Por Gabriel Sanhueza Suárez
¿Cómo deshacerse de los candidatos a concejales, que pululan por las calles haciendo puerta a puerta?. Es el problema que me aqueja desde hace una semana.
Ya son dos los que han timbrado con insistencia en mi casa,con la decisión de hacer conmigo “marketing directo”. No quiero ser radical y azuzar a la Canela y a la Caoba, las dos perras de la casa y seguir así el ejemplo del quiltro aliancista que mordió a la candidata por Providencia, Josefa Errázuriz, mientras realizaba un puerta a puerta.
Confieso, eso sí, que una de las candidatas estaba muy bien preparada. Al acercarme a la reja del antejardín dio un par de pasos atrás para no aparecer invasiva ni menos aún de que yo pensara que quería entrar en mi casa.
Cuando vio un cierto fastidio en mi cara, dijo algo así: “Me doy cuenta de que está ocupado y lo he interrumpido. Por favor, no se preocupe yo también trabajo mucho en casa. Aquí tiene mi volante, me encantaría que lo leyera cuando tenga tiempo. Estoy solicitando votos para ser concejala. Quizás puedo volver más tarde”.
Me quede desarmado y con un panfleto a todo color en la mano. Lo que es peor sólo pude balbucear. “Si, por supuesto, no hay problemas”.
Todas mis geniales argucias para espantar “Testigos de Jehová” no funcionarían con candidatos tan preparados como ella. No tengo nada contra los testigos, al contrario, los admiro, por no renunciar a sus creencias, lo que hizo que miles fueran asesinados bajo el nacionalsocialismo
Pero que son fastidiosos y duros de matar es la pura verdad. Nada los aleja por mucho tiempo. Una de mis tácticas favoritas, cuando los veo aparecer, es acercarme a ellos sonriendo y espetarles un sonoro “Salâm alaik”, el saludo musulmán, que en castellano significaría algo así como “La paz esté sobre ti”.
Con eso logro confundirlos y a veces no aparecen por la casa, por lo menos un par de meses. He pensado agregarle un turbante a mi cabeza y un Corán en la mano derecha, para lograr un mayor efecto.
Pero en estricto rigor los testigos siempre vuelven y con renovados bríos.
“Buenos días, ha notado que en estos tiempos la droga nos acorrala, incluso captura a nuestros hijos, entra a nuestras casas y destruyen a las familias. Sabía usted que en la Biblia, Dios nos habla de todo eso. ¿Qué piensa usted?”.
“Que hay que legalizarla”, respondo con prontitud. “Así le echamos a perder el negocio lucrativo al narcotráfico y de paso acabamos con un foco importante de corrupción que alcanza a todo tipo de autoridades.”
“Además, al ser legal tendríamos drogas con controles de calidad –remacho- y no las porquerías que andan vendiendo en las poblaciones”.
Se van medio desconcertados, pero mi tranquilidad será pasajera. De nuevo en algunas semanas Dios me enviará sus mensajeros, uno enfundado en un traje correcto con camisa blanca y corbata; acompañado de una niña linda, sin nada de maquillaje y una falda larga que oculta sus rodillas por completos.
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