8-11-13-KRADIARIO-877
Teología hecha por mujeres a partir de la feminidad
Por Leonardo Boff
El Papa Francisco ha dicho que necesitamos una teología
más profunda sobre la mujer y su misión en el mundo y en la Iglesia. Es cierto, pero
él no puede desconocer que hoy existe amplia literatura teológica de la mejor
calidad, hecha por mujeres en la perspectiva de las mujeres, lo que ha
enriquecido enormemente nuestra experiencia de Dios.
Yo mismo me he dedicado
intensamente al tema, y terminé escribiendo dos libros, El rostro
materno de Dios (1989) y Femenino-Masculino (2010),
este último en colaboración con la feminista Rosemarie Muraro. Entre tantas de
la actualidad, he decidido traer al presente a dos grandes teólogas del pasado
verdaderamente innovadoras: Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179) y Santa
Juliana de Norwich (1342-1416).
Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179), considerada
quizá la primera feminista dentro de la Iglesia, fue una mujer genial y
extraordinaria no sólo para su tiempo, sino para todos los tiempos. Fue monja
benedictina y maestra (abadesa) de su convento Rupertsberg de Bingen en el
Rhin, profetisa (profetessa germanica), mística, teóloga, predicadora
ardiente, compositora, poeta, naturalista, médica informal, dramaturga y
escritora alemana.
Es un misterio para sus biógrafos y estudiosos cómo esta
mujer pudo ser todo eso en el estrecho y machista mundo medieval. En todos los
ámbitos en los que actuó reveló excelencia y enorme creatividad. Muchas son sus
obras, místicas, poéticas, sobre ciencia natural y sobre música. La más
importante y leída hasta hoy es Scivias Domini (Conoce los
caminos del Señor).
Hildegarda era sobre todo una mujer dotada de visiones
divinas. En un relato autobiográfico, dice: “Cuando yo tenía cuarenta y dos
años y siete meses, los cielos se abrieron y una luz cegadora de brillo
excepcional fluyó hacia dentro de mi cerebro. Y luego quemó todo mi corazón y
el pecho como una llama, no quemando, sino calentando... y súbitamente
comprendí el significado de las exposiciones de los libros, es decir, de los
Salmos, los Evangelios y los otros libros católicos del Antiguo y del Nuevo
Testamento” (véase el texto en Wikipedia, Hildegarda de Bingen, con
excelente texto y bibliografía).
Es sorprendente cómo tenía conocimientos de cosmología,
de plantas medicinales, de la física de los cuerpos y de la historia de la
humanidad. La teología habla de la «ciencia infusa» como un don del Espíritu
Santo. Hildegarda fue distinguida con ese don.
Desarrolló una visión curiosamente holística, enlazando
siempre al ser humano con la naturaleza y el cosmos. En este contexto habla del
Espíritu Santo como la energía que da viriditas a todas las cosas. Viriditas
viene de verde, significa el verdor y la frescura que caracteriza a todas las
cosas penetradas por el Espíritu Santo. A veces habla de la «dulzura
inconmensurable del Espíritu Santo que con su gracia envuelve a todas las
criaturas» (Flanagan, Hildegard of Bingen, 1998, 53). Desarrolló
una imagen humanizadora de Dios pues Él rige el universo «con poder y suavidad»
(mit Macht und Milde) acompañando a todos los seres con su mano
cuidadosa y su mirada amorosa (cf. Fierro, N., Hildegarda of Bingen and
her vision of the Feminine, 1994, 187).
Fue especialmente conocida por los métodos medicinales
que desarrolló, seguidos en Austria y Alemania por algunos médicos hasta el día
de hoy. Revela un conocimiento sorprendente del cuerpo humano y de qué principios
activos de las hierbas medicinales son apropiados para las distintas
enfermedades. Su canonización fue ratificada por Benedicto XVI en 2012.
Otra mujer notable fue Juliana de Norwich, en Inglaterra
(1342-1416). Poco se sabe de su vida, si era una religiosa o una viuda laica.
Lo cierto es que vivía recluida en un recinto amurallado de la iglesia de san
Julián. Al cumplir 30 años tuvo una grave enfermedad que la llevó casi a la
muerte. En un momento dado, tuvo durante cinco horas visiones de Jesucristo.
Escribió inmediatamente un resumen de sus visiones. Y veinte años más tarde,
después de haber pensado mucho sobre el significado de esas visiones, escribió
una versión larga y definitivaRevelations of Divine Love (Revelaciones
del Amor Divino, Londres 1952). Es el primer texto escrito por una mujer en
inglés.
Sus revelaciones son sorprendentes porque están llenas de
un inquebrantable optimismo, que nace del amor de Dios. Habla del amor
como alegría y compasión. No entiende, como era creencia popular en la época y
aún hoy en algunos grupos, las enfermedades como castigo de Dios. Para ella,
las enfermedades y las pestes son oportunidades para conocer a Dios.
Ve el pecado como una especie de pedagogía mediante la
cual Dios nos exige conocernos a nosotros mismos y buscar su misericordia. Dice más:
detrás de lo que llamamos infierno hay una realidad más grande, siempre
victoriosa, que es el amor de Dios.
Porque Jesús es misericordioso y compasivo es nuestra
querida madre. Dios mismo es Padre misericordioso y Madre de infinita bondad
(Revelaciones, 119).
Sólo una mujer puede usar este lenguaje de amorosidad y
compasión y llamar a Dios Madre de infinita bondad. Así vemos una vez más como
la voz femenina es importante para tener una concepción no patriarcal y por eso
más completa de Dios y del Espíritu que recorre toda la vida y el universo.
Muchas otras mujeres podrían mencionarse aquí, como Santa
Teresa de Ávila (1515-1582), Simone Weil (1909-1943), Madeleine Delbrêl
(1904-1964), la Madre Teresa, y entre nosotros, Ivone Gebara y Maria Clara
Bingemer, que pensaron y piensan la fe a partir de su ser femenino. Y siguen
enriqueciéndonos.
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