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martes, 6 de noviembre de 2012

REORDENAMIENTO DE GABINETE

Por Hugo Latorre Fuenzalida


Podemos hablar de un cambio de gabinete cuando los ministros que ingresan vienen con propuestas de acción política que difieren notoriamente de la de los ministros salientes; hablamos de reordenamiento de gabinete cuando simplemente se quiere ajustar las relaciones que estaban desajustadas al interior.



De hecho, en el anterior gabinete las cosas se estaban dando y funcionando de manera anómala (desajustadas), puesto que las funciones de conducción política, que tradicionalmente las lleva el ministro del interior, las estaba ejerciendo de hecho el ministro vocero, señor Chadwick, y no a quien correspondía, es decir el señor Hinzpeter. A su vez, las funciones de seguridad interior, que normalmente son responsabilidad del subsecretario del interior, las estaba oficiando titularmente el ministro del interior y no el señor Ubilla.



También era notorio que el ministro señor Laurence Golborne estaba oficiando más como candidato en carrera de la UDI que como titular de Obras Públicas, que es lo que le correspondía.



En su contraparte, el ministro de defensa, señor Allamand, se afanaba en estar de protagonista en todo “reality” que robara pantalla, antes que oficiar como jefe de una cartera que obliga a una circunspección protocolar bastante estricta.



Así las cosas, la disciplina gubernamental estaba siendo vulnerada a cada instante, lo que dejaba a un presidente, ya falto de autoridad, fuera de toda órbita formal de mando. Porque no se debe confundir el excesivo protagonismo, variopinto del presidente, con la autoridad necesaria y requerida para conducir y disciplinar las líneas y tareas desde el ejecutivo.



Ni en el ministerio de transporte ni en el de defensa se ventilaban políticas claras y de resonancia para la nación, que fueran de largo aliento y eficaces también para lo cotidiano.



En defensa no se ha dado una visión inteligente para abordar los problemas con los países vecinos desde la confianza, en vez de hacerlo a través de la manoseada amenaza de las armas, eso que llaman ahora “disuasión”, claro que por el miedo.



Desde el ministerio de transporte tampoco se ha mejorado en nada el sufrimiento de los santiaguinos con el “transantiago”, como tampoco se ha bajado el alto costo del transporte en Chile, que ya llega a ser más alto que en los países que nos triplican en ingreso percápita, lo que hace, desde sólo esa variable comparativa, que tengamos un costo irracional del transporte nacional, además de ineficiente e ineficaz.



Como ninguna de estas cosas se cambiarán desde el nuevo gabinete, sostenemos que no hay “cambio” de gabinete si no apenas un reordenamiento del mismo.



Nuevamente el morbo electoralista



Lo que provoca este reordenamiento es la inminencia electoral, alentado por los resultados de las elecciones municipales. Esto ya era anticipado por todos los analistas: que las elecciones presidenciales saldrían al ruedo apenas se supieran los resultados de las municipales.



Cuatro años en el gobierno es un plazo corto, eso es indudable. Pero también en EE.UU. se tiene un plazo equivalente. Allá, si el gobierno lo hace meridianamente bien, tiene la posibilidad casi cierta de repetirse el plato por otro período; acá no lo hace el presidente, pero sí lo puede hacer la coalición. ¿Qué es más sano y conveniente? Bueno, tanto la una como la otra opción tienen sus pros y sus contras. Creo que en países de cambios acelerados, como somos los países en vías de desarrollo, me gusta más que los liderazgos personales no se perpetúen, pues tienden a demorar los procesos cuando el presidente posee un estilo no adecuado. Los países desarrollados son más estables y aplican políticas más estructuradas, por tanto la permanencia de un presidente, con sus pifias, por dos períodos no tiene el efecto que tiene en un país en formación estructural dinámica.



Hasta los Chinos han entendido esto, por eso, a pesar de ser un sistema centralista y autoritario, imponen la rotación de los líderes, es decir toman de Pareto ese paradigma esencial al poder, cual es la “circulación de las élites”.



En Chile tenemos un “estancamiento de las élites”, tanto y tan grave como aguas empozadas, tan empozadas que ya huelen mal. Pero ya estamos empezando a reconocer que esta agua ya no es ingerible, y que se debe renovar lo más pronto posible. Claro que estos “drenamientos” son lentos, por eso volverá la Concertación al poder, pero será como el último enturbiamiento de esas aguas que luego serán vertidas a cualquier curso de desagüe.

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