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miércoles, 14 de noviembre de 2012

ENTRE EL MARKETING, LA POLÍTICA Y UNA CANDIDATA SILENCIOSA, EL CLIMA ELECTORAL TENSIONA A  CHILE

Por Walter Krohne

La política es una fuente permanente de tensiones, pero hoy la fuerza de esta energía en Chile,  que está brotando sin mucho control, aumenta a medida que el reloj electoral avanza con mayor rapidez de lo que realmente pareciera: faltan sólo 367 días para la elección presidencial.

El reajuste de Gabinete y los cambios de altos cargos de la administración pública a lo largo del país en los últimos días, hicieron más conscientes a los dirigentes políticos de que deben tomar decisiones rápidas y contundentes porque la "justa electoral" está cerca.



Pero la calma “chilensis” es brutalmente perversa y puede dañar a ambas partes de la contienda. Desde ya los partidos de la Coalición por el Cambio aún no se ponen de acuerdo de si habrá o no elecciones primarias. Argumentos sobran y, ahora, para echarle un poco más “de sal y pimienta a la sopa” están buscando la participación del PRI, el  partido minúsculo de Adolfo Zaldívar, para definir con gran pompa a quien será el candidato de la derecha en primarias abiertas, así como se hace en Estados Unidos, que para este sector es el país de los sueños o de la fantasía al que irremediablemente Chile debe imitar o copiar.



Sin embargo, a la vista de todas luces parece que el postulante presidencial de la derecha ya está elegido en la figura de Laurence Golborne, aunque se pisotee la experiencia política de 35 años del renovacionista Andrés Allamand o que se pase a llevar sin dolor o remordimientos la lucha partidaria histórica de Pablo Longueira, militante de la UDI desde el primer día y ex mano derecha de Jaime Guzmán, que ha sido suplantado por un independiente, sin experiencia política, fundamentalmente empresario y que su mayor mérito fue haber participado en la operación del rescate de los 33 mineros atrapados en Atacama, como dicen sus críticos. Así es la política hoy, más marketing que política pura.



Este cuadro ha tensionado la campaña presidencial de la derecha que lleva apenas diez días. Allamand y Golborne comenzaron ya la etapa difícil de la competencia dura y desleal entre candidatos, destacando el primero su amplia experiencia política en desmedro del segundo cuyo punto fuerte ha sido la actividad empresarial y, el segundo, defendiéndose con vaguedades de las críticas como decir que “aprendo rápido” lo que hasta ahora no sabe de la política, dicho que se ha interpretado como una crítica indirecta contra Allamand, porque insinúa que éste tarda más tiempo en aprender.



Para más remate, Allamand se metió entre las patas de los caballos al declarar el domingo “muerto el ambicioso proyecto empresarial” de HidroAysen, lo que rebasó el vaso de los más conspicuos sectores que ven en Chile inmensas posibilidades de ganar dinero en grande sin importarle en lo más mínimo la desigualdad y la situación laboral de los trabajadores chilenos ni tampoco la vida y salud de la gente en general.



Pero el panorama “filudo” de la política y las tensiones no sólo se han observado ya en el escenario de los presidencialistas, sino también en las esferas gubernamentales, entre quienes se encuentran en la etapa final del actual Gobierno, casi listos para irse a la casa, como fue ayer el choque frontal que tuvieron el flamante Intendente de la Región Metropolitana Juan Antonio Peribonio con el ministro de salud Jaime Mañalich por el tema de la vacunación masiva contra la meningitis. Todo ocurrió cuando Peribonio calificó en una entrevista de radio, a propósito de las congestiones producidas en los centros de vacunación, como un “descriterio” convocar a las personas a primera hora de la mañana a estos centros de salud, porque esto sólo causaba una sensación de intranquilidad. La respuesta del ministro no se hizo esperar: "pensar que la gente no va a seguir yendo a los consultorios ni llamar por teléfono es una verdadera utopía" (por no decir quizá “tontería”) fueron las palabras del secretario de Estado. ¿Empate o 1 a 0 para el ministro?



En el lado opositor las cosas se ven mucho más fáciles y mejor armadas, a pesar de la ineficiencia de muchos de sus políticos como se pudo apreciar ayer en la reacción tardía de la Concertación frente al resultado de la elección para la Alcaldía en Ñuñoa que dejó fuera del cargo a la nieta del ex Presidente Salvador Allende, Maya Fernández Allende, por escasos 30 votos.



Desde el punto de vista presidencial, sin embargo, los opositores pueden ver la pista mucho más despejada que la derecha, siempre y cuando no les falle la ex Presidenta Michelle Bachelet, quien, aunque no ha dicho ni una sola palabra ni tampoco ha hecho promesas, todos esperan que esté de vuelta en marzo para comenzar su campaña presidencial. Tiene que ser en marzo, porque si llega antes del 27 de febrero, el aniversario del trágico sismo de 2010, los sectores golbornistas y allamandistas la van a triturar con ataques por el supuesto déficit de liderazgo demostrado en el manejo de aquella catástrofe.



Pero aparte de este aspecto, Bachelet ni siquiera tendría que preocuparse de redactar un programa, porque éste ya existe y ya lo han delineado los mismos movimientos sociales en los últimos tres años de marchas por las calles de Santiago y otras ciudades del país. Allí está todo lo que hay que hacer para construir el nuevo Chile “desderechizado” y justo que la derecha no puede hacer por razones ideológicas: Nueva Constitución con las reformas políticas incluidas y cambio urgente del binominal; la instauración del plebiscito como elemento participativo fundamental del pueblo en las decisión del Estado; educación y salud gratuitas; previsión estatal; una reforma tributaria bien hecha para que los ricos paguen lo que les corresponde y no lo que ellos quieren; nueva nacionalización de la minería del cobre o terminar con las suculentas ganancias de las multinacionales; resolver el problema energético con un plan nacional a largo plazo; trabajo digno y no como ocurre con los últimos 700.000 empleos creados por el actual Gobierno, muchos de ellos con carencia de contratos y todo tipo de beneficios; libertad sindical y de sindicalización; la existencia de un subsidio al desempleo real y serio; control de las entidades privadas de servicio como clínicas, laboratorios, farmacias; industrialización del país con las ganancias del cobre y otros minerales; sueldos que le permitan al chileno vivir dignamente; viviendas para todos y control de precios de productos básicos alimenticios y medicamentos.



Al menos hay un programa contundente que ha nacido en la calle, que es lo que pide la gente, porque a la mayoría de los chilenos, en especial a la clase media, no les interesan los anuncios que hacen el ministro de Hacienda, Felipe Larraín, o el de economía Pablo Longueira, de que Chile será un país desarrollado en el 2020. Lo único que les inquieta es poder salir de las deudas que tienen, desarrollar a sus familias y trabajar en paz.

Frente a lo que pide la gente ¿cuál es la alternativa de la derecha para un nuevo Gobierno? ¿Más de lo mismo? Este es ahora el nuevo y gran dilema.

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