LAS OPCIONES EN ESTADOS UNIDOS DE NORTEAMÉRICA
Por Hugo Latorre Fuenzalida.
John Kenneth Galbraith calificaba a la sociedad norteamericana de los años 60 como la “sociedad opulenta”. No era exagerado ya que el ingreso percápita y el bienestar de esa población había aumentado de manera exponencial por esos años.
El ingreso familiar pasó de una media de US$ 2.335 en 1929 a US$ 8.632 en 1968. Por otra parte, la proporción de familias calificadas como pobres (menos de US$ 4.000 al año) se redujo de más de un 68.3% en 1935 a 16.4% en 1968. El número de familias prósperas (más de US$ 7.000) pasó de un 7% en 1935 a un 63.1% en 1968.
En 1968 casi la mitad (40%) de las familias ganaba más de US$ 10.000. Incluso los que recibían ayuda económica del Estado, parecían ricos si se les comparaba con el resto de la población del mundo.
El problema de esta “sociedad opulenta” ya no parecía ser el de la distribución de la riqueza.
Pero, sin embargo, se daban problemas a los que las recetas tradicionales del sistema capitalista no daba respuesta adecuada desde la economía: el de los segmentos marginales como los ancianos, jóvenes, los no especializados, los negros y los latinos. Eso por un lado. Por otra parte, las crisis de inflación y recesión económica tampoco pudieron ser resueltas con las herramientas tradicionales del monetarismo. De hecho, la crisis de los años 30, que se consideró una crisis de subconsumo (o sobre producción), siguió siendo percibida como una crisis, no por fallas del sistema monetarista, sino por decisiones incorrectas y vacilaciones de las autoridades monetarias de entonces, tanto en Washington como en Londres (tesis sostenida por Milton Friedman).
Entre los economistas la “Ley de Say” se respetaba. Según Say la depresión y el desempleo son imposibles, puesto que se produce para consumirlo todo y se ahorra para invertirlo todo. Es decir, los sistemas económicos se autorregulan cuando se desequilibran.
Pero ya antes de los años de la gran depresión hubo economistas que empezaron a estudiar la economía en períodos de tiempo más largos. Entre los anglosajones están sólo Schumpeter, pero entre los heterodoxos hubo varios que lo hicieron: Marx, La Salle, Sismondi, Hobson y Major Douglas. Por Europa del Este está el gran Kondratiev y sus famosos ciclos largos.
Lo importante de estos estudios es que se dio con una variable que antes de los años 30 no se consideraba en la economía: la influencia del desarrollo tecnológico en las variaciones de crecimiento y depresión económica. Esto es propio de la economía industrial avanzada.
Pero si bien los economistas del capitalismo norteamericano no consideraron esa variable, producto de la crisis de los 30 se abocaron a crear el Sistema Federal de Reserva de los Estados Unidos, lo que reflejaba un reconocimiento implícito de la existencia de ciclos económicos no controlados por las políticas “autónomas” del monetarismo.
En consecuencia, es en la década de los 30 que se acepta de modo general que la causa de la depresión y el desempleo fue la disminución de la demanda (subconsumo).
Esta realidad habilitó la aplicación de políticas Keynesianas, pues los gobiernos, en adelante, no se quedarían de brazos cruzados esperando automatismos que no pronosticaban fecha cierta de solución. Así, en 1946 el Congreso norteamericano dio en aprobar una “Ley de pleno empleo”, con lo cual reconoce por primera vez que la mantención de los niveles adecuados de empleo es ahora una responsabilidad del gobierno.
De hecho, durante la depresión de 1953, el presidente Eisenhower y su secretario del tesoro George Humphrey, ante el avance del desempleo deciden incrementar el gasto del Estado y caer en déficit de las cuentas públicas. Obviamente ambos eran republicanos, es decir, enemigos de la intervención del Estado. Pero iguales políticas aplicaron con posterioridad los demócratas como Kennedy y Johnson.
Luego del gran crecimiento de la economía norteamericana a mediado de los 60, el tema central se trasladó a la calidad de vida y a la inflación que generaba la opulencia.
Pero muy pronto, al iniciarse la otra gran crisis del capitalismo industrial en los años 70, la preocupación volverá a ser el desempleo, el crecimiento y el déficit.
Los demócratas han preferido un poco más de inflación con tal de bajar el desempleo y reactivar la economía; los republicanos han privilegiado el controlar la inflación aunque se incremente el desempleo.
Desde Reagan hasta la fecha, los pequeños matices sobre estas variables han estado marcando las sintonías electorales de ambos bloques. Con todo, el Estado sigue gastando enormes sumas en defensa durante los gobiernos republicanos (lo que es igualmente gasto público), mientras los demócratas aumentan el gasto social de los servicios. En ambos casos el déficit viene incrementándose y no se logra dar con la solución al tema central: el crecimiento insuficiente de la economía que condena a desempleo o subempleo incremental y a endeudamiento creciente de las personas y del Gobierno Federal.
La excepción en relación a disminución del déficit fue el gobierno de Clinton, que corresponde a una virtuosa fase de crecimiento económico, producto del dominio expansivo de las tecnologías de informática por parte de Estados Unidos. Es decir, una gran innovación tecnológica logró crear un ciclo mediano de crecimiento económico extraordinario. El efecto de este ciclo virtuoso debió ser mucho mayor y más extenso, de no ser porque estamos en medio de una economía excluyente, segmentada, lo que acorta los tiempos expansivos de las tecnologías.
Si los norteamericanos no discuten seriamente las teorías de los ciclos económicos en estas campañas, quiere decir que no podrán dar respuestas certeras a los temas que políticamente entran nuevamente y persistentemente al ruedo del debate electoral: desempleo, inversión baja, producción insuficiente y crisis social y de valores.
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