Crónicas de Gabriel Sanhueza Suárez
"SURAZO", UN VIENTO DE DIGNIDAD
En octubre de 1972, hace la friolera de 40 años, nos tomamos el Diario El Sur de Concepción en medio de la huelga nacional que habían iniciado los empresarios para derrocar a Salvador Allende, elegido democráticamente por los chilenos.
El periódico, acérrimo opositor, había publicado por lo menos seis avisos llamando a paralizar el comercio, a apoyar la huelga de los camioneros, sumándose así a la sedición en marcha en contra del gobierno. Paralelamente se oponía a publicar noticias, ni siquiera publicidad pagada, que diera cuenta del apoyo de los sindicatos y de las organizaciones sociales al gobierno de la Unidad Popular. El Sur era un medio de comunicación al servicio del golpe en ciernes y trataba desesperadamente de invisibilizar al gran movimiento social progresista.
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Poco ha cambiado desde entonces, el rol de la prensa frente a los movimientos sociales de hoy y sus demandas. Sigue en mano de los empresarios, para los cuales la libertad de expresión no significa nada.
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Durante la toma, periodistas y trabajadores editamos “Surazo”, el que remplazó a los dos diarios de la empresa y que en pocos días se ganó el apoyo y el respeto de todas las organizaciones sociales de la provincia. Más aún, lo convirtieron en su vocero.
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Fue una experiencia de comunicación ciudadana, donde no eran los periodistas quienes interpretaban la realidad, sino que Surazo abrió sus páginas a los trabajadores y a sus organizaciones, los que hacían llegar sus crónicas por centenas.
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Poco ha cambiado desde entonces, el rol de la prensa frente a los movimientos sociales de hoy y sus demandas. Sigue en mano de los empresarios, para los cuales la libertad de expresión no significa nada.
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Durante la toma, periodistas y trabajadores editamos “Surazo”, el que remplazó a los dos diarios de la empresa y que en pocos días se ganó el apoyo y el respeto de todas las organizaciones sociales de la provincia. Más aún, lo convirtieron en su vocero.
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Fue una experiencia de comunicación ciudadana, donde no eran los periodistas quienes interpretaban la realidad, sino que Surazo abrió sus páginas a los trabajadores y a sus organizaciones, los que hacían llegar sus crónicas por centenas.
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