FILOSOFÍA-LATORRE-KRADIARIO
EL OLVIDO DE LOS PROFETAS DEL PENSAMIENTO CRISTIANO
Por Hugo Latorre Fuenzalida
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En sus últimos textos “Los hombres contra lo humano” (1951),
Marcel resalta todos los grandes temas
que afectan al hombre de estos tiempos
en Europa: la libertad comprometida, el envilecimiento por lo abrumador del progreso
técnico, la despersonalización por la cultura de masas, la desesperanza por las
catástrofes humanas de las guerras.
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El filósofo realiza una reflexión que él llama “segunda”,
que es en el fondo un análisis fenomenológico en dos instancias: una primera
que es de lógica convencional, que
expresa el llamado de atención y otra, “segunda”, que repasa, revisita y profundiza sobre las
primeras razones esgrimidas en la primera reflexión o reflexión “primaria”.
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La “reflexión
segunda” es propiamente una tarea de la filosofía; es la reflexión que permite
resistir y crear esperanzas. Porque Marcel, como Jeremías, eleva sus lamentos,
pero no se queda en ello, también predica la esperanza.
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Sobre el tema de las masas y la despersonalización, le
alarma la bolchevización de Europa occidental, con la imposición de las
tiranías burocráticas y las tecnocráticas, con las abstracciones
reduccionistas, que le llevan a denunciar: “La ley de las mayorías es una regla
groseramente pragmática”, que no tiene para nada en cuenta el “misterio del
Ser” y lo irrepetible e intransferible de la persona.
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El tema de las guerras en que, justamente, se depuran las
técnicas del envilecimiento aniquilador de la persona, donde las víctimas son
avasalladas en todos sus derechos y dignidades, que, además, amenazan con
barrer a la especie humana de la superficie del Planeta, viene a representar el
mayor desafío del hombre tecnológico,
como también de los políticos.
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Esta capacidad destructiva, demostrada en las últimas
conflagraciones, impone una ”angustia” que corroe la vida moderna y le impide,
a las mujeres y hombres, constituirse como sujeto con plena soberanía sobre su
vida y su futuro. La amenaza es demasiado perturbadora para la psiquis de las
personas.
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Las masas: Marcel acusa que la mentalidad moderna está
cruzada por la “abstracción”, y esa abstracción se dirige a lo “pasional”, que
es el lenguaje asumido por las masas, aceptado y promovido también para su
dominación o manipulación. La “abstracción” pretende dar coherencia teórica al
absurdo, y el riesgo es que este intento
está asociado al misterio del Mal. Explicar el absurdo, llevado a su
extremo, se reduce a entronizar un Mal legitimado por la especulación
“racional”.
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El Mal no puede ser
explicado por ninguna abstracción, pues el Mal es un misterio: el Bien es la
contraparte de ese misterio. El Mal y el Bien no obedecen a herramientas, pues
son problemas metatécnicos; la técnica inhibe el ambiente espiritual necesario
para reflexionar sobre estos temas y estos temas sólo se pueden reflexionar
desde el espíritu, es decir desde el vínculo de amor, de acercamiento, es decir
de una humanidad realzada y no desde la materialidad degradada, sobre la cual
son cooptadas las masas. Sostiene que las masas vienen siendo amaestradas pero no educadas, por eso son
fácilmente fanatizables. Sólo la persona puede ser educada, la masa nunca. Entonces el Mal moderno, encarnado en las
masas es la “enajenación” del hombre.
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Defendiendo, como Mounier, el verdadero personalismo, Marcel
señala que las masas son electrizadas, seducidas hasta el paroxismo por la
publicidad. Las masas están condenadas a una pura apariencia de vida, pero
lejos de una vida verdadera, pues la vida verdadera está reservada sólo a las
personas. Entonces el segundo mal que el sistema encarna en las masas es la
“alienación”. Y la suma de ambas es el
“envilecimiento”.
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La agonía del hombre se da plenamente en el hombre moderno,
pues luego de instalarse como amo y señor del mundo, con el dominio
tecnológico, por ese mismo dominio ha venido a dar con que decae
existencialmente hasta agonizar, como también decae el planeta; y toda su
potente voluntad queda sujeta al envilecimiento por la técnica, que empuja la
“agonía del hombre”- agonía que Marcel se afana en proclamar, anticipándose a Deleuze y Foucault, quienes terminan
proclamando la ”muerte del hombre”, así como Nietzsche proclamó antes la
“muerte de Dios”.
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Sobre la libertad del hombre, Marcel se pregunta ¿qué es el
hombre libre? Y responde que en la antigüedad los estoicos sostenían el refugio
en sí mismo, como último espacio de la libertad, pero para el hombre moderno,
paciente de la sicología y la siquiatría, ya el fuero interno e íntimo ha
quedado al alcance de la técnica especializada, por tanto el cerco se cierra en
torno a la persona de manera monstruosa.
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La única libertad no alienada es la “trascendente”, es decir
la de la fe y la del artista. Ambas crean mundos que escapan a la manipulación
de la técnica. Las dos se mueven en la esfera del espíritu creador, capaz de
dar vidas abiertas y comunicar a otros ese espacio conquistado de su libertad,
en medio de la cárcel de los medios penetrantes, que buscan arrasar con la
soberanía personal.
(*) - Gabriel Marcel o la agonía del hombre
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