23-5-2014-KRAD2IARIO-Nº898
¿CUÁNTA BARBARIE EXISTE AÚN ENTRE NOSOTROS?
¿CUÁNTA BARBARIE EXISTE AÚN ENTRE NOSOTROS?
Por Leonardo Boff
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Perversidades
siempre se han dado en la humanidad, pero hoy, con la proliferación de los
medios de comunicación, algunas se hacen más patentes y suscitan especial
indignación. El caso más clamoroso fue el linchamiento de la inocente Fabiane
María de Jesús en Guarujá en el litoral paulista a principios de este mes de
mayo de 2014. Confundida con una secuestradora de niños para prácticas de magia
negra, fue literalmente despedazada y linchada por una turba de indignados.
Tal hecho constituye un desafío a la comprensión, pues
vivimos en sociedades consideradas civilizadas y dentro de ellas ocurren
prácticas que nos remiten a los tiempos de barbarie, cuando aún no había
contrato social ni reglas colectivas para garantizar una convivencia
mínimamente humana.
Hay una tradición teórica que ha intentado dilucidar tal
hecho. En 1895 Gustave Le Bon escribió, quizá fue el primero, un libro sobre la
“Psicología de las masas”. Su tesis es que una multitud, dominada por el
inconsciente, puede formar un “alma colectiva” y llegar a practicar actos
perversos que el “alma individual” normalmente jamás practicaría. El
norteamericano H. L. Melcken escribió en 1918 “La Turba”, un estudio mesurado
sobre el hecho. Muestra la identificación del grupo con un líder violento o con
una ideología de exclusión, que adquiere entonces un cuerpo propio y, sin
control, deja que irrumpa lo bárbaro que anida todavía en el ser humano. Freud
en 1921 retomó la cuestión con su “Psicología de las masas y análisis del yo”.
Los impulsos de muerte subsistentes en el ser humano, dadas ciertas situaciones
colectivas, dice, escapan al control del superyó (conciencia, reglas sociales)
y aprovechan el espacio liberado para manifestarse con toda su virulencia. El
individuo se siente amparado y animado por la multitud para dar salida a la
violencia escondida dentro de él.
El análisis más incitante fue hecho por la filósofa Hannah
Arendt. En 1961 siguió en Jerusalén todo el proceso del juicio del criminal
nazi Adolf Eichmann por crímenes contra la humanidad. En 1963 Arendt escribió
un libro que irritó a muchos: “Eichmann en Jerusalén: un relato sobre la
banalización del mal”. Y acuñó la expresión “la banalización del mal”. Mostró
como la identificación con la figura del “Führer” y con las órdenes dadas desde
arriba pueden llevar a las peores barbaridades con la conciencia más tranquila
del mundo. Pero no solo en ellos se expresa la barbarie. También lo hace en
aquellos judíos a los que desbordaba su odio a Eichmann, exigiendo los peores
castigos para él, como expresión también de un mal interno.
¿Qué concluimos de todo esto? Que un concepto realista del
ser humano debe incluir también su inhumanidad. Somos sapientes y dementes. En
otras palabras: la barbarie, el crimen, el asesinato pertenecen al ámbito de lo
humano. Hace miles de años dimos un día el salto desde la animalidad, del
inconsciente al consciente, del impulso destructivo a la civilización. Pero ese
salto todavía no se ha completado totalmente. Cargamos dentro de nosotros,
latente pero siempre actuante, con el impulso de muerte. La religión, la moral,
la educación, el trabajo civilizatorio han sido los medios que hemos
desarrollado para poner bajo control esos demonios que nos habitan. Pero esas
instancias no tienen la fuerza que pueda someter tales impulsos a las reglas de
una civilización que procura resolver los problemas humanos con acuerdos y no
recurriendo a la violencia.
Hay que reconocer que todavía prevalece en nosotros mucha
barbarie. No diría animalidad, pues los animales se rigen por impulsos
instintivos de conservación de la vida y de la especie. En nosotros esos
impulsos perduran pero tenemos condiciones para volverlos conscientes,
canalizarlos para tareas dignas a través de sublimaciones no destructivas, como
Freud y, recientemente, el filósofo René Girard con su “deseo mimético”
positivo tanto han insistido. Pero ambos se dan cuenta del carácter misterioso
y desafiante de la persistencia de ese lado sombrío (pulsión de muerte en
dialéctica con la pulsión de vida) que dramatiza la condición humana y pueden
llevar a hechos irracionales y criminales como el linchamiento de una persona
inocente. Todos pensamos en los linchadores, ¿pero cuáles serían los
sentimientos de Fabiane María de Jesús, sabiéndose inocente y siendo víctima de
la saña de la multitud que hace “justicia” por su propia mano?
La cuestión principal no es el Estado ausente y débil o el
sentimiento de impunidad. Todo eso cuenta, pero no aclara el hecho de la
barbarie. Ella está en nosotros. Y a todas horas resurge en el mundo con
expresiones innombrables de violencia, algunas reveladas por la Comisión de la
Verdad que analiza las torturas y las abominaciones practicadas por tranquilos
agentes del Estado de terror implantado en Brasil.
El ser humano es una ecuación aún no resuelta: cloaca de
perversidad, para usar una expresión de Pascal, y al mismo tiempo la
irradiación de bondad de una Hermana Dulce en Bahía, que aliviaba los
padecimientos de los más miserables. Ambas realidades caben dentro de ese ser
misterioso ―el ser humano― que sin dejar de ser humano puede ser también
inhumano. Tenemos que completar el salto de la barbarie a la plena humanidad.
La situación violenta del mundo actual, también contra la Madre Tierra, nos
deja aprensivos sobre la posibilidad de que ese salto pueda tener un final
feliz. Sólo un Dios podrá humanizarnos. Él lo intentó pero acabó en la cruz.
Uno de los significados de la resurrección es darnos esperanza de que aún es
posible. Pero para eso necesitamos creer y esperar.
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