas
horas antes. El titular de primera página proclamaba: “No peligra la paz por la
muerte de Kennedy”. Y el autor de estas cartas a un futuro periodista no puede
dejar de preguntarse: ¿Y a quién le importaba ya?
El periodismo, reflexiona Cebrián
después de contar esta historia, es fugaz. Pero agrega otras consideraciones.
“Jefferson, dice, que fue un gran defensor de la libertad de prensa, acabó considerándola
un mal necesario, con el que no se puede acabar so pena de matar el resto de
las libertades”.
Ese fue el mensaje que nos trajo
en esa mañana en 1988 en la Universidad Diego Portales. Esa es probablemente,
su más importante lección. Pero su aporte intelectual es mucho más amplio y
profundo.
Juan Luis Cebrián fue el primer
director del diario El País, con el cual se inicia una nueva etapa en España.
Hay consenso en que al frente del diario jugó un papel relevante en el proceso
de transición política española de la dictadura a la democracia. Hoy día toda
la prensa española luce, en su diversidad, características parecidas a las que
marcaron positivamente al periodismo en esos históricos momentos
En 2001 recibió en nuestro país
la medalla rectoral de la Universidad de Chile. En enero de este año ha sido
reconocido con la Orden de Bernardo O'Higgins, con el grado de Gran Oficial, la
más alta distinción que el gobierno de Chile otorga a destacados ciudadanos
extranjeros en reconocimiento de su contribución para estrechar los lazos entre
ambos países.
Periodismo veraz e independiente
Coincidiendo con la irrupción de
las nuevas tecnologías, Cebrián ha encabezado un esfuerzo gigantesco en el
desarrollo de la industria de la comunicación.
No ha sido tarea fácil y en el
camino juntó admiradores y detractores. Pero nadie, cuando analiza su trabajo,
puede ignorar un aspecto que, sin duda, es la mejor razón para tenerlo aquí: su
permanente esfuerzo por la corrección idiomática. No fue por casualidad que la
Real Academia Española lo acogió en mayo de 1997 entre sus miembros de número.
Pero, para mi sigue siendo
crucial su postura frente al periodismo y la libertad de expresión. Así lo
prueban las siguientes citas, entre muchas:
El periodismo debe ser veraz e
independiente. En tan sencilla, aunque resonante, sentencia se resume toda la
esencia de nuestro oficio. Ser veraz significa que efectivamente los
periodistas han de contar los hechos tal como sucedieron, no deben manipular
los datos, ni resaltarlos a su conveniencia; tienen que ser rigurosos en la
verificación, exhaustivos en las pruebas, puntillosos en los matices. Y tienen,
sobre todo, que saber reconocer sus errores y sus equivocaciones, y estar
dispuestos a purgar por ellas. Ser independiente equivale a que tengan
conciencia del papel social que su tarea implica, a no administrar la verdad
que conocen según las conveniencias o presiones del poder, a no inmiscuir sus
opiniones o intereses personales con los de los lectores, a no cambiar su
condición primaria de testigos por la de jueces, a ser críticos, discutidores,
polémicos y brillantes sin que la pasión por las palabras les aleje de la
primera pasión por la verdad, sino sirviéndose de aquéllas para iluminar con
mejor y mayor luz a esta última.
Ponerse a teorizar ahora sobre la
importancia de la libertad de expresión para garantizar la democracia parece
superfluo. La prensa siempre es un instrumento incómodo al Poder, y el Poder
trata siempre de controlarla o de manipularla. La prensa ejerce un control real
en los países libres: denuncia corrupciones, evita abusos y hasta, en
ocasiones, recuerda pasados. Muchos protestan de la arrogancia periodística y
dudan de la capacidad de los profesionales para ser objetivos. Pero esta es
también una discusión fútil. No somos los periodistas más arrogantes que los
militares o los médicos, ni más prepotentes que los curas o los políticos. En
cuanto a la objetividad conviene acordar que es un término lleno siempre de
matices subjetivos, y que no es tanto ella como la honestidad en el proceder
informativo lo que un lector debe reclamar a su periódico. Y está bien escrito
el posesivo porque son los lectores los verdaderos dueños de la información,
que es un bien público en la sociedad democrática.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario