14-5-2014-KRADIARIO-Nº897
AMÉRICA LATINA: UN NUEVO ALCA SE NEGOCIA EN SILENCIO
Por Itai Hagman
A pesar de su importancia estratégica para América Latina y
su impacto de magnitudes en el plano económico y político en nuestros países,
las negociaciones de un acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y el
Mercosur no están presentes en la agenda pública. El regreso del
“libre-comercio” como fórmula de integración al mundo “desarrollado” reaparece
a casi diez años del rechazo al ALCA en la Cumbre de las Américas de Mar del
Plata en 2005. Así como aquel hecho reflejó un cambio político positivo en la
región luego de las rebeliones populares y la crisis del neoliberalismo, la
posibilidad de este nuevo acuerdo expresa tendencias de cambio en un sentido
regresivo.
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Lo primero a señalar es que el contexto en que avanzan las
negociaciones para el acuerdo UE-Mercosur es el de la continuidad de una
importante crisis económica internacional de la que no se percibe el final, y
cuyo epicentro hoy está en Europa. Producto de ella, en algunos países del
Viejo Continente los índices de desocupación superan los dos dígitos, sobre
todo entre mujeres y jóvenes; los
sistemas financieros fueron “auxiliados” por los Estados con salvatajes
millonarios pero continúan quebrados y se suceden fuertes convulsiones sociales
frente al desarme de las viejas conquistas de los Estados de bienestar. En última instancia todos estos hechos son
fruto de transformaciones a nivel global del capitalismo.
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En segundo lugar y como consecuencia de estas modificaciones
a escala planetaria, en las últimas décadas se vieron cambios significativos en
el comercio internacional. Si bien el nivel de concentración del comercio no ha
variado, ya que los diez países principales concentran el 50% del intercambio
global, sí se ha modificado sensiblemente la composición de estas potencias,
fundamentalmente con la incorporación de China (hoy principal exportador del
mundo) y de Corea del Sur. Aunque estos países no tienen capacidad, al menos
por el momento, de disputar la hegemonía mundial, constituyen un obstáculo
serio para los intereses de las viejas potencias europeas y de los Estados
Unidos.
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En tercer lugar y vinculado a esto último tenemos el fracaso
de las discusiones en la Organización Mundial de Comercio (OMC) para liberalizar
el comercio internacional, producto de los intereses encontrados entre las
distintas economías. Luego de la virtual disolución de las “Rondas de Doha”
durante el 2013, producto de la falta de acuerdo tras más de diez años de
negociaciones, se buscan salidas alternativas.
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En este contexto se enmarca no sólo la discusión de un
tratado de libre-comercio entre el Mercosur y la UE sino también entre esta
última y los EE UU (“Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversión, ATCI),
lo que implicaría una suerte de triangulación en el eje de occidente que podría
funcionar como barrera para la penetración China en la región. Por otro lado,
si bien en el plano latinoamericano el proyecto del ALCA fracasó, EEUU motorizó
la “Alianza del Pacífico” que integra a Chile, Colombia, Perú y México y desde
donde se viene avanzando en los planes de liberalización del comercio
internacional con Asia, Norteamérica y Europa.
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El acuerdo y sus consecuencias para América Latina
Si bien la Unión Europea conserva el status de principal
socio comercial del Mercosur, tanto en destino de exportaciones como en fuente
de nuestras importaciones, y continúa siendo el principal inversor extranjero
de la región, su peso en ambos rubros viene disminuyendo en los últimos años
cediendo terreno al competidor asiático. La relación comercial no es diferente
a la que signó toda nuestra historia. Mientras que nosotros les vendemos
productos primarios y derivados (en nuestro caso fundamentalmente agro-industriales)
ellos nos venden maquinarias e insumos para la industria. Simétricamente
nuestros países cobran aranceles contra la importación de productos
industriales, mientras que los europeos los establecen a las materias primas.
La misma situación ocurre en materia de subsidios, en donde Europa destina unos
50 mil millones de euros anuales para apuntalar su producción primaria.
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Las razones de esta situación son de larga data e incluyen
tanto elementos económicos como de dominio político. Lógicamente la eliminación
recíproca de aranceles entre el Mercosur y Europa, en lugar de modificar las
características de esta relación comercial asimétrica, la profundizarían, es
decir que nuestras exportaciones se primarizarían aún más y nuestra dependencia
de bienes de capital, de insumos y tecnología se haría aún más elevada.
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Pero el peligro es mayor, ya que avanzar en un acuerdo de
libre comercio con Europa podría ser el primer paso para realizar acuerdos de
esta naturaleza con otros bloques comerciales dominantes y de manera directa o
indirecta, con Estados Unidos. De hecho no habría razón para hacerlo sólo con
la Unión Europea pero rechazarlo frente a otras potencias, lo que implicaría
una apertura total de las economías del cono sur, en correlaciones de fuerza de
suma debilidad. En definitiva, nada demasiado diferente a lo que habría
ocurrido con el ALCA en caso de prosperar a principios de siglo.
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La teoría económica liberal plantea que acuerdos de esta
naturaleza son favorables porque aumentan las exportaciones y por ende la
producción, lo que sería beneficioso para el empleo y los ingresos. Sin embargo
la expansión que viene aparejada por los acuerdos de libre comercio se reduce a
las actividades “competitivas”, que en nuestro país son las agro-industriales, las
cuales generan muy poco valor agregado, empleo e ingresos. Por el contrario, la
contrapartida de inundación de productos manufacturados de origen europeo
perjudicaría la incipiente y débil producción manufacturera local empeorando
los niveles de empleo e ingreso, además de potenciar las presiones al
desequilibrio de las cuentas externas.
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Lo que tampoco asume la teoría económica liberal es que en
la actualidad del mundo capitalista globalizado, más de la mitad del comercio
internacional es intra-firma. Esto significa que en lugar de intercambio de
bienes producidos entre distintos países que pueda generar beneficio para ambas
partes, se trata en realidad de la integración de empresas trasnacionales que
diversifican su producción en distintas economías aprovechando las ventajas de
cada una para reducir sus costos. En consecuencia un acuerdo de libre comercio
en lugar de mejorar el intercambio comercial entre países, simplemente
abarataría los costos de las empresas perjudicando a los Estados y por tanto facilitaría
las estrategias globales de las multinacionales en nuestro continente.
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Según los pocos transcendidos mediáticos el Mercosur
(exceptuando a Venezuela) avanza en esta discusión impulsada fundamentalmente
por Brasil y llegaría a hacer una primera propuesta a la Unión Europea en el
mes de junio de 2014. Argentina, que se venía oponiendo a esta posibilidad
ahora se muestra más abierta. El silencio absoluto con el que estas
negociaciones se están manejando no resulta sorprendente, ya que contradicen el
espíritu con el que se rechazó el ALCA. En lugar de abrir una discusión con el
conjunto de la sociedad en relación a este tema, se intenta avanzar sin que
nadie se entere. Esto es lo que denuncian los Movimientos Sociales hacia el
ALBA, protagonistas diez años atrás del rechazo del ALCA.
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En este marco resulta aún más urgente comenzar a
instalar este tema en la discusión y generar conciencia de la importancia que
tiene para el futuro del pueblo argentino y latinoamericano.
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