LAS TRAMPAS DE CHILE CON LA CORRUPCIÓN.
Por Hugo Latorre Fuenzalida
Chile se ha presentado y lo han visto como impoluto, como un país pulcro y “serio”, donde las instituciones “funcionan”, donde la justicia es “justa” y los funcionarios son eficientes, probos y eficaces. Chile se ha vendido como una sociedad formal y honrada ante la opinión latinoamericana y mundial.
Sin embargo, Chile, como sociedad formada por humanos que sufren de carencias crónicas e históricas, es un país propenso a los vicios de la corrupción, al desliz tramposo, al desquite oportunista, al aprovechamiento en el descuido, al asalto en el descampado, al burlamiento en el vacío frecuente de la ley o a la vista gorda de la autoridad, a la elusión y la evasión del deber tributario, a torcer la nariz a las normas sobre lucro, a coludirse para mejor medrar de los consumidores, a pactar, sin consentimiento del afectado, condiciones ruinosas de crédito y de endeudamiento.
Pero Chile también, como nación subdesarrollada, es un país propenso a sufrir episodios de abuso de poder, dado que el poder se distribuye de forma en extremo asimétrica. La experiencia dictatorial reciente impuso una concentración exagerada del poder y, por ende, del abuso. Pero como además advierte la legendaria sentencia de que…. “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”, la corrupción se vistió de gala e impunidad desde que se desataron los nudos de control democrático, nudos que nunca más se volvieron a atar.
Las autoridades proclaman su intención de incrementar sus controles y regulaciones, cada vez que un escándalo golpea en el rostro de los pobres del país, pero si no se cambia la estructura hiperconcentrada del poder, difícilmente se podrá aterrizar en una sociedad capaz de “normalizar” sus desajustes a niveles de país orgánico, sistémico y regular.
Tendremos que seguir acostumbrándonos a las carencias y precariedades de las instituciones encargadas de control y regulación; tendremos que adaptarnos a los escándalos periódicos que remecen a la credibilidad y la gobernabilidad del Estado.
El peligro está en que luego de tanto escándalo, estos comiencen a salpicar toda la estructura de la sociedad, y para cubrir un episodio escandaloso se destape otro, desde la barricada opuesta, con lo cual, en medio del tráfago de denuncias, quedemos todos cubiertos por una nube de polvo nauseabundo y corruptor.
La corrupción atraviesa todo el orden social e institucional: desde el sector empresarial, el sector político, el sector sindical, las Fuerzas Armadas, la Iglesia Católica, las instituciones universitarias y de enseñanza en general; también la salud. Es decir no va quedando área ni espacio donde pueda campear esa decencia básica que permite al menos flotar en medio del oleaje de la descomposición.
El chileno de a pie, el hombre común, aún permanece siendo una especie de precaria reserva moral, pues su corrupción llega al límite discreto del “robo hormiga” y de distribuir narcóticos a pequeña escala, de endeudarse con el boliche del barrio y hacerse el sueco con esa deuda, de sablear a los parientes y amigos y salir de circulación por un tiempo. Pero estas mañas “chilensis” de nuestros pobres, son, más que perversión, apenas estrategias de sobrevivencia, tan antiguas y consabidas que ya nadie las juzga como mal social o descomposición de los valores.
La cadena jerárquica de la responsabilidad
En esto de la corrupción cada cual debe cargar su cruz, en consecuencia, las responsabilidades son mayores si se tienen niveles de jerarquía superior. Por eso aquello del decir que advierte que “nobleza obliga”. Si la clase dirigente se corrompe, es muy distinto a si lo hace un pobre hombre cualquiera. Las jerarquías superiores son referente y faro de la conducta de las sociedades. Las decadencias de los imperios parten por la corrupción de los césares.
Y en Chile, la clase dirigente ha venido corrompiéndose de manera exuberante desde la dictadura. No es que antes no se dieran casos de corrupción en el poder, pero fueron de responsabilidad puntual y oportunamente denunciados, y el sistema mismo se encargaba de expulsarlos como pústula.
Lo que ha venido sucediendo, desde la dictadura, es que toda la corrupción ha sido asumida como un derecho, simplemente por que se tenía el poder absoluto. La Concertación ha sido cómplice y parte activa en esta corrupción del Estado chileno, puesto que avaló las 120 leyes secretas y fijó un pacto de silencio sobre los procesos de transferencias de la riqueza pública a manos de los amigos de la dictadura, con la famosa entente de “no investigar”.
Con todo, se han destapado corrupciones que avergüenzan a Chile como nación. Un Presidente que estafa al Estado por muchos millones de dólares, y su hijo que estafa a las FF.AA. que su mismo padre dirige; otro Presidente de la república que declara “cuestión de Estado” el caso para no investigar, con lo que se instala un precedente maligno para la ética pública nacional; porque lo que no se puede permitir un Presidente es el exhibir cobardía moral y esta postura de enmascarar con “razón de Estado” una fechoría de tal calibre, necesariamente constituye una cobardía condenable y sin atenuantes.
Ahora tenemos un Presidente de la Nación que ha sido declarado reo, que como empresario ha sido sancionado por vicios y falta de probidad en negocios varios. En fin, si desde la Primera Magistratura tenemos estos ejemplos de corrupción y descomposición, es casi milagroso que el resto de la sociedad no se haya transformado en una Sodoma y Gomorra.
Los casos de Inverlink, de La Polar, de las armas, de las mafias al interior de la PDI (Policía civil), de los carabineros asaltantes, del tráfico de expedientes en la justicia, del lucro en las universidades, de las cuentas alegres en las tarjetas comerciales, de la colusión en las farmacias, de los 11.300 kilos de droga desaparecida luego de ser decomisada, de los sobreprecios en las compras del sector público…..En fin, sería casi infinito enumerar todo el doloroso lastre moral que viene cargando nuestra sociedad, pero todos ellos son la consecuencia de una ética corrompida desde y por las elites.
Pero lo curioso está en que, con todo, Chile es capaz de sacar las mejores notas de evaluación en los rankings de transparencia.
Si nosotros somos de los buenos y transparentes, entonces hay que elevar plegarias por el resto, porque si los otros logran recuperarse, quiere decir que una luz de esperanzas se abre para nosotros también.
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